Cuba reverencia a José Martí a 129 años de su caída en combate (+Fotos)

La Habana, 19 may (Prensa Latina) Ofrendas florales del líder de la Revolución Raúl Castro, el presidente Miguel Díaz-Canel, del titular del parlamento, Esteban lazo, y del pueblo de Cuba, encabezaron hoy el homenaje al Héroe Nacional José Martí.

Al tributo, realizado en el Mausoleo donde reposan los restos del considerado Apóstol de la independencia de la isla, en el cementerio patrimonial de la oriental provincia de Santiago de Cuba, acudieron autoridades locales y la población quienes reverenciaron a Martí en el aniversario 129 de su caída en combate.

Otras actividades culturales y patrióticas se realizaron en todo el país por la efeméride, principalmente en sitios históricos vinculados al artífice de la guerra necesaria, iniciada el 24 de febrero de 1895 para a romper la sujeción de la isla al yugo colonial español.

También en los medios de comunicación de la isla y las redes sociales se resaltó la vida, obra y doctrina anticolonialista, latinoamericanista y antiimperialista del considerado como uno de los más grandes pensadores políticos hispanoamericanos del siglo XIX.

En la red social X, el titular del Parlamento resaltó el ejemplo y fecundo legado de Martí, que –dijo- constituyen referentes para todo el pueblo cubano.

Su máxima «Con todos y para el bien de todos» y su labor por la Unidad distinguen nuestra obra, apuntó Lazo en su mensaje.

También el primer ministro Manuel Marrero destacó en X la inmensa obra del Héroe Nacional, marcada por un alto sentido de patriotismo, antiimperialismo y amor por Cuba, que “ha sido y es guía de la Revolución”.

Martí (1853-1895) encontró la muerte con solamente 42 años en los llanos de Dos Ríos, oriente, impactado por una descarga de fusilería enemiga mientras cabalgaba al frente acompañado de su ayudante, pese a la recomendación del General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez, de que permaneciera en la retaguardia.

Su prematura desaparición física significó un duro golpe para la revolución, pero sus virtudes personales y legado emancipatorio trascendieron en las luchas de Cuba por su definitiva independencia.

La elevada cultura y especial sensibilidad de El Maestro, como también se le conoce, le permitieron dejar una vasta obra escrita, de singular estilo y belleza, que constituye referente imprescindible para todas las generaciones de cubanos.

Recordar a Martí, más que una efeméride

Marlen Vázquez Pérez

Cubadebate

Llega mayo: el mes de las flores, de las madres, de Martí. Nadie puede negar que esos son los augurios entusiastas con que los cubanos recibimos el quinto mes del año. La proximidad de la efeméride luctuosa de la caída del Apóstol en Dos Ríos, devenida conmemoración universal, conmina a releer y reflexionar sobre su obra y sobre el modo en que nos acercamos a ella.

En estos días los  maestros asignan tareas de contenido martiano. Los niños se aprestan a homenajear al que escribió para ellos hermosas páginas y dejó para el futuro una obra trascendental. Actos, llenos de  poesía y canciones, de flores al pie de cada busto, de emoción sincera,  y hasta de besos infantiles en  la piedra, se vuelven cotidianos en cada escuela o círculo infantil.

No obstante, el jubileo de la conmemoración lleva a hacerse preguntas inevitables: ¿Recordar y leer a Martí es asunto puntual, de enero o mayo, o es de todos los días? ¿Estamos preparando a nuestros niños y jóvenes para que aprendan de memoria los versos de La Edad de Oro y los reciten con gracia, o para que sean de veras martianos? ¿Cuánto más podemos hacer para que la promoción de la vida y la obra del cubano universal llegue a cada uno de nuestros ciudadanos y se convierta en práctica cotidiana? ¿Todos los cubanos conocemos de verdad a Martí o tenemos la impresión de conocerlo?

Muchas interrogantes más pudieran ser formuladas y cada una tendrá respuestas diversas, en dependencia del destinatario. Lo cierto es que Martí forma parte de la vida cotidiana del cubano, viva donde viva, y no es posible pensar a Cuba como nación sin pensar en Martí.

El joven estudiante de veinte años recién cumplidos, deportado a España al serle conmutada la pena de trabajos forzados por la del destierro escribió: “Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.”[1]

Ese recuerdo amoroso de la tierra en que nació, acendrado en la distancia del exilio madrileño y la lejanía de los afectos familiares, ha ligado para siempre su nombre al de su Isla, y a la noción de patriotismo entre nosotros. La comprensión del lado sentimental, afectivo, fue muy temprana en él, y lo marcó de manera permanente a lo largo de toda su vida. Su muerte en combate el 19 de mayo de 1895, como consecuencia de su coherencia entre prédica y acción, fue el resultado doloroso de años de sacrificio, y la expresión suprema de aquel fragmento premonitorio, escrito a los dieciséis años, en su poema dramático Abdala:

El amor, madre, a la patria

No es el amor ridículo a la tierra,

Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;

Es el odio invencible a quien la oprime,

Es el rencor eterno a quien la ataca […][2]

Esa dicotomía entre Patria y Madre lo acompañó toda su vida, y el desgarramiento por debatirse entre ambos deberes no lo hizo apartarse jamás del que siempre consideró como el objetivo supremo de su existencia. Se dio a los demás con una generosidad sin límites, a tal punto que lo que pudo ser una carrera brillante en beneficio personal, se convirtió en un desinteresado amor por sus compatriotas y en la entrega a prever, para Nuestra América, los peligros de las futuras acometidas imperialistas.

El ejemplo de tenacidad y resistencia de José Martí debe acompañarnos siempre. Los tiempos difíciles ayudan a medir la entereza del ser humano. Quien no es firme claudica, quien tiene claros su lugar y  propósitos se hace más enérgico. Lo más fácil es aceptar de antemano la derrota, pensar en sí y no en los demás. Si Martí hubiera tomado esa decisión, si se hubiera preservado, como tantos le pedían, su estatura de héroe no sería la que tiene en el aquí y el ahora de todos los cubanos.

Su ejecutoria personal está muy ligada a la  noción de heroísmo que propugnó en sus textos. Piénsese si no, en esta caracterización del abolicionista estadounidense Wendell Phillips, que parece en verdad un autorretrato: “[…] el que se consume en beneficio ajeno, y desdeña en cuanto solo le sirven para sí las fuerzas magnas que en él puso el capricho benévolo de la naturaleza, héroe es y apóstol de ahora, en cuya mano fría todo hombre honrado debe detenerse, a dar un beso.”[3]

De él escribió también, en otro de sus textos sobre el prócer norteño, en plena consonancia con sus  propias características: “[…] era de esa raza de hombres radiantes, atormentados, erguidos e ígneos, comidos del ansia de remediar los dolores humanos.”[4]

De esa misma hechura solar fue Martí, de manera que entre los cuadros que adornaban su modesta oficina en 120 Front Street, en Nueva York, se encontraba un retrato de Wendell Phillips.  Su obra en bien de Cuba y de Nuestra América creció cada día ante este igual suyo,  testigo e inspirador  de su fidelidad a un ideal superior.

En momentos en que la humanidad se ve cercada por el egoísmo, la banalidad, las desigualdades, las guerras, el mercantilismo, las crisis de valores, los cubanos tenemos el privilegio de contar con un acervo cultural y ético enorme, de alcance universal, en la obra de José Martí. El mejor homenaje que podemos rendirle hoy en este nuevo aniversario de su caída en combate, no es cantarle loas,  por sinceras que sean. Es leerlo como quería Unamuno, “con devoción inteligente”[5], pues aunque su obra fue escrita en función de su tiempo, ha demostrado su capacidad iluminadora para entender problemas que aún permanecen insolubles en nuestra época. Si,  además,  nos proponemos conscientemente imitar su ejemplo, en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades, podríamos construir un mundo mejor y más justo, que es el único  monumento digno de su memoria.

[1] JM: “La República española ante la Revolución cubana”. Obras completas, editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1975, t. 1, p. 93. ( En lo adelante OC)
[2] José Martí, “Abdala”, OC, t. 1, p. 19.
[3]  José Martí, “Wendell Phillips.” Obras Completas, Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, 2010,  t. 17, p. 168.
[4] José Martí, “Wendell Phillips.”OCEC, t. 19, p. 65.
[5] Miguel de Unamuno: Carta a Joaquín García Monge. Archivo José Martí, La Habana, no. 11, enero –diciembre de 1947, p. 15.

Los pasos que la muerte truncó

¿La carta a Manuel Mercado fue la última que escribió el Apóstol?

Francisca López Civeira

Granma

 

Foto: Obra de Tato Ayress

Los cubanos conocemos, casi de memoria, los dos primeros párrafos de la carta inconclusa de Martí a Manuel Mercado, del 18 de mayo de 1895; sin embargo, ¿qué otras cuestiones el Maestro abordó en esa misiva?, ¿qué proyectos inmediatos tenía?, ¿fue esta la última carta que escribió? Las interrogantes pueden ser múltiples, y veremos aquí algunas repuestas.

El 18 de mayo es la fecha de la carta a Mercado, pero el 19 hay una muy breve dirigida a Máximo Gómez, en la que le habló de lo inmediato: que habían salido «como a las cuatro» para llegar a Vuelta, donde acampó la fuerza de Bartolomé Masó, y le dijo: «No estaré tranquilo hasta no verlo llegar a Vd. Le llevo bien cuidado el jolongo».[1]

La carta a Mercado, comenzada el día anterior, tiene un mayor alcance acerca de lo que Martí proyectaba dentro del desarrollo de los acontecimientos. Respecto a los pasos a seguir, el Apóstol afirmó a Manuel: «Por acá yo hago mi deber», lo que vincula a las expresiones iniciales de impedir a tiempo que los Estados Unidos se extendieran, a partir de Cuba, por nuestros pueblos. Esta guerra llegaba «a su hora» para evitar la anexión de Cuba a los Estados Unidos, ante lo cual preguntaba si México «¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar a tiempo a quien lo defiende?». En sus consideraciones ante este cuestionamiento, Martí planteó la necesidad de saber qué autoridad tendría él u otro para decidir. De acuerdo con eso, él podría definir o aconsejar.

Lo planteado acerca de quién podía tomar las decisiones resulta fundamental para las perspectivas que el gran cubano tenía en aquellos momentos. Él sabía que estaba en una disyuntiva: había quienes pensaban que debía salir y mantener su actividad desde el exterior, mientras él sentía que su deber estaba en Cuba. En carta al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, del 25 de marzo, le había hablado de la vergüenza que sintió ante el riesgo de que Máximo Gómez viniera solo, sin su compañía; de que un pueblo se dejara servir, sin desdén, «de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida». Al amigo decía que cumpliría su deber donde fuera más útil, y pensaba que quizá sería en ambas partes: adentro y afuera.

Martí decía al dominicano: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar»; pero también ya le esbozaba una idea que estaría más explicada en la misiva a Mercado: «Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo que hacemos, Vd. con sus canas juveniles, y yo, a rastras, con mi corazón roto».[2] Estas preocupaciones fueron centrales en su carta inconclusa, en la cual explicó que podía tardar aún dos meses la constitución del gobierno en el campo independentista, el que sería «útil y sencillo», aunque en su criterio sería «obra de relación, momento y acomodos».

El ya nombrado Mayor General explicó que no quería hacer nada que pareciera extensión caprichosa de la representación que tenía, por eso «seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas». Ese era el plan inmediato.

Martí expuso su idea de cómo debía ser ese gobierno, pero estaba consciente de que podía haber formas diferentes, por lo que no tenía certeza acerca de qué posición ocuparía una vez desarrollado el proceso organizativo, de ahí que afirmara: «Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros».

ACTUAR «A TIEMPO»

Lo recogido hasta aquí, de la famosa carta, evidencia el plan inmediato de llegar al centro de la Isla para desarrollar la asamblea a la que debían asistir los representantes de los territorios en guerra. Esto era lo de mayor inmediatez, pero también generaba la interrogante acerca de lo que se aprobaría allí y, en el caso de Martí, qué responsabilidad tendría o no a partir de esos acuerdos. Sin embargo, la carta tiene otros contenidos de gran importancia para el proyecto martiano.

En ese sentido, es imprescindible atender su relato de la conversación con Eugenio Bryson, corresponsal del Herald, quien le dio información importante. Bryson le habló de la actividad anexionista desde adentro y desde instituciones yanquis, y más aún, «me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender este que, sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos». Esto reforzaba su convicción sobre los intereses estadounidenses respecto a Cuba, lo que se vinculaba a los propósitos estadounidenses.

La carta comienza con su exposición de cuál era el objetivo mayor de la guerra iniciada meses atrás: «Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América». Es importante detenerse a meditar sobre la expresión «a tiempo», pues Martí tenía un gran sentido del tiempo histórico; por tanto, para él la urgencia era actuar «a tiempo», aprovechar el margen que aún quedaba para lograr ese objetivo. Eso lo había planteado desde antes, cuando se celebraba la Conferencia Internacional de Washington. El 16 de noviembre de 1889, escribió en carta a Gonzalo de Quesada: «Aún se puede, Gonzalo», y explicaba las razones que posibilitaban «aún» obtener la independencia de Cuba:

«El interés de lo que queda de honra en la América Latina, el respeto que impone un pueblo decoroso, la obligación en que esta tierra está de no declararse aún ante el mundo pueblo conquistador, lo poco que queda aquí de republicanismo sano y la posibilidad de obtener nuestra independencia antes de que le sea permitido a este pueblo por los nuestros extenderse sobre sus cercanías, y regirlos a todos: he ahí nuestros aliados, y con ellos emprendo la lucha».[3]

Como puede observarse, el peligro expansionista fue una preocupación temprana en Martí y, justo cuando se celebró la primera conferencia panamericana, comprendió la importancia de actuar de inmediato, pues la política estadounidense ya estaba activa en sus ambiciones continentales. Por tanto, había que trabajar con rapidez por la organización de la nueva guerra, que era el medio para llegar al objetivo mayor: la revolución.

Su sentido de tiempo histórico se pondría en función de la organización inmediata: crear conciencia, organizar el Partido Revolucionario Cubano y desplegar toda la labor organizativa fuera y dentro de Cuba para la contienda.

Una vez desatada la guerra, en el llamado Manifiesto de Montecristi, firmado por el general en jefe, Máximo Gómez, y Martí como delegado del prc, se proclamó el propósito programático, desde la afirmación de que la revolución de independencia que se había iniciado en Yara entraba en un nuevo periodo de guerra. Para Martí, era fundamental crear las bases y desarrollar el proceso para alcanzar el triunfo en breve tiempo, el poco disponible para ese logro. Su carta del 18 de mayo muestra el quehacer inmediato a desarrollar para enrumbar el logro del objetivo mayor.

La muerte de Martí, el 19 de mayo, fue un golpe muy duro para el proyecto revolucionario, y así lo apreció el propio Máximo Gómez. En su Diario de Campaña, el Generalísimo escribió: «¡Qué guerra esta! Pensaba yo por la noche; que, al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento».[4]

La señalización del lugar de la caída comenzó por la cruz que puso Enrique Loynaz del Castillo en el sitio, cuando fue a precisarlo por indicación del presidente Cisneros Betancourt, y el primer monumento fue erigido con piedras del río Contramaestre por Máximo Gómez y su tropa. Había caído «el alma del levantamiento», según Gómez.

La muerte impidió a Martí desarrollar todo el plan que había concebido, y cuyos pasos inmediatos plasmó en su carta inconclusa. Tampoco se pudo conjurar «a tiempo» el peligro de los Estados Unidos; pero quedó su legado para siempre en el corazón del pueblo cubano, en su entraña profunda.

Fuentes:

[1] José Martí. Obras completas, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, Vol. 4, p. 170.

[2] Ídem, pp. 110-112.

[3] Ídem, Vol. 6, p. 122.

[4] Máximo Gómez: Diario de Campaña. Fundación Máximo Gómez, República Dominicana, 2017, p. 373.

En Dos Ríos, un sol eterno que nos guía

José Martí nos demuestra, a la luz de 129 años, que Dos Ríos no fue su último combate

Mailenys Oliva Ferrales

Granma

Foto: Obra de Roberto Fabelo

Iba el jinete redentor sobre los bríos de su corcel, arengando a las fuerzas libertadoras, cuando –entre un dagame y un fustete– tres disparos enemigos causaron la tragedia. Había caído en combate José Martí. Era la tarde del domingo 19 de mayo de 1895 y, desde entonces, en ese sitio sagrado llamado Dos Ríos, hay un sol eterno que nos guía.

Porque allí, fundida su sangre con la tierra amada, y su legado vital palpitando en los cauces del Cauto y del Contramaestre, el Apóstol se volvió leyenda cierta.

La leyenda de un hombre que germinó en el pensamiento preclaro de otros hijos dignos de la Patria, y en la continuidad histórica de una generación que honró su memoria en el centenario de su natalicio, al tomar las armas como única vía posible para conquistar la independencia.

Bien lo señalaría el martiano mayor, Fidel, cuando afirmó: «(…) Para nosotros los cubanos, Martí es la idea del bien que él describió… De él habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera concebirse una revolución.

De él recibimos, igualmente, su inspirador patriotismo y un concepto tan alto del honor y de la dignidad humana como nadie en el mundo podría habernos enseñado».

Por eso se dice que su muerte fue solo física, porque el Maestro logró renacer en las esencias de un país, en el legado inspirador para otros pueblos pobres del mundo y en el recuento necesario al que hay que acudir cuando se quiere entender la poesía que habita en la palabra libertad.

Ese es el Martí –de hondos sacrificios, grandes renuncias personales y entrega sin par– que tiene que vivir en quienes enseñan en nuestras aulas; en quienes fundan y aman; y en quienes no abandonan la trinchera del honor.

Ese es el Apóstol que lleva tatuado un joven fotorreportero, como santo y seña de lo que es; y el cubano mayor que nos ilumina con su ejemplo, más allá de las antorchas de enero o de la evocación de cada mayo.

Ese es nuestro Héroe Nacional, el que demuestra, a la luz de 129 años, que Dos Ríos no fue su último combate.

Allí quedó adherida a la tierra su sangre generosa, y se erigió luego un obelisco que nos invita a honrar, con la frente descubierta, a ese sol humano que se levanta con Cuba todos los días.

 

El grano de maíz

La impronta del Apóstol no se desvanece con el paso del tiempo; se mantiene viva en un pueblo que nunca olvida a un hombre que vivió y murió por amor a Cuba

Leslie Díaz Monserrat

Granma

 

Foto: obra de Servando Cabrera.

«Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», aseguró José Martí, con la sabiduría que solo tienen los grandes hombres. Bien lo sabía. La carne es pasajera. Ningún ego puede engordar la cola finita de los años. El cuerpo muere, miles de insectos se encargan de convertirlo en nada. El polvo regresa al polvo.

Pero hay hombres que llegan predestinados a este mundo, marcados por la hondura de espíritu, dotados de un alma tan pura, que puede convertirse en el sol moral de una nación. Y Martí, que fue monte entre los montes, hoy es arte entre las artes, y está en todas partes de su tierra amada, como ese signo sempiterno que solo tienen las ideas.

Sus padres quizá no imaginaron que tendrían entre sus brazos al Héroe Nacional de Cuba, que acunaban a un niño que un día dejaría su impronta en la Patria que amó y forjó. El nombre de su tierra no solo lo llevó en el anillo que simbolizó el sacrificio de un niño por sus ideales. Ahí estaba, forjada en hierro, en el  mismo hierro que mordió su carne adolescente. ¡Era solo un niño!

«Mírame, madre, y por tu amor no llores, si esclavo de mi edad y mis doctrinas, tu mártir corazón llené de espinas, piensa que nacen, entre espinas flores», le escribió a quien lo trajo al mundo, a sabiendas de que para un hijo, ningún dolor físico puede compararse con la tristeza que se infringe a quien lo acogió en el vientre.

Justo cuando pensaron que las duras canteras de San Lázaro matarían sus bríos independentistas, fue allí, bajo el sol, que comenzaba a nacer el héroe. Se fraguó como aquel anillo de hierro que tuvo que ser moldeado por los golpes, hasta poder grabarle en su superficie el nombre de la Isla añorada.

Nada detendría al hombre sincero, al que pertenece a ese lugar donde crece la palma, el que conoció de sublimes dolores, porque había entendido que «todo, como el diamante, antes de luz es carbón».

Su verso fue un monte de espumas, de un tono verde claro color caimán, era tan breve y sincero, era el vigor del acero con el que se funde la espada.

Pero no quiso que su existencia solo fuera el verso, el verbo encendido, la palabra fluyendo, la construcción de una idea de país con todos y para el bien de todos. Se empeñaba en demostrar que la palabra iba acompañada por la fuerza del machete, que no existía el miedo, que estaba dispuesto a todo por la libertad de su suelo amado, que tenía el dedo de la metrópolis española sobre la mismísima yugular.

Ahí estaba poniendo el pecho, saliendo de este mundo por la puerta natural, sin ponerse en lo oscuro, a morir como un traidor, era bueno y, como bueno, se entregó de cara al sol.

Pensaron sus enemigos que lo habían borrado de la faz de la Tierra un 19 de mayo. ¡Qué bárbaros! Las ideas no se matan. Cuando la vida ha sido útil, cuando la gallardía es el traje que se cose con el ejemplo, la muerte no existe.

Entonces toda la gloria del mundo, la que cabe en ese grano de maíz, nace y se multiplica, en todas las formas naturalmente posibles, porque allí, donde la semilla muere, crece una planta que crea nuevas semillas que, a su vez, son nuevas plantas con miles de nuevas semillas.

Porque un hombre de la talla de Martí no sabe morir. Es como la pequeña semillita, en la que cabe su gloria, que tiene que dejar la vida para, de múltiples y exponenciales maneras, resurgir.

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