Por Manuel David Orrio del Rosario* -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Nadie con dos dedos de frente objeta que la producción, circulación y consumo de energía forma parte principal de la "situación ecológica" de cualquier país, de idéntico modo que lo es el estado de las tierras destinadas a la agricultura. En tal sentido, Cuba dispone de suficiente capital humano para enderezar tanto su maltrecho agro  como la producción y circulación de aquella.


Una estrategia energética nunca está desvinculada del modelo económico vigente en un país dado; ni del social, ni del político. Recordarlo sirve para anotar una vez más que el Estado cubano, tanto en el capitalismo dependiente como en el proyecto socialista, ha sido  incapaz de liberar a la nación de sus seculares cadenas ecológicas: el monocultivo, la monoexportación y el monomercado. Dependió de los Estados Unidos, de la extinta Unión Soviética… y ahora de Venezuela. Azúcar primero, servicios médicos después, y el socio comercial mayoritario y casi monopólico. Hoy, el Archipiélago caribeño permanece reo del petróleo como portador energético principal, como lo ha sido desde el pasado siglo. Asombra, duele, que en más de 50 años nada decisivo se haya hecho para librar a Cuba de su extrema vulnerabilidad en materia de energía, al depender en lo esencial de una fuente. Para colmo, importada en lo sustancial.

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En 1989 la generación bruta de electricidad ascendió a los 15,239 Gwh. De ellos, más del 87 por ciento fue producido por plantas termoeléctricas a base de petróleo, cuya ineficiencia fue públicamente señalada por el entonces Presidente Fidel Castro. Aproximadamente el 9 por ciento de ese total generado lo fue por la industria azucarera, a partir del bagazo de caña. Las hidroeléctricas aportaron una cifra irrisoria --menos del 1 por ciento-- y el empleo de otras fuentes renovables, como la energía solar o el viento, fue inferior o inexistente. Para el 2011, alrededor del 95 % de la electricidad  era generada por combustibles fósiles ¿“Igualito, el cuartico”?

No obstante, justo admitir que desde años atrás Cuba es mucho más energéticamente eficaz que en 1989, y que esa eficacia crece establemente, siempre según  estadísticas oficiales. Sin dudas, la denominada Revolución Energética del 2005 hizo aportes notables, pero éstos se concentraron más en  el incremento de la eficiencia que en la creación de fuentes no convencionales. Ejemplo concreto: el acercamiento entre producción y consumo mediante los denominados grupos electrógenos, redujo las pérdidas por distribución de un 15 a poco menos de 10 %, las existentes en 1959, pero con la diferencia de que entonces la electrificación de Cuba no llegaba al 60 %, cuando ahora es casi total.

De tales números y noticias se desprende una marginación de las fuentes alternativas al petróleo, obligada o no por realidades como el bloqueo estadounidense. Súmese la apuesta, afortunadamente superada,  por  un gigantismo industrial como fue el proyecto de la Central Electronuclear de  Juraguá o la Termoeléctrica Antonio Guiteras, capaz ésta de paralizar a medio país  cada vez que fue necesario repararla.  Esa era la estrategia energética de Cuba, donde este periodista no apreció una voluntad, aún con obstáculos reales y difíciles de eludir, en dirección de avanzar hacia una diversidad en la producción de energía.

Incluso, a inicios de los 80, se declaró oficialmente que el desarrollo energético cubano hasta el 2000 sería de origen nuclear. Además de la central de Juraguá, se proyectaba construir dos más, una al oriente y otra al occidente del país, según informes de prensa de la época. Sólo cuando el fantasma de la crisis energética apareció en el horizonte, precedido por los truenos de la perestroika y la glasnot, se elevaron algunas voces, sin mayores resultados. Y cuando llegó El Apagón, su impacto en la psicología social  llegó al extremo de producir una de las más importantes obras pictóricas de los 90 del siglo pasado, a la cual este periodista calificó en su momento de Guernica del Período Especial. Honrar, honra: es El Gran Apagón, de Pedro Pablo Oliva.

A nadie se culpe por esa apuesta por el desarrollo nuclear: era la tendencia general de esa época, y fue necesario que accidentes como el de Three Miles Island y el de Chernóbil, mostraran a los humanos que sí estaban jugando con fuego. Sin embargo, más de 30  años después de ese panorama, Cuba sigue dependiendo del petróleo como casi única fuente energética. Por su parte, la producción de energía renovable ha retrocedido significativamente, en términos absolutos y relativos. Primero, por la caída en picada del aporte de la industria azucarera; segundo, por el casi nulo avance de lo solar y de lo eólico, principalmente, más allá de ciertos logros receptores de más publicidad que la merecida.

Entretanto, un impresionante potencial energético renovable permanece sin aprovecharse. Ante todo, por la ausencia de un debate a fondo y sin exclusiones sobre esas alternativas, donde urge poner sobre el tapete qué hacer con la pequeñas y  medianas empresas privadas y cooperativas; tomar decisiones estratégicas sobre la inversión privada --nacional y extranjera  --; eliminar las dualidades monetaria y de tasas de cambio, enfrentar la inflación o hiperinflación con una verdadera “carga al machete” y abordar con manga al codo y hasta donde sea posible, el histórico diferendo con los Estados Unidos de América acerca de la indemnización a los bienes expropiados entre 1959 y 1968.No es un programa, es sólo un “grupito”…entre una montaña de medidas. Y hasta donde sea posible, lo último, porque por el lado del Potomac siguen haciendo oídos sordos a las propuestas del Presidente Raúl Castro, en el sentido de discutir en igualdad de condiciones cuanto extremo sea necesario discutir.

Un breve inventario de lo públicamente reconocido por el gobierno o la prensa, anterior al 2003, hace posible probar la existencia de esos potenciales y obliga a interrogar seriamente sobre si se ha impuesto una voluntad en dirección de concertar una estrategia energética sostenible y ecológica, donde las politizaciones de cualquier género tengan por destino el basurero de la Historia. De inicio, una zafra azucarera de 8 millones de toneladas puede producir en bagazo de caña y residuos agrícolas para usos combustibles el equivalente energético de 5 millones de toneladas de petróleo, más o menos la mitad de las necesidades de Cuba, a los índices de hoy.

Valga la anécdota, por reveladora: durante una conferencia preguntaron a un destacado economista criollo si el apoyo a la inversión extranjera directa no comprometía la independencia nacional. Respondió: “¿Qué la compromete más, permitir la inversión extranjera, o haber dejado que prácticamente se destruya la industria azucarera?”

A volúmenes de producción de azúcar y sus derivados como los expuestos, turbogeneradores instalados en los centrales azucareros con el propósito de aprovechar la energía contenida en el humo de las calderas podrían representar una capacidad de generación ascendente a 821 Mw., cifra casi equivalente a la que hubieran aportado dos reactores atómicos de los que un día se soñó instalar en Juraguá. De este modo, entre cosechas azucareras abundantes y eficaces, y turbogeneradores de esa clase, sería posible hasta duplicar el aporte de la industria del azúcar al balance energético, sin contar de sueños como la producción en gran escala de un combustible como el etanol, que en el caso de Cuba, por partir de la caña, no crea una rivalidad alimentaria. Duplicar, incluso, es estimado conservador: algunos economistas sostienen que el azúcar de Cuba podría llegar a aportar el ¡40%! de la generación bruta de electricidad.

Si en 1989 la generación por hidroeléctricas no representó el 1 por ciento del total, estudios posteriores mostraron que Cuba dispone de un potencial hidroenergético capaz de satisfacer hasta 12 ó 15 por ciento de la demanda de electricidad. Expertos aseveran que dicho potencial podría remontarse a unos 14,600 Gwh, de lo cual pudiera aprovecharse un 20 por ciento como mínimo, lo cual representaría un 16 % por ciento de la generación bruta de energía eléctrica en el 2011.

Asimismo, de acuerdo con el atlas eólico nacional, concluido al filo de 1995, se pudo precisar que en la costa norte de Cuba la velocidad media anual del viento es de 15 a 25 kilómetros por hora, lo cual equivale a una potencia entre 100 y 200 watts por metro cuadrado, a generar por molinos y otros tipos de turbinas eólicas convencionales.

Según los informes, "los estudios de factibilidad desarrollados como parte del atlas eólico nacional demostraron que a lo largo de la zona costera norte, incluida la cayería, podrían crearse parques eólicos a pequeña, mediana y gran escala, capaces de tributar energía al sistema eléctrico nacional y a determinados objetivos económicos y sociales".

En concreto, y siguiendo esos estudios, es posible generar un Mw. por hectárea comprometida a lo largo de la costa norte de Cuba. Y si esa forma de generación se integra a explotaciones como la ganadería, avanzándose en el concepto de las granjas eólicas, se estaría ante un hecho completamente revolucionario en la cultura energética y ecológica del Archipiélago caribeño.

Por último, el sol. Ese extraordinario sol de Cuba, que al economista Juan Triana Cordoví le hace soñar con “techar” la Autopista Nacional, e instalar sobre  ese “techo” un mar de paneles fotovoltaicos.

A grosso modo y ojo de buen cubero, la simple mención de las alternativas aquí relacionadas dice que una estrategia distinta a la actual, signada por un fuerte acento en las fuentes renovables de energía, puede satisfacer más de un 40 por ciento de la demanda de electricidad sin tocar una gota de petróleo. Nada más una cosecha azucarera a la altura del capital humano con que cuenta Cuba para materializar ese potencial, significaría un severísimo golpe, casi de muerte, a las seculares vulnerabilidades energéticas criollas ¿Cuántos ingresos y empleos generaría esa industria, independientemente de las formas de propiedad que en ellas se presenten? A ver, ¿cuál es el problema, los degenerados capitalistas? Pues licitaciones públicas y sindicatos con pantalones, y hasta derecho de huelga si es preciso, que ninguna ley cubana lo prohíbe, aunque tampoco lo explicita ¿O no es éste un Estado de trabajadores manuales e intelectuales más que cultos, capaces de poner en su sitio a los “señores explotadores”? No lo dice este periodista: en los escritos del “último” Lenin, el que luchó denodadamente contra el Moloch  stalinista en trágico avance, el fundador del primer Estado obrero del planeta defendió el derecho de huelga como recurso defensivo y  de negociación ante los capitalistas renacidos, o admitidos, en los escenarios de la Nueva Política Económica.

Como nunca, es preciso en las presentes circunstancias que, tanto las vanguardias políticas como el cubano de a pie, comprendan que el análisis de los problemas energéticos y ecológicos desborda lo ideológico. No se trata de capitalismos, socialismos o del ajiaco rumbero entre ambos. Es el futuro de Cuba, el del lugar donde nuestros hijos educarán a nuestros nietos; es impedir que la historia nacional siga prisionera del fatalismo de una frase: "Después de mí, el caos".

Si Cuba quiere ser socialista, primero ha de ser independiente. Y esa independencia, por la cual han dado la vida tantos compatriotas, tiene por componente esencial la energética. Es un hecho…y los hechos son tercos, gustaba decir Lenin.

Por ello, este periodista invita al debate, sobre la base de un apotegma del científico hindú M. Swaninadhan, uno de los padres de la Revolución Verde: “la mejor defensa contra el hambre es la libertad de expresión”. El hambre  de los estómagos, y el hambre de energía.

Nota del autor: para redactar este artículo se partió de estadísticas oficiales, de reportes de prensa impresa colectados durante años y del artículo “Indagar en El Apagón”, de este periodista, publicado en www.cubanet.org.

*Manuel David Orrio del Rosario economista y periodista cubano, ex agente de la Seguridad del Estado.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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