Cristóbal León Campos - Cubainformación.- El Día del Internacional de las y los Trabajadores, conmemorado cada primero de mayo, es una efeméride que refiere a la importancia central de los proletarios en el mundo para la edificación de las sociedades, ya que la fuerza de trabajo de la clase obrera es la que genera la riqueza de las sociedades que los gobiernos “administran” o debieran hacerlo a favor del bienestar colectivo.
Este es un día para hacer conciencia, para reivindicar los derechos violentados del proletariado, es un símbolo de la importancia que tiene el trabajo para el desarrollo social, siempre recordando que el trabajo no es una cuestión abstracta, sino una acción humana que debiera estar encaminada a la satisfacción de la necesidades materiales y subjetivas de todas las sociedades, y no al enriquecimiento de un pequeño sector de la población mundial, mismo que despoja a las y los trabajadores de su creación y de sus derechos, negándole el bienestar humano.
La explotación, pieza central en el capitalismo, en los últimos años se incrementó, agudizándose la precariedad y la pobreza, esto, junto a la violación sistemática de todos los derechos del proletariado, ya que, como es bien sabido, el aumento del horario laboral sin el pago de horas extras, los despidos injustificados, el recorte a los salarios con el pretexto de la “afectación a la economía” por la pasada pandemia de Covid-19, las guerras en el mundo, los aranceles, y un sinfín de injusticias que perduran, conforman una realidad insoportable que requiere un cambio profundo y sistémico, dando paso a la conformación de otra sociedad alejada de la desigualdad natural del capitalismo y basada en la dignidad de los seres humanos.
Carlos Marx escribió a lo largo de su vida tesis fundamentales que explican y demuestran la necesidad de la superación de la lógica capitalista impuesta sobre el trabajo, ya que la expropiación y acumulación de la riqueza que genera la propiedad privada, junto a la extracción de la plusvalía –sustento de la explotación-, son las razones centrales de las enormes brechas de desigualdad que aún hoy observamos. La no distribución socialmente equitativa de la riqueza y su uso para el enriquecimiento particular, son injusticias intolerables que necesariamente deben quedar atrás si buscamos una sociedad alejada de los grandes focos de pobreza y rezago que tanto gustan ser comentados por gobiernos y analistas sistémicos, pero que nunca son resueltos.
Esta situación de injusticia, se refleja de manera coyuntural en el reclamo por el respeto de la dignidad de las trabajadoras y de los trabajadores, y ante el acomodo geopolítico por las disputas imperialistas en el mundo, lo que pone a las y los proletarios en una situación de gran vulnerabilidad que sólo se supera con la conciencia de clase y la reconquista de las libertades y de los derechos arrebatados. Bajo nuestra perspectiva, la necesaria transformación social refiere al resurgimiento del socialismo como el camino para el bienestar de la humanidad.
En este sentido, Marx fue muy claro en su ensayo “Trabajo asalariado y capital” (1849), al expresar, sin titubeos, que en la relación entre el trabajo asalariado y el capital subyace el origen de la esclavitud del proletariado, y ahí se fundamenta la dominación capitalista que vivimos. Y esto último, es justo traerlo al presente, sobre todo con relación a la aún pendiente resolución de la propuesta para la reducción de la jornada laboral semanal a 40 horas, 5 días de trabajo y 2 de descanso en México, siendo una propuesta que puede representar una mejora para las y los trabajadores, sin que sea la panacea resolutiva de las injusticias que hoy padecen millones de proletarios. Pero esta propuesta es rechazada por un amplio sector del empresariado y la burguesía, bajo el supuesto “argumento” de que pondría en riesgo el trabajo y a las empresas, cosa totalmente falsa y que se ha usado para generar temor en la sociedad, incluso entre sectores de trabajadoras y trabajadores. Sin embrago, la realidad es que en países más desarrollados, mismos que son tomados como referentes por los políticos mexicanos conservadores, la jornada laboral semanal es de 40 horas o menos, con dos días de descanso pagados para los proletarios, una condición laboral de la que estamos muy lejos aún en nuestra nación, y que, en realidad, como proponen voces revolucionarias y preocupadas por el bienestar social, debiera ser de 35 horas como máximo y con la garantía de todos los derechos laborales que hoy son pisoteados.
El proletariado, como indicó Marx, no es libre en el trabajo y de ahí se extrae su interpretación del trabajo enajenado, ya que durante las horas laborales las y los trabajadores viven un proceso de alienación que los desproveíste de la esencia humana, lo que impide la plenitud y la dignidad necesaria para poder hablar realmente de desarrollo humano y bienestar social. En los Manuscritos Económicos-Filosóficos de 1844, Marx señala que el proletario “en el trabajo no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a otro”. En México, no se puede negar que la explotación laboral persiste y que en muchos casos es extrema, esto junto al hecho de que desde hace décadas la autoexplotación –llamada emprendimiento- ha favorecido la pérdida de derechos laborales, reduciendo la responsabilidad de los patrones en la relación laboral.
El reconocimiento de los derechos laborales requiere de la voz y fuerza de la clase obrera para la superación de las barreras sistémicas que desvalorizan el trabajo asalariado y condicionan a las y los trabajadores a una vida de explotación y precariedad, mas no olvidemos que la justicia para la clase obrera está en su propia consciencia.
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