Raúl Antonio Capote - Granma / Resumen Latinoamericano
Ni todos los proyectos subversivos de EE. UU., en conjunto, han logrado barrer con las aspiraciones progresistas en el mundo
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, las élites dominantes de EE. UU. estimaban que «la potencia más grande del mundo» saldría de su intervención en el conflicto como una gran potencia hegemónica del planeta.
Para lograrlo era preciso crear un sistema de inteligencia que no fuera tan solo una mera base informativa para la toma de decisiones sobre política exterior. Había que ir más lejos. Sobre esa premisa nació la cia, en 1947.
Estandarizar y divulgar por todo el mundo la cultura y el modo de vida estadounidense, derrotar en el terreno de las ideas al socialismo, iban a ser las prioridades de la nueva organización. La Agencia funcionaba como un gran ministerio de cultura, con todo occidente a su servicio.
Durante la batalla simbólica entre los dos sistemas, que caracterizó a las décadas de 1960, 1970 y 1980, una visión idealizada de la vida cultural en el capitalismo fue marcando el imaginario de muchos, especialmente de los jóvenes.
Los medios y la ingeniería de la manipulación de las masas, edificaron y blindaron el mito de la Liberty estadounidense.
Después del triunfo y con la validación en el tiempo de la Revolución Cubana, luego de la costosa derrota del imperio en Vietnam y el avance de los movimientos de liberación en el mundo, las élites del poder real en EE. UU. sintieron amenazada su hegemonía.
La posibilidad de un cambio radical en la correlación de fuerzas a favor de la urss y el campo socialista se convirtió en motivo de temor permanente para las fuerzas dominantes.
Así las cosas, el 9 de junio de 1982, el entonces presidente Ronald Reagan presentó al mundo, en un discurso ante el Parlamento Británico, el nuevo «plan estratégico» para derrotar de una vez por todas al socialismo, el Proyecto Democracia.
Para 1983, como parte del plan, se crearon en EE. UU. el Fondo Nacional para la Democracia (ned) y el Instituto Albert Einstein, ambas instituciones bien conocidas, la primera como fachada financiera de la subversión y, la segunda, como «academia» de prácticas desestabilizadoras como las llamadas Revoluciones de Colores.
A la enorme cantidad de recursos humanos y materiales dedicados a derrotar al socialismo se sumaron errores que fueron lastrando las respuestas culturales en Europa del Este y preparando las condiciones para su quiebre.
Como bien apunta el destacado intelectual venezolano, Luis Brito García: «A la larga el aparato político no puede defender victoriosamente en la guerra, o imponer en la paz, lo que la cultura niega».
Los proyectos socialistas en esa región sucumbieron a la ofensiva del capitalismo encabezada por Washington; pero ni la cia, ni la guerra cultural, ni el Proyecto Democracia y sus derivados lograron barrer, como pretendían, con las ideas socialistas y progresistas en el mundo.
El «fantasma» del comunismo y las ideas socialistas que tanto atemorizan a los poderosos, siguen vivos.
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