Por Manuel E. Yepe*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- En septiembre de 2017, millones de estadounidenses en Puerto Rico padecieron los embates del ciclón María. Según un estudio realizado meses después del evento, se perdieron escuelas, empleos, hogares y más de 4,000 vidas.


Pero cuando el presidente Donald Trump visitó la isla el 3 de octubre de ese año, no respetó luto alguno. Se estaba haciendo el tonto. En un centro de socorro en las afueras de San Juan, imitó los movimientos de un jugador de baloncesto al hacer tiros al aro. Con varios rollos de toallas de papel con su brazo izquierdo y las yemas de los dedos de su mano derecha, los lanzó uno tras otro a la multitud de fotógrafos.

Que el presidente hiciera payasadas en momentos de angustia es cosa acostumbrada ya en el personaje. Pero el letal desprecio de los estadounidenses del continente por Puerto Rico es también una constante histórica. Cuando Franklin Roosevelt dijo que “la única solución” a la pobreza de la colonia era “usar los métodos que Hitler usó efectivamente” -refiriéndose a la esterilización forzada- estaba revelando un racismo contundente, chocante hasta en Trump.

Daniel Immerwahr, en su libro “Cómo ocultar un imperio, una historia de Estados Unidos”, explica cómo los residentes de Estados Unidos se han olvidado de Puerto Rico y otros territorios que ha controlado desde sus primeros días. El libro no se refiere a persona, ni lugar o evento alguno en particular, trata de lo que la gente piensa o no piensa. Fija su atención en “las fuerzas que han hecho que los estadounidenses olviden y así impidan una valoración moral sobre el imperio y su animador, el racismo”.

Esta inconsciencia es muy extraña. Otras potencias imperiales de los siglos XIX y XX no sólo pensaron mucho en sus posesiones, sino que también se preocuparon por ellas. Británicos y franceses, belgas y japoneses han celebrado su imperio con fiestas, himnos y desfiles.

Esos imperios proporcionaban prosperidad económica y con ello afirmaban su superioridad nacional. De todos los grandes colonizadores, sólo EEUU apartaba sus ojos de tal circunstancia.

Immerwahr llama a que los estadounidenses observen el verdadero contenido del imperio estadounidense. Que su principal preocupación no sea el metafórico imperio de la United Fruit sino el de los espacios más allá de sus fronteras que Estados Unidos compró, conquistó, anexó y gobernó.

Geográficamente, Puerto Rico, Guam, una colección de otras pequeñas islas y unas ochocientas bases militares conocidas diseminadas por todo el mundo abarcan un reducido territorio, no significan mucho por su extensión, aunque sirvan de alguna manera para valorar el poder de Estados Unidos. En 1791, las cosas eran distintas, porque sólo el 55% de los territorios de Estados Unidos estaba limitado por estados. El resto era administrado federalmente sin que la Constitución precisara algo sobre el asunto. Sólo el Congreso y el presidente tenían autoridad fiduciaria sobre ellos.

De todos los grandes colonizadores, sólo los estadounidenses apartaron los ojos de esta realidad. A medida que los colonos europeos “blanqueaban” esos territorios, se aseguraban de su admisión en la unión. A mediados de la década de 1830, se presentó una propuesta de crear un estado nativo-americano, el Territorio Occidental, dentro del área llamada Indian Country (País Indígena), pero la propuesta fracasó. A partir de entonces, el Indian Country fue reduciéndose hasta llegar a tener su extremo Sur en lo que hoy es Oklahoma. Docenas de tribus concentradas allí solicitaron colectivamente la estadidad, pero no llegaron a obtenerla. Sin embargo, Oklahoma fue admitida en 1907, con fronteras trazadas para asegurarle una amplia mayoría de habitantes de piel blanca.

Oklahoma fue una de las últimas áreas continentales en obtener la estadidad, pero ya medio siglo antes, Estados Unidos se estaba expandiendo al extranjero. En 1857 los estadounidenses comenzaron a anexarse islas del Caribe y el Pacífico Sur para obtener el precioso guano (excremento de guanaco). Las emisiones de efluentes de las aves marinas se endurecen en una corteza nociva y rica en nitrógeno, que resultó ser un fertilizante muy útil. En 1904, Estados Unidos había reclamado casi cien islas guaneras.

Aunque los fertilizantes más baratos reemplazaron en gran medida al guano, la fiebre de ese oro blanco dejó huella duradera en el imperio estadounidense. Inaugurando un patrón que se repetiría una y otra vez, los especuladores lideraron el esfuerzo en el extranjero, y el gobierno federal los respaldó militar y legalmente.

Más importante aún fue que la administración de Franklin Pierce (14º Presidente de Estados Unidos de 1853-1857) declaró, y el Congreso codificó, que cualquier isla en la que un ciudadano estadounidense descubriera el guano sería una “pertenencia” estadounidense, un término escurridizo que disimula otros como la “posesión” o “colonia” o “estado libre asociado”.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.

  • Especial para el diario POR ESTO! de Mérida, México.

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