El escritor y premio Nobel, Mario Vargas Llosa, en su casa, en Madrid. Foto: Samuel Sánchez.


Jimmy Calla Colana

Cubadebate

No. No siento pena. Ni un ápice. Ni media lágrima impostada. Ni un suspiro mal invertido. ¿Pena? Sería como llorar por el verdugo porque escribe con pluma de cisne y contorsiones tecnicistas. No puedo -ni quiero- separar al escribidor del personaje, al narrador de su cruzada ideológica contra la sensibilidad social, al “genio” y su agenda empedernida. Este señor -permítaseme el título solo por protocolo- nos dejó, sí… pero tuvo deudas con la historia y con la decencia literaria.

Nos hizo daño. Mucho daño. El tipo sabía conjugar los verbos mejor que nadie, sabía de técnicas, pero nunca aprendió a conjugar la empatía con la justicia, la libertad con la solidaridad. A mí, cuando lo nombran, ya no me llegan aquellas frases de su juventud que me deslumbraron entre páginas amarillentas, sobre todo la defensa que hizo a Cuba. Ahora me asaltan las otras líneas, las invisibles, las que escribió con sus actos: las que aplauden a sus dictadores, las que se arrodillan ante reyes, las que susurran al oído de los banqueros, las que condenan a los pueblos que luchan por su liberación, los que se burlaron de la muerte de nuestros hermanos aimaras del sur, las que viven y conviven con la clase dominante y se desviven por agradar al imperio.

Separar la obra del autor, dicen. ¡Qué idea más cómoda para los que nunca han sentido el filo de esas ideas en la piel! Lo suyo no fue solo literatura: fue cruzada infernal, fue panfleto perfumado, fue sermón neoliberal con tinta fina parosmial, en contra de América Latina y Cuba libre.

Y ahora, mientras su familia espera condolencias del rey, del imperio o de la señora K -esa misma a la que le hizo reverencias y quemó incienso cuando apoyó al fujimorismo para enfrentar al maestro andino que osó ganar una elección-, yo solo puedo pensar en lo bien que supo reacomodarse y hacer contorsiones para traicionar. ¡Bravo! Lo hizo con elegancia. Con erres bien pronunciadas, con trajes almidonados y planchados, con editoriales de domingo fétido. Un verdadero caballero de las sombras y tinieblas.

Siempre fingió ser lo que no era. No posó de “progre” ni de rebelde de salón. Se mostró, con todo el pecho inflado, como el defensor más pulcro del sistema más podrido, el capitalismo. Y por eso fue premiado, claro. Escribir bien y pensar mal suele tener buena acogida en ciertos círculos. Lo coronaron con el Nobel, ese que a veces se entrega no solo por estilo, sino por utilidad ideológica. Sino veamos: “La tía Julia y el escribidor”, son las relaciones íntimas que él  tuvo con su tía; “Pantaleón y las visitadoras”, trata de la venta del cuerpo de bellas señoritas en un cuartel de la selva; “La casa verde”, es la historia de un prostíbulo en Piura; “Travesuras de una niña mala”, es la historia de amor entre un traductor de sueños modestos y una mujer fría, manipuladora y cruel dispuesta a lo que sea con tal de obtener sus deseos mundanos; “Cinco esquinas”, es la historia de dos mujeres que hacen el amor; y podemos seguir.

Vargas Llosa quiso asimilar las nuevas técnicas narrativas de autores europeos y estadounidenses desarrolladas a lo largo de la primera mitad del siglo XX y no pudo. Su fuente de inspiración fue el sexo, la frivolidad, agradar al imperio y el vil metal.

Jamás tendrá la sensibilidad social y humana de un José María Arguedas, César Vallejo, Manuel Scorza, José Martí, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, el mismo Eduardo Galeano y muchos otros. ¡Jamás!

Se fue. Y con él se va el último caballero del neoliberalismo con ínfulas literarias. El último converso que defendió a Cuba antes de venderla por una cátedra. El hijo del Perú que, al conocer Europa, se deslumbró “boqui abierta” y prefirió ser súbdito de España. El latinoamericano de nariz indígena que deseó ser otra cosa -más blanca, más acultural, más europea, más distante de la Arequipa serranal.

No lo despiden con pompas. Estarás solo, será algo privado sin las honras y los típicos discursos monarquiales y menos  del pueblo sediento. Te incinerarán y tus cenizas se quedarán por siempre en Madrid. Yo lo despido con ironía y con el puño en alto. Que las tinieblas lo inmortalicen como lo que fue: un gran estilista de la renuncia social, un maestro de la traición estética y de la insensibilidad humana, un escritor cuya inspiración fue el sexo, un símbolo pulido del fracaso amoral que se puede escribir.

Malos vientos y este epígrafe de Corazón Serrano:

Alitas quebradas

Ya te habrás caído.

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