La Habana (Prensa Latina) Lo seguíamos llorando enardecidos e infecundos aún por su captura y vil asesinato en aquellos infaustos días de octubre de 1967, el del otoño que tan triste se hiciera no solo para los cubanos sino para toda la humanidad, que tan pobre de redención fijó sus tempranas esperanzas en Ernesto Guevara, el Che.


Por coronel (r) Nelson Domínguez Morera

Ocupó responsabilidades de dirección en la Seguridad del Estado

Un artemiseño de inseparable chaika en la testa, Ramio Valdés Ménendez, que lo antecedió mucho antes en la lucha, desde 1957 se forjó al lado del Che en las montañas como segundo al mando de la Columna 4.

Ese era un número para despistar porque realmente sería la segunda columna del Ejército Rebelde y devendría en la 8 ya en agosto de 1958, durante la estoica invasión al centro del país rememorando la otrora arrojada y heroica del Titán de Bronce, Antonio Maceo.

Fuimos convocados a rememorar al Che solo como él predicaba, trabajando, dando ejemplo de primeros y de manera voluntaria. El comandante Ramiro Valdés, precursor de los órganos de la Seguridad de Cuba y ya entonces su ministro del Interior, tan ríspido, callado y modesto, concibió honrarlo.

Siempre a la altura del perenne sacrificio y dedicación sin límites a la causa del Guerrillero Heroico, con la del sudor productivo que él hacía solo dos meses antes traspaló en sangre épica, esperamos la noche última y el primer día del nuevo año sembrando café.

Esto fue en la granja del Ministerio del Interior (Minint) 4 de Abril, en los alrededores de Güira de Melena, remedando el ejemplo de Ernesto Guevara como fundador del trabajo productivo y voluntario en la Cuba revolucionaria.

Y así, como el homérico verso de Nicolás Guillén dedicado a otro grande, Camilo Cienfuegos -de cien fuegos-, hicimos valer aquello de que un muerto nunca descansa, cuando es un muerto lleno de vida.

EN TODO EL PAÍS

No solo lo revivimos en los campos de la capital, sino en todo el país con los combatientes del Minint al frente y otros sumados, como aconteció en casi todas las provincias.

Comenzada la faena a la luz de la mañana del 31 de diciembre, iba terminar al caer de la tarde pero se extendió ya con faroles.

El comandante Ramirito -al decir de nombrarlo por Fidel y el Che-, convocó y prosiguió, solo con su ejemplo de exhorto, primero, hasta el advenimiento del nuevo año a las 12 de la noche, sin uvas y menos aún tragos valiendo su empedernida abstemia, acompañados nada más que con los versos de la bayamesa innovados en himno nacional.

Y ya después, algunos menos, seguimos hasta el amanecer de otro luminoso Primero de Enero, el octavo desde el laurel victorioso.

Así de sencillo y grande transcurrió todo, precisamente al continuar las huellas indisolubles del Che, sintetizadas en su carta de despedida, y que bien pudieran parafrasearse asimismo para con él:

Enorgullecidos de haberte seguido sin vacilaciones e identificados, también, con tu manera de pensar y apreciar peligros y principios.

Aquel 31 de diciembre de 1967 cumplimos con el Che.

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