Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- La Cumbre de las Américas, evento que supone ser un foro donde coinciden en amigable encuentro los países del hemisferio americano, está planeada para celebrarse en junio de este año en California. Paradójicamente, Cuba, además de Venezuela y Nicaragua, parece que no serán invitadas por la actual Administración del presidente Biden.


Un evento hemisférico donde las diferencias ideológicas quedaron a un lado en época del presidente Obama vuelve a ser víctima de la grandiosidad patológica de Estados Unidos y especialmente de la aberración de sus gobiernos de escuchar las voces rencorosas de cubanos que apelaron a la servitud de aceptar a pie juntillas, las políticas hegemónicas y despreciativas de Washington hacia los pueblos del Sur y del Caribe, justo a comienzos del proceso de la Revolución Cubana.

Contradictoriamente, al tiempo que justifica su veto alegando la violación de derechos humanos que cometen Cuba y Venezuela, anuncia un retroceso parcial de las medidas coercitivas impuestas a Cuba por Donald Trump y autoriza ciertas operaciones petroleras con Venezuela la cual ha sufrido el embargo de esas operaciones por disposición de Washington. Pura política barata de barrio ante los desequilibrios provocados por la pandemia y especialmente por la guerra en Ucrania que, en gran medida, ha sido provocada, azuzada y alimentada por ineptitud de Estados Unidos. En ese caso, se olvidan de las violaciones de los derechos humanos aludidas, de lo cual nos alegramos, pero no deja de ser una contradicción amoral.

La pertinaz postura de ese país, insistiendo en sus principios de gobierno como los únicos verdaderos y querer convertirlos en un asunto de necesario cumplimiento por todos los países de la región, disminuye su estatura ante quienes creemos que lo inviolable es el respeto a los demás, al prójimo y al vecino.

Al igual que resulta incongruente crearle dificultades económicas a una nación con el consecuente deterioro de sus fuentes de abastecimientos, producción y distribución de alimentos, afectando en primer término a la población, en tanto que el gobierno sigue su curso, como ha sucedido durante los últimos sesenta años con Cuba, a pesar de las sanciones impuestas por Washington.

Todo eso huele a capricho, pero sabemos que, en realidad, no es resultado de una perreta infantil. Estamos tratando con un gobierno muy serio, un estado que lo controla todo con mano de seda, con el cual se puede jugar soccer, pero sin empujones. En fin, no se trata definitivamente de un capricho del Coloso Norteño.

Detrás de esa política pertinaz está la mano revanchista, rencorosa, disgustada, infiel a sus compatriotas, de una mayoría del sector cubano que abandonó la Isla antes de 1980. Está influencia de personas para quienes las heridas recibidas por la dinámica del proceso de la Revolución Cubana, es más importante que las dificultades que significan esas sanciones para los habitantes de Cuba, ha sido nefasta para normalizar las relaciones entre ambos países y bochornosas para una nación tan poderosa como Estados Unidos.

Las sanciones recién eliminadas a medias por el gobierno de Biden, pretenden mostrar la disposición de Washington para conversar con Cuba. Pero las mismas fueron prohibidas por la administración Trump luego que habían sido implementadas por Barack Obama en supuesta acción de buena fe, en vísperas y durante el proceso de normalización diplomática inaugurado por su gobierno luego de más de medio siglo sin embajada en Cuba.

La puesta en vigor de viejas disposiciones aprobadas por un gobierno donde el presidente Biden ocupó la vicepresidencia y hacerlo a medias, porque ni siquiera las restituye en su forma original, no es adelanto alguno en términos de política hemisférica.

Por actitudes como estas es que, durante el transcurso de los últimos diez años, Estados Unidos ha perdido influencia en la región, donde ya aparecen respondones que antes eran callados con un cañazo de unos millones de dólares o desestabilizando gobiernos y reemplazándolos con el primer tránsfuga dispuesto a vender la independencia del país.

Estados Unidos continúa aplicando a México, Suramérica y el Caribe, áreas de su influencia, políticas erradas, cuando podría beneficiarse altamente con una relación de cooperación y ayuda objetiva que respondiese a los intereses económicos de ambas partes sin infringir el orden político existente y las formas de gobierno de las otras naciones.

Lo triste del caso es que lo sucedido respecto a Cuba proviene de esa atadura del sistema político estadounidense, que consiste en escuchar comités del Senado o departamentos ejecutivos o el compromiso electorero de salvaguardar senadores y representantes de los estados, lo cual obliga al Ejecutivo acceder a pedidos de baja afectación para Estados Unidos por parte de los solicitantes, pero que pueden ser de alta peligrosidad para terceros intereses de personas o países.

Es el caso del senador Bob Menéndez de New Jersey y otros senadores y representantes de otros estados, en especial de Florida, que juran apoyo a los programas del presidente, a cambio de imponer sanciones a Cuba que, en la realidad sólo son útiles al espíritu de revancha de un electorado enfermo, pero muy rico, de viejos cubanos y viejos capitales de igual origen.

Es una ignominia que un sistema político que tiene sus ventajas, especialmente porque existe en medio de la bonanza económica de una producción y desarrollo aplastantes, se preste a utilizar semejantes medios, torcidos y ruines, que a veces hacen dudar si existe, en algún rincón en ese estado, una gota de pureza humanitaria.

 

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

 

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