Por Salim Lamrani* / Université de La Réunion - Foto: Virgilio Ponce
Ayudando e instigando con su apoyo material y político al gobierno supremacista de Benjamín Netanyahu, los países occidentales han quedado desacreditados ante la opinión publica mundial, que asiste horrorizada al genocidio que se está cometiendo contra el pueblo palestino.
Desde las masacres del 7 de octubre de 2023 perpetradas por el Hamas que cobraron la vida de 400 soldados y 800 civiles, no ha dejado de llover un diluvio de fuego de una barbarie incalificable sobre la población de Gaza, abandonada a su suerte. Hasta la fecha, según las cifras disponibles, han muerto más de 35.000 personas – la mayoría mujeres y niños – y casi el doble han resultado heridas. La cifra real de muertos es probablemente mucho mayor, ya que casi 10.000 personas siguen desaparecidas, sepultadas bajo los escombros. La población de 2,3 millones de habitantes –muchos de ellos niños –, está traumatizada de por vida, sin agua, sin alimentos, sin combustible, sin viviendas, sin hospitales y sin un lugar seguro donde buscar refugio en esta pequeña zona de 365 kilómetros cuadrados arrasada por bombardeos indiscriminados.
La violencia del 7 de octubre de 2023 no tiene precedentes en cuanto al número de víctimas israelíes, en su mayoría civiles, lo que constituye un crimen de guerra según la Convención de Ginebra. Por otro lado, es tristemente banal en cuanto a las pérdidas humanas en el conflicto colonial entre Israel y Palestina. La Operación “Plomo Fundido” lanzada por Tel-Aviv en 2008 causó la muerte de 1.330 palestinos, entre ellos casi 900 civiles, y la Operación “Borde Protector”, en 2014, costó la vida a más de 2.100 palestinos, entre ellos 1.700 civiles, por citar sólo dos episodios sangrientos. Una vida humana israelí es tan valiosa como una vida humana palestina y los civiles, independientemente de su nacionalidad, nunca deben ser el objetivo de operaciones militares, tal y como exige el derecho internacional humanitario. Del mismo modo, los civiles nunca deben ser tomados como rehenes, y menos aún las mujeres y los niños, ya sea en los túneles de Gaza o en las cárceles israelíes donde cientos de personas languidecen sin juicio.
El drama actual que se desarrolla en Gaza tiene una causa: la colonización y la ocupación de tierras palestinas por parte de Israel, el régimen de Apartheid infligido a la población y el bloqueo impuesto al territorio desde 2007. En lugar de exigir un alto el fuego inmediato, el respeto de los principios fundamentales del derecho internacional, la apertura de un proceso de paz y el retorno a las fronteras de 1867, países como Estados Unidos, Alemania o Francia, por citar sólo algunos, son cómplices de esta operación genocida al suministrar armas al régimen de Netanyahu – cuya supervivencia política depende únicamente de la continuación de las hostilidades – y contribuyen al exterminio de un pueblo. Los principales gobiernos occidentales se han hundido así en una bancarrota moral, exponiendo al mundo su duplicidad y sus principios de geometría variable. Sin este flujo continuo de armas, Israel no podría continuar su política de destrucción.
Esta bancarrota moral concierne también los grandes medios de comunicación que, salvo raras excepciones, retransmiten la propaganda de guerra del gobierno israelí, acentuando así el desprestigio que ya les aflige desde hace muchos años. En lugar de presentar la espantosa realidad de este drama y sus causas subyacentes, prefieren eludir las verdaderas responsabilidades, minimizar la magnitud de la tragedia, desviar la atención de la opinión publica, discutir sobre los términos – a pesar de la decisión de Corte Internacional de Justicia, que se refiere a un riesgo de genocidio, y de las claras declaraciones publicas de los principales responsables políticos de Israel – y degradar a los partidarios de la paz esgrimiendo la infame acusación de antisemitismo, desacreditando así la noble causa de la lucha contra el racismo y todas las formas de discriminación.
No obstante, hay un signo de esperanza en los jóvenes de todo el mundo, en particular de Occidente, que manifiestan en institutos y universidades su rechazo a los crímenes cometidos y su reclamo de una paz justa y duradera en Medio Oriente. A pesar de la represión gubernamental, oponen una resistencia pacífica, conscientes de que, en última instancia, defienden la causa de la humanidad. Denuncian la suerte del pueblo palestino, martirizado por una potencia ocupante que no tiene más que desprecio por la vida humana, incluidos sus propios nacionales retenidos como rehenes. En nombre de los valores universales de justica y del derecho inalienable de los pueblos a la autodeterminación, los pacifistas israelís y muchos ciudadanos de fe judía en todo el planeta rechazan también los horrores cometidos en Gaza, conmovidos por la desesperación de los palestinos y conscientes también de que la imagen de Israel ha sido manchada para siempre por la locura destructora de un régimen colonizador y mesiánico.
Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos por la Universidad de la Sorbona, Salim Lamrani es profesor de Historia de América Latina en la Universidad de La Reunión y está especializado en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Su último libro se titula Au nom de Cuba: https://www.editions-harmattan.fr/livre-au_nom_de_cuba_regard_sur_carlos_manuel_de_cespedes_jose_marti_salim_lamrani-9782140294099-77782.html
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