Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Estados Unidos de América se diferenció del resto del mundo el día de su nacimiento.


El sistema político diseñado por quienes participaron en las discusiones de la Constituyente, sometiéndolas más tarde a la aprobación ciudadana, marcó la diferencia y puso en práctica un sistema político que por vez primera estableció reglas democráticas de gobierno. Fue tal su trascendencia que pronto las repúblicas al Sur y al Norte del nuevo país, estructuraron sus respectivos estados basados en los lineamientos generales de aquel documento.

La filosofía democrática del liberalismo, nacida en Europa, se hizo realidad en América del Norte. Allí el Verbo se hizo Carne y sus enseñanzas traspasaron fronteras.

En Europa tomó más de un siglo para que los trazos generales del sistema se hicieran viables y su eficiencia social alcanzase niveles similares a los de Estados Unidos. En Latinoamérica la copia no pasó del papel y no fue hasta finales del Siglo XX que sus pueblos recogieron algunas esmirriadas cosechas. Sin la experiencia de gobiernos locales convertida en hábito, la formación de un ideario popular fundado en metas compartidas, y la capacidad de negociar principios, era imposible para esos países obtener resultados iguales. La simple copia de generalidades que nacieron de prácticas sociales de siglo y medio, sin sujeción real a su respectiva Corona, impidieron la introyección de objetivos comunes y su resultado fue la disgregación política y el predominio de los estamentos que los rigió durante cuatro siglos. Se copió el resultado, pero nunca hubo la intención de elaborar la fórmula.

No obstante, con el tiempo, el protagonismo ciudadano se ha hecho patente a profundidad en esas latitudes, mientras que, en Estados Unidos de América, la bonanza económica y el pragmatismo inculcado por la búsqueda obsesiva de confort, condujo a una gradual despolitización del conjunto social.

Periódicamente, los problemas sociales causados por las desigualdades, los prejuicios, el racismo, los hábitos machistas, la vejez poblacional, la influencia de los capitales sobre una gran proporción de las representaciones políticas, han originado sacudimientos ciudadanos, exigiendo reajustes. Pero nunca la reacción ha rebasado la superficialidad de votar por promesas que en esencia ofrecen lo mismo, ofertadas en nuevos envases.

Ningún candidato ha traspasado la barrera del desafío al sistema, como ha ocurrido en esta oportunidad con Bernie Sanders e incluso Donald Trump, quien a pesar de caer en la categoría que manidamente llamamos derecha, presenta un programa de gobierno casi igual al de Emiliano Zapata en el México de su tiempo, por lo cual algunos podrían catalogarlo de revolucionario. Y no por el mero hecho de clasificarlo de derecha podríamos negar que sus propuestas significan ciertas ventajas, al menos a corto plazo, para las clases trabajadoras del país. Sus propuestas contienen una gran dosis de un “nacional socialismo” “made in usa”.

El Partido Demócrata, desde antes del gobierno de Bill Clinton, se distanció en esencia de los trabajadores y se concentró únicamente en la élite formada por el sector o la clase (como quiera Ud. llamarle) profesional: médicos, abogados, ingenieros, programadores, empresarios, artistas, escritores, financieros y otros de los llamados genios creadores (Thomas Frank “Que pasó con el Partido del Pueblo). Este grupo, al que pertenece Bill Clinton, perciben ingresos altos al igual que los 13 millones de trabajadores de la industria manufacturera, excepto que, para esos trabajadores, esos altos niveles salariales no son suficientes para tener igual fácil acceso a muchos beneficios, como la educación, salud y otros. Para ellos estos beneficios representan un sacrificio en el estilo de vida idealizado por la sociedad estadounidense.

La identificación de Partido con ese grupo devenido en élite, lo ha distanciado de los 13 millones mencionados y del 80% de los 113 millones de trabajadores de servicio que reciben salarios inferiores a 15 dólares la hora y la mayoría de ellos por debajo de los 10 dólares, según el Buró de Estadísticas Laborales.

En estas elecciones primarias, los planteamientos de Bernie Sanders, no sólo exigen rescatar ese sector, comprometiendo al resto, sino que desafía procedimientos democráticos que tienden a preservar élites por encima de las mayorías. Por otro lado, defiende el rol del Estado como garante de necesidades ciudadanas básicas para el crecimiento sostenible y equitativo de la sociedad, garantizando de esa manera la igualdad de derechos de toda la población. Su discurso es la premonición de un socialismo Siglo XXI estilo estadounidense, con más apertura y menos sujeto a la autoridad personal.

Donald Trump por su lado, con sus llamados xenofóbicos, su nacionalismo descabellado de cerrar fronteras y su utopía de deshacer interrelaciones desarrolladas por un largo proceso económico internacional, encadenado por sólidos eslabones, mina los elementos estructurales del Partido, secularizándolo. Al propio tiempo, despierta inquietudes sociales y cuestionamientos de las direcciones políticas que, unido al discurso de Sanders, son un peligroso reto para las fuerzas tradicionales del Poder estatal. La tendencia de este proceso está afectando no sólo los “establishment” partidistas, sino también las actuales estructuras de Poder dentro del Estado.

La intensidad de las protestas generadas por ambos discursos, especialmente por la xenofobia de Trump y su constante apelación a las bajas pasiones, reviven la década del sesenta, pero esta vez con una población politizada, altamente informada. Las ciudadanías que aceptan el statu quo, reduciendo la política a la acción exclusiva de exigir mejores beneficios económicos, se estancan. La historia está lejos de ser superada y quizás nunca lo sea porque las necesidades y los derechos políticos continuarán. La participación ciudadana y la estabilidad pública no se mide por la aceptación de cómo se administra el Estado, sino por su incesante cuestionamiento y reto. Cuando una población deja de desafiar la autoridad, ya sea de una u otra forma, se estanca y la sociedad estadounidense parece estar escogiendo el hábito europeo de la inconformidad, con lo cual se dinamiza. Su ventaja por encima de la europea es que sus condiciones geográficas la favorecen. Al estar más protegida de procesos migratorios incontrolados, cuenta con mayor probabilidad para lidiar con las crisis que ese fenómeno puede ocasionar, haciendo más fácil la administración de las políticas nacionales.

Si Estados Unidos y Europa se diferenciaban por el modo como ejercían la participación ciudadana, la inseguridad de ser gobernados sólo por la esperanza los estimula a reaccionar de igual manera y parecen estar considerando seriamente el derecho de ser protagonistas de sus destinos. Agarrar las calles, escuchar y discutir los temas en asambleas, se convierte en práctica común. Incluso rebelarse contra la incitación a la violencia manifestada por Donald Trump es un modo de asumir responsabilidad en la dirección política y social del país. Parecería que lentamente, las visiones del mundo de ambos Continentes se identifican. Como hemos dicho otras veces, Sanders no saldrá candidato a la presidencia, pero puede inaugurar una nueva era para la política estadounidense y tanto sus seguidores como muchos de aquellos que han apoyado a Donald Trump, pudieran terminar unidos y revolucionar juntos las estructuras del Partido Demócrata.

Así lo veo y así lo digo

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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