Por Manuel E. Yepe*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Cuando hace cinco años Barack Obama llegó a la Casa Blanca debió enfrentar la situación de crisis económica más compleja que haya encontrado cualquier anterior presidente de su país al asumir el cargo. Tanto fue así, que muchos especialistas consideraron que su postulación como “candidato del cambio” había sido una movida táctica de los poderes fácticos (“the powers that be”) llamada a descargar la responsabilidad por el derrumbe del imperio y la crisis del “American Way of Life” en un presidente ajeno a los elementos que definen  históricamente el modelo “americano” de mandatario: blanco, anglo-sajón y protestante (WASP, por las siglas de estas características en inglés).


Obama tuvo a su favor ser sucesor uno de los presidentes más impopulares en la historia de su país, lo que de antemano le dotaba de cierto crédito en la opinión pública de EEUU.

Internacionalmente, el prestigio de Estados Unidos había caído a su punto más bajo a causa de las agresiones militares declaradas por la administración Bush, todas fracasadas.

Este panorama en la cúpula de la nación líder del capitalismo mundial proyectaba una peligrosa sombra sobre la legitimidad del sistema a nivel global y, habiendo dado muestras de ser un político inteligente y hábil, Barack Obama contrastaba vivamente con su predecesor inepto y mediocre. Gran parte del electorado sentía que él,  joven y mestizo, sería capaz de encabezar el cambio necesitado en una sociedad que por tanto tiempo había sufrido gobiernos conservadores, elitistas y racistas.

En política exterior, la que menos interesa a la mayoría de los estadounidenses, muchos creían que la superpotencia podría contribuir, bajo otra conducción, al surgimiento de un mundo de paz y recuperar el prestigio y los vínculos que alguna vez tuvo con otras naciones.

La comunidad mundial ansiaba un nuevo equipo en la Casa Blanca que significara la renuncia por Estados Unidos a la idea de imponer la agenda global y su modelo de democracia en el mundo; la proyección por Washington de una política favorable al  desarme nuclear sin exclusión alguna; la aceptación el multilateralismo democrático fortalecedor y modernizador de las Naciones Unidas; el fin de las guerras en el Medio Oriente con la retirada de las tropas de EEUU y sus aliados; apoyo estadounidense a una política de paz en el Medio Oriente con reconocimiento y garantías para la nación palestina; reconocimiento de la obsolescencia de la OTAN tras el fin de la guerra fría y necesidad de su desintegración; levantamiento del cincuentenario bloqueo contra el pueblo cubano y devolución a Cuba del territorio ocupado por la base de Guantánamo; renuncia definitiva al propósito de mantener a la América Latina como retaguardia de una política imperial, y fin de la política hegemónica de Washington sobre otras naciones en todo el planeta.

Poderosísimos intereses estadounidenses apoyaron la elección de Obama porque lo consideraron mejor que su oponente para el fin de renovar el liderazgo mundial norteamericano, precisamente por esa imagen diferente que proyecta. Veían en él la posibilidad de salvar la esencia imperialista creándole una imagen menos violenta y cruel, más hábil y negociadora, menos chovinista y más multicultural, con una política menos agresiva y más conciliadora. Creían que Obama constituía un riesgo más o menos grande para la supremacía absoluta de la única superpotencia en el planeta, pero era una cesión imprescindible ante un mayor peligro inminente.

En lo que toca a las fuerzas progresistas, la imprecisa izquierda de la sociedad estadounidense, intuitivamente, se alineó de manera no muy organizada tras el candidato demócrata para darle un apoyo más o menos crítico que se ha mantenido a todo lo largo de estos cinco años.

Consecuente con la tradicional estrategia demócrata en la política estadounidense moderna, las bases obreras, liberales y afroamericanas del partido han dado apoyo al presidente Obama, mientras los fuertes vínculos de los niveles medios y superiores del partido con la derecha corporativa le han garantizado los votos independientes y de centro-derecha que ha necesitado en las elecciones generales.

Está por ver cómo se proyectará el gobernante estadounidense en el último segmento de su mandato, con tantas deudas políticas,  tantas variables indefinidas y un nivel de aceptación popular casi tan bajo como Richard Nixon en su quinto año, tras el escándalo de Watergate. Los expertos vaticinan que, como Jefe de Estado saliente, Obama tendrá gestos en el área social, particularmente en beneficio del segmento superior de la pequeña burguesía y quizás algún tímido aumento del salario mínimo que compense el engaño a las masas populares que le dieron su apoyo… y nada más.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional.

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