Gabriela Orihuela - Revista Muchacha.- Kamila cierra las piernas más fuertes que nunca. Sus muslos piden, a gritos, un poco de aire. Aunque viste un pantalón de mezclilla y un pulóver bien ancho se cree desnuda. Ahí, sentada en el primer asiento de la ventanilla derecha de la última sección del largo y temido P4, concibe la escena violenta que puede acontecer.
Tan solo son las siete de la noche y el gigante ómnibus parece estar vacío, al menos, así lo aprecia ella. Kamila solo logra verlo a él. Dispuesto en el ángulo exacto para mirar sus pechos y piernas. «¿Cuándo se bajará?», «¿queda mucho para mi parada?». Kamila está sola sin estarlo.
Saca su teléfono y fingeuna conversación con su novio imaginario.
_ Amor, espérame en la parada. No demoro.
Poco importa si Ramón, su pareja de dos años, no existe; eso es lo de menos. Porque el objetivo se cumplió, aquel señor con barba y canoso, con piel arrugada y color mestizo, sí, aquel que lleva puesta una camisa azul celeste y un pantalón negro sabe que Kamila tiene un novio fuerte y musculoso que la esperará en la parada de 41 y 42.
La mirada lasciva, las manos juguetonas. Ella ignora, él no renuncia. El señor levanta su mano derecha queriendo alcanzar algo en el asiento de Kamila. Ella se asusta y se para. Camina hacia la puerta creyendo que queda poco.
En su mente se reitera la escena más de cien veces. «¡Podía haberme tocado!».
La guagua se encuentra una parada antes del destino final de la joven. El peligro está a punto de pasar. Pero él se levanta. Se ubica detrás de ella. La roza, la huele, la siente. La espanta.
Se abre la puerta y él toma su mano: «no te vayas, niña, ven para mi casa». Kamila grita y corre. Casi cae al suelo. Sin embargo, dice estar a salvo. «No fue nada», se repite para calmarse.
Son casi las ocho y Kamila libró. Ahora transita, a poca luz, para llegar a su hogar. Esta vez no aprieta las piernas, sino el paso. Sabe que por el camino muchas mujeres han quedado.