La cadena de revendedores precipita los precios hasta provocar que un producto multiplique su valor varías veces...

Cubahora - Alfredo Martirena Hernández.- Todavía el sol no había salido el 14 de marzo de 1968, y ya José Aparicio estaba en la bodega de la calle Real esquina a Diego Velázquez en Casilda, donde se presentó como interventor del establecimiento de mi familia que le agradeció su misión porque desde dos años antes estábamos tratando de entregarla por no poder continuar el negocio debido a numerosas dificultades.


Hasta ese momento tuvimos tiempo suficiente para encontrar contradicciones entre los procederes comerciales para incrementar ventas y ganancias que se hacían antes de 1959 y las siguientes hasta la aparición de la Libreta de Control de Abastecimiento y las ya extintas Oficinas de Control y Distribución de Alimentos (OFICODA), cuyos mecanismos erradicaron drásticamente el acaparamiento y garantizaron un reparto organizado de las mercancías.

Sin embargo, también feneció la gestión para atraer clientes y tratar de vender cada vez más para aumentar los ingresos, pues todas las técnicas se redujeron a “Lo tomas o lo dejas” y salvo lo que se ofertara en lo que llamaban La bolsa negra, en los establecimientos era con igual precio y la misma mala calidad por doquier.

Casualmente por aquellos lejanos días de marzo de 1968, yo estudiaba Economía Política con profesores como Eduardo del Llano y Humberto Pérez González que acaban de publicar sendos libros sobre la materia. Fuera del aula, en una cafetería de Jamanitas, le preguntaba al primero sobre la Ley de la Oferta y la Demanda y su influencia en la formación de precios.

Lo que hoy alcanzo a recordar de aquella explicación, no me ha servido de mucho para entender lo que está sucediendo hoy, sin embargo, sí he comprendido un poco mejor, y no mucho, a partir de lo que escribió hace unos años el periodista de Juventud Rebelde, Nelson García Santos, en relación con que estamos pidiendo que nos suban el salario, pero si evitamos los revendedores, ya es como si nos aumentaran el sueldo.

Con mucha razón el colega exponía que la cadena de revendedores hacía subir los precios hasta provocar que en lugares donde había menos poder adquisitivo, un producto podía costar más que en la propia capital del país.

Y señalaba la paradoja de que donde cosechaban una vianda, la vendían más cara que en las zonas urbanas, por el solo hecho de que los intermediarios no se contentan con una ganancia razonable, sino que quieren lograr en un día, lo que gana un médico o un maestro en un mes.

El escenario ha cambiado con el proceso de actualización del modelo económico, pero la esencia de lo planteado por García Santos se mantiene, ahora agravado por mecanismos legalmente establecidos como los del trabajo por cuenta propia y su ampliación, lo cual ratifica la necesidad de que debemos estar alertas para rectificar a tiempo.

Por ejemplo, estaría bien que contratemos los servicios de alguien para que nos haga las compras, pero harina de otro costal es que adquieran al por mayor –como se hace actualmente- los productos hasta agotarlos, y quedar ellos como única opción para conseguirlos, claro que a un precio superior. Sin dudas, aunque legalmente no se llamen así, son revendedores.

Ahora dentro de las formas no estatales empiezan a surgir las cooperativas no agropecuarias, donde sus colectivos pueden sentirse dueños, cuidar los recursos, y aumentar sus ingresos, pero bien vale la pena evitar que se incorporen a la ya compleja cadena de intermediarios, pues si –por ejemplo- se buscan en otra unidad estatal las latas de refrescos a 10 pesos para ofertarlos a 12, no dudemos de que el suministrador también se los aumente a 12 para que el cliente los pague a 14.

Si esta nociva práctica se mantiene, tal vez ni el tan deseado incremento de la productividad y la producción sea la solución, sencillamente porque unos pocos acaparan todo para luego redistribuirlo a mayor precio.

Habrán pasado los años, y los tiempos han cambiado, pero la esencia del comentario del colega sigue vigente en las actuales circunstancias, y bien vale la pena hallarle una solución a desaguisados que ocurren a la vista de todos para que con el mismo salario tengamos un poder adquisitivo que si bien no es el ideal, sea menos agobiante.

NOTA: En una reciente conversación con Nelson García Santos, me decía que también nos reducen el salario los que nos venden productos sin calidad, o nos roban con libras que no son de 16 onzas o kilogramos que no tienen 2,2 onzas.

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