Con Filo.- A lo largo de la historia de Cuba, siempre que ha habido aglomeración de personas para un concierto de música popular -del género que sea- la tendencia a una riña tumultuaria se dispara. Quien diga lo contrario, no ha vivido en Cuba. Es parte de una tradición heteropatriarcal si se quiere, una parte del legado cultural cubano del que no hay que sentirse demasiado orgulloso y que hay que someter a crítica, especialmente cuando esas conductas se exacerban en medio de una crisis socioeconómica. Con el apogeo de las redes digitales, cualquier suceso de naturaleza violenta, que antes pasaba prácticamente desapercibido más allá de los directamente involucrados y los testigos presenciales, hoy se convierte de manera instantánea en “noticia”. Del último de estos infames hechos estaremos hablando en Con Filo.


«Se supone que seamos marxistas»

Ernesto Estevez Rams

Si el problema fuera la alharaca del enemigo, sus tergiversaciones y campañas, la solución sería fácil y ya la dio Humberto: desmentir públicamente. Pero ese no es el problema, el problema es el hecho en sí que motivó la noticia, reflejo de males incubados y de transformaciones sociales a la cara de todos.

Cuando miraba los videos de los jóvenes con armas blancas deambulando por la calle, una persona a mi lado me dijo: parece Haití. La expresión me dio tristeza, por Haití y por nosotros. Claro que estamos muy lejos de Haití, pero también estamos muy cerca.

Estamos lejos porque 65 años de Revolución no se borran de golpe y hay una obra, y una intención de preservarla y mejorarla evidente de la sociedad como un todo. Y estamos cerca porque nos da un atisbo de cuál es el escenario de una Cuba donde se haya desmontado el socialismo. Nos está gritando que no será París o New York lo que nos espera.

Estamos viendo además a donde conduce el desmontaje de la obra social y la intención revolucionaria. Lo privado no puede sustituir a lo social, pensar eso es ignorar las leyes de la sociedad. Y el que lo crea, no debe estar al frente de ninguna responsabilidad pública en Cuba (ni partidista). Creer que la solución a la precariedad económica y financiera del Estado es cederle los espacios a lo privado encauzándolo, es no entender que, en lo simbólico, eso solo conduce en dirección contraria al socialismo.

No importan las buenas intenciones. Se supone que seamos marxistas, no socialistas utópicos. Las sociedades no se construyen en torno a las buenas intenciones, se contruyen en torno a las formas de reproducción económica y simbólica.

El negocio privado tiene como objetivo esencial hacer dinero, no hay otra. Hay que leer los silencios en el comentario de la supuesta organizadora, por la parte privada, de la actividad de la Finca de los Monos. Esos silencios lo dicen todo. Debió callar, por su bien, pero escribió, y al hacerlo dejó dicho en sus silencios la lógica del mercado.

En otro post veo comparar lo sucedido en la Finca de los Monos, con otra actividad promocionada en la Quinta de los Molinos. La última, igual detrás de un proyecto de desarrollo local. Me llamó la atención que la del Cerro cobraba 100 CUP, la de la Quinta —en Plaza— 700 CUP. De eso se pueden hacer muchas lecturas. La primera promocionaba reguetón y eso que llaman género urbano, la segunda promocionaba música infantil y actividades infantiles.

Me pareció que aquella contraposición nos estaba diciendo que los más humildes, los de barrios marginales, los más vulnerables, los que solo alcanzan a los 100 pesos, se merecen lo primero, incluido las armas blancas; y los segundos, los que se pueden permitir los 700 pesos, son los que se merecen la actividad infantil educativa. Solo me faltó que alguien dijera, en la comparación, que la primera era para negros y mulatos, y la segunda para "blancos de bien". Solo me faltó, en la comparación, que alguien dijera que la primera es para el proletariado y la segunda... ¿para quién?

¿Será que los niños de los humildes, de los pobres, obligados por las circunstancias sociales a hacerse adultos más temprano, terminan consumiendo música (violenta) adulta, mientras los demás niños, pueden (y logran) disfrutar mejor su infancia? Si es así, distancias mediante, me recuerda a Haití.

Lo malo de que nos recuerde otra realidad es que nos la pinta ya en el horizonte del imaginario, por lejos que veamos ese horizonte. Y entonces un día, sin saber cómo fue, llegamos a él.

Vamos a estar claros: el problema no es la música —que es un problema— el problema es social, el problema es gubernamental, el problema es del Partido. Estamos desdibujando a Cuba y lamentablemente, en muchos espacios, con la complicidad ignorante de quienes dirigen.

Hace no tanto, una empresaria anunciaba un proyecto, con anuencia de las autoridades, para educar a los niños en ser empresarios. Emprendedores, decía. Ya no será «pioneros por el comunismo, seremos como el Che», parece que quiere ser otra cosa que ni se le parece. Otro empresario economista no veía nada malo en ello, salvo que ella usaba para su proyecto un nombre en inglés.

¿Qué de malo puede tener educar a nuestros hijos en hacer dinero? ¡Que no seamos tan ideológicos! Aunque la pretensión no puede ser más ideológica, pero —eso sí— disfrazada de otra cosa.

Claro, en ese proyecto educativo (educativo, sí, pero no socialista) no habrá violencia física; violencia de otro tipo, la simbólica restauradora habrá, pero eso no tendrá video, ni aclaración en el NTV. No habrán lesionados físicos, los habrá en su imaginario pero eso no se puede filmar.

Se hace común en nuestra TVC halagar, de manera acrítica, el altruismo de los emprendimientos privados que donan a objetos sociales. Nada malo en eso, y sería el último en criticar a quienes lo hacen de corazón abierto. Está bien resaltar el altruismo, pero también un poco de profundidad en ese periodismo nos vendría bien.

¿Todos esos publicitados lo hacen por altruismo o como escudo? ¿Cuántos de esos publicitados pagan al fisco todo lo que le corresponde? ¿Cuántos respetan vacaciones, leyes laborales, protección a los empleados, prestaciones sociales? ¿Cuántas discriminan por género o por raza, o por otras razones?

No lo sé, quizas la mayoría sean buen ejemplo, quizás no. Pero no lo puedo saber porque no se ve ni un solo trabajo de indagación de ese tipo en nuestros medios. No hay manera de aquilatar los fenómenos porque permanecen ocultos, fantasmagóricos, silenciados en nuestros medios.

«La empresa estatal es ineficiente», oímos todos los días, a todas horas, en todos lados; y la privada, ¿acaso es realmente eficiente? ¿Toda la estatal es así de ineficiente y toda la privada es así de exitosa? ¿Cuántas de la privada vive de especular, de evadir impuestos, de parasitar medrando sobre los huecos legales y las debilidades del entramado económico del país? No lo sé, no lo puedo saber porque eso tampoco es objeto de indagación en nuestra prensa.

¿Por qué solo vemos trabajos periodísticos cuando se destapan delitos y no vemos trabajos profundos de la realidad compleja del país?

Y, mientras tanto, se sigue imponiendo el imaginario de que solo lo privado es eficiente, y solo el privado genera riqueza. ¿Así se puede construir el socialismo? ¿Desdibujándonos?

A raíz de las manifestaciones del 11 de julio, la marginalidad y sus causas volvieron al protagonismo mediático. Se habló de revertir la marginalidad, de transformar realidades. Hoy ya se habla poco de ello, de manera integral. ¿Sigue avanzando la marginalidad en los espacios urbanos? No lo sé, no quiero repetirme.

El emprendimiento privado, en la sociedad socialista, tiene sus espacios. El emprendiemiento privado, en la sociedad socialista, ha de tener excluido los espacios que no le corresponden. Si un dirigente no ha entendido eso, entonces no ha entendido nada. Si cree que se trata de darle igualdad ideológica (y todos esos ejemplos son ideológicos) a lo privado y a lo socialista, no ha entendido nada y no está preparado para dirigir nada, menos politicamente.

Lo simbólico, lo educativo, lo cultural ha de ser monopolio socialista, así, a rajatabla. Que las revoluciones no se hacen en fiestas de quince, llamando a todos a la rueda de casino.

Basta ya de focalizar exclusivamente en el reguetón y en la marginalidad la colonización cultural. Hay más colonizador en muchos espacios culturales y simbólicos sin que medie la mala palabra, o la violencia explícita.

Hace no mucho una actriz, devenida anfitriona, comenzaba un programa musical de la TVC destacando la buena factura del "opening", no del comienzo. ¿Cuánto se justifica tanto proyecto cultural con nombre en inglés, lejos del reguetón, y que no levanta la más minima crítica de nadie, incluyendo al MINCULT?

Hay mucha colonización racista disfrazada de otra cosa, al parecer más refinada, más para "personas de bien". Hay tanta violencia simbólica y colonización cultural en quien ostenta cadenas de oro que parecen dogales, y usa carros descapotables como símbolo de poder, que en el vestir aparentemente refinado, copiado de la imagen que de las clases medias y ricas nos venden las películas de Hollywood. Hay más colonización cultural en quien se pela imitando al burgués exitoso foráneo, que quien se pela imitando al deportista foráneo, víctima también de la misma colonización. Pero solo nos llama la atención la segunda.

La batalla contra la colonización no es una abstracción y tiene apellido: se llama colonización cultural burguesa. La batalla contra la colonización cultural se da —y se gana o se pierde— en la calle, en las escuelas, en los deportes, en la TV, con toda su contaminación, con toda su lógica cruda, real, y no en tantos eventos sobre colonización cultural. La batalla contra la colonización es una batalla clasista, verla al margen de ello es no entender nada.

La única batalla contra la marginalidad que vale la pena es la revolucionaria, no la benéfica. La única batalla contra la pobreza que vale la pena es la marxista, no la paliadora. La única batalla simbólica que vale la pena es la que supere al capitalismo.

Vamos a quitarnos la chambelona de la boca: aquí estamos para salvar al socialismo y a la Revolución y no para hacer como si estuviéramos salvando al socialismo y a la Revolución. Porque, o salvamos el socialismo y su revolución que la sostiene, o llegaremos a Haití, que a nadie le quepa duda.

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