Cristóbal León Campos - Cubainformación.- ¿Es la tolerancia un paso a la transformación de nuestras sociedades?, y si es así, ¿cómo distinguir la justa medida de la comprensión de la diversidad de pensamiento y cultura en un diálogo social urgente ante la difusa imposición de sutiles formas de opresión sistémica justificadas entre comillas por el discurso que niega el derecho a discrepar de las verdades autoritarias?
Las lecturas de Paulo Freire, Pedagogía de la tolerancia (2006), y de Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (1971), hoy encuentran similitudes que reafirman la continuidad de una necesidad cada vez más extenuante; la de un mundo compuesto de sociedades diversas en las que verdaderamente la palabra tolerancia sea una praxis consciente en la cotidianeidad, y no un deseo lejano que emborrone cuartillas y engalane contradicciones sociales.
Los textos, puestos a la luz de la experiencia personal, me posicionan ante actitudes y acciones personales y colectivas, pues quién está libre de incongruencias que le hagan pendular entre la tolerancia y la intolerancia, y en específico entre la tolerancia simulada a la que Freire cuestiona y la indiferencia que, al final de cuentas, no es otra cosa que permisión de injusticias en un mundo de contradicción y violencia constante.
Y es que, al mirar el mundo, al posicionarme frente a él, no puedo ocultar la preocupación que agolpa los sentidos por la vigencia de los postulados, por las venas aún abiertas de Nuestra América, la de Simón Bolívar, José Martí, José Carlos Mariátegui, Eduardo Galeano y más, y al constatar que el discurso de la tolerancia e intolerancia sigue siendo usado como una forma de “justificar” la descalificación de las voces que cuestionan, las que sin temor abren las heridas y se adentran en ellas para señalar lo que duele y se oculta, las voces que no callan a pesar de los peligros, las que gritan por todos y todas quienes dieron sus vidas para que hoy estemos aquí, esas voces que han dado forma a este mundo al nombrarlo y sacudirlo, no para burlar la dolencia, sino para encontrar las raíces clavadas como estacas, esas que hacen continuo el sangrado, a veces seco, de las sociedades desiguales, de los pueblos negados, de las mujeres oprimidas, de los obreros explotados, de los pueblos originarios invisibilizados y discriminados, de las naciones saqueadas por el colonialismo y neocolonialismo, de las guerras imperialistas cuyo trofeo es la división del mundo perpetuando la dependencia y la falta de desarrollo. Y es con esas voces, las humanas, las que humanizan, las que liberan, con las que está y ha estado mi tolerancia, en ese reconocimiento del derecho a discrepar, a no callar, a no renunciar a ser y creer más allá de las adversidades, y claro que esto partiendo siempre del espejo personal, pues no hay liberación sin deconstrucción del ser, de mi propio ser, de aquel que también ha sido intolerante cuando debió sólo escuchar y aprender.
Y creo que es ahí, en ese aprender y escuchar donde se despierta la conciencia humana, donde rompemos las cadenas que nos atan a viejas estructuras sociocuturales, y nos ponen, primero, frente a nosotros mismos, para después, si nos atrevemos, leer el mundo con una mirada renovada pero continua, pues la tolerancia es transformadora si reconocemos que aún tenemos venas abiertas por las cuales luchar y transformarnos como un ejercicio de tolerancia consciente. Y creo que la Fogata Freireana “Mayab, un renacimiento pedagógico”, es también un ejercicio de tolerancia, pues es una oportunidad de repensar el mundo desde uno mismo.
Por ello, asumo, nuevamente, el compromiso de multiplicar las fogatas, escribir sobre las venas abiertas y las heridas aún supurantes, así como sobre el ejercicio interior de aprender en tolerancia respecto al mundo diverso que me rodea; siempre buscando la transformación social y con la meta de un mundo humano y mejor.
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