Cuba por Siempre


Oh, Miami, ciudad de palmeras, cafecito y, al parecer, traiciones que dan para una saga completa. Imaginen la escena de una pancarta gigantesca que se alza sobre la autopista Palmetto, entre Doral y Hialeah, como un dedo acusador que en letras rojas y blancas expone “TRAIDORES: a los inmigrantes, a Miami-Dade y al sueño americano”. Los señalados en este cartel digno de un juicio público son Marco Rubio, María Elvira Salazar, Mario Díaz-Balart y redondeando el reparto estelar, el congresista Carlos Giménez.

La obra maestra, cortesía del Caucus Hispano Demócrata del Condado Miami-Dade, no anda con rodeos, estos cuatro «paladines» cubanoamericanos elegidos por una comunidad mayoritariamente inmigrante, han decidido que su lealtad no está con los que los pusieron ahí, sino con las políticas antiinmigrantes de la administración Trump. ¿Resultado? Familias separadas, deportaciones a granel, el Estatus de Protección Temporal (TPS) hecho trizas y un “sueño americano” que ahora parece más bien una pesadilla, pero no se preocupen, que mientras los migrantes lloran, esta pandilla se saca fotos en el Capitolio con cara de “todo está bajo control”. ¡Qué belleza!

Hoy, sin embargo, el foco está en Carlos Giménez, el exalcalde de Miami-Dade que escaló al Congreso como quien sube al yate de un amigo rico. Este señor, con su sonrisa de “yo solo quiero ayudar”, ha perfeccionado el arte de apuñalar por la espalda a los suyos mientras se autoproclama defensor de la libertad. No solo ha abandonado a los inmigrantes que lo llevaron al poder, también ha decidido que su misión divina es hacerle la vida más miserable al pueblo cubano, bajo el pretexto de “luchar contra el régimen”. ¿Que cómo lo hace? Su historial de cruzado anti-cubano es una mezcla de cinismo, agresividad y pura hipocresía, aunque solo escribiremos sobre lo más reciente.

Empecemos por marzo de 2024, cuando se puso a aplaudir como foca amaestrada la propuesta de ley de su compinche Mario Díaz-Balart. Esta joyita legislativa prohíbe visas a cualquier “agente del gobierno cubano” —desde ministros hasta conserjes, al parecer—, corta fondos a pequeñas y medianas empresas en la isla (adiós, emprendedores cubanos que intentan salir adelante, esos que según ellos mismos no están sancionados por el “embargo”) y destina una lluvia de dólares para modernizar Radio Martí, que lleva décadas gritando al vacío con mensajes «prodemocráticos». ¿Efectividad? Dudosa, ¿Propaganda? Garantizada. Para Giménez, esto fue un triunfo, una medalla más en su pecho de mercenario político.

Un año después, decidió que era hora de una cacería de brujas al estilo Miami. Envió una carta al Departamento de Seguridad Nacional —con copia a quien quisiera leerla— exigiendo la deportación inmediata de cualquier cubano en EE.UU que oliera remotamente a Partido Comunista o a «aparato represivo». No llegó solo con palabras, trajo una lista de nombres elaborada por organizaciones independientes, de supuestos violadores de derechos humanos, que según él, amenazan la seguridad nacional y el alma de la comunidad exiliada. ¿Pruebas? ¿Debido proceso? Detalles menores para nuestro héroe. Esto no es justicia, es un ajuste de cuentas personal disfrazado de patriotismo. Mientras tanto, las familias cubanoamericanas en Hialeah se preguntan si el próximo en la lista será el tío que una vez trabajó en una oficina estatal en Cuba. ¡Bienvenidos al show de Carlos, donde todos son culpables hasta que él diga lo contrario!

Ese mismo mes, Giménez se dio un paseo VIP a la base naval de Guantánamo, su primera visita a Cuba en 64 años. No fue a turistear ni a probar el congrí, fue como parte de una delegación congresional para inspeccionar el terreno y de paso, dar su bendición a una idea macabra: usar la base como centro de repatriación de migrantes. Sí, mientras miraba las alambradas y el mar Caribe, respaldó las políticas migratorias más duras de Trump, esas que convierten a los desesperados en paquetes devueltos al remitente. ¿Un congresista cubanoamericano apoyando la deportación desde una base en suelo cubano? La ironía es tan espesa que podrías cortarla con un machete, pero para Giménez, esto no es contradicción, es estrategia.

Y como si su agenda no estuviera lo suficientemente llena, en abril de 2025 decidió ir tras los médicos cubanos, esos héroes anónimos que recorren selvas y barrios pobres del mundo salvando vidas. Propuso al Congreso imponer aranceles a cualquier gobierno que contrate doctores cubanos bajo convenios de colaboración, alegando que esos programas son «explotación» y un cheque en blanco para el “régimen”. ¿La realidad? Esos médicos llegan donde nadie más quiere ir, desde aldeas en África hasta zonas de desastre en Centroamérica o en el medio del Himalaya, pero para Carlos son solo peones en su juego de ajedrez político. Si su plan prospera, países pobres perderán atención médica vital, en nombre supuestamente de la “defensa de los derechos humanos” y “contra la explotación laboral”. En el mundo de Giménez, todo se reduce a castigar a Cuba, aunque el costo lo paguen los más vulnerables.

Y no olvidemos su momento de gloria, cuando Giménez tuvo una epifanía digna de un guion de Hollywood: ¿por qué no cortar de raíz los viajes y las remesas a Cuba? Así es, levantó el teléfono y le rogó al Departamento del Tesoro que prohíba a cualquier estadounidense pisar la isla o mandar un centavo a sus seres queridos, salvo que el secretario de Estado firme un permiso con tinta de oro. Su argumento, recitado con la solemnidad de un predicador, es que esas remesas y viajes son la gasolina que mantiene vivo al “régimen cubano para reprimir al pueblo». Claro Carlos, porque nada libera a un pueblo como quitarle a las familias el dinero para comprar arroz y medicinas. ¿Quién sufre? La abuela en Centro Habana que no puede pagar un paquete de pollo, el primo en Santiago que necesita una operación; los niños que se quedan sin lo básico, pero tranquilo congresista, que mientras el pueblo cubano se hunde, tú te ganas otro aplauso en Washington. ¡Qué nobleza!

¿Ven el cuadro completo? Carlos Giménez no está aquí para representar a los inmigrantes que lo eligieron ni para liberar a Cuba de sus cadenas, está aquí para construir una carrera a base de billetes verdes y aplausos de los lobbys que lo financian. Él, Rubio, Salazar y Díaz-Balart no son líderes, son marionetas de la politiquería, mercenarios que venden su alma al mejor postor mientras las familias en Doral temen la próxima redada y los cubanos en la isla se enfrentan cada vez a más carencias. ¿Derechos humanos? ¿Democracia? Solo palabras bonitas para sus discursos ensayados en Fox News. Lo que realmente mueve a esta pandilla son los cheques de campaña, las palmaditas en la espalda y las luces del Capitolio.

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