Lisandra Fariñas - Red Semlac.- Mujer inquieta y amante de los desafíos, la intelectual cubana Zuleica Romay Guerra sostiene que una vida sin retos no sólo se vive con menos plenitud, sino también con menos satisfacciones. Orgullosa de sus orígenes en el Cerro habanero, donde todavía vive, ella conserva viva la influencia familiar que moldeó su carácter, especialmente de las abuelas, que le enseñaron que la dignidad no es una pose.


En Cuba tenemos todavía debates pendientes sobre diversos problemas sociales, incluido el racismo, asegura. Pero solo desde la conciencia sobre su existencia y enfrentamiento será posible superarlos, aclara.

Romay Guerra, directora del Programa de Estudios sobre Afroamérica de Casa de las Américas, cuenta a SEMlac que reparó por primera vez en que era una muchacha negra cuando comenzó los estudios de preuniversitario en la Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, y “no precisamente porque sufriera algún tipo de ofensa o agresión racial”.

Su gusto por la lectura, la música, el ballet, el teatro y otras artes hizo que sus compañeros la apodaran “Altea”, en alusión a una confitura de chocolate por fuera y crema clara por dentro. Aquello era una representación de cómo la veían: una persona de piel negra que tenía lo que consideraban actitudes de una persona de piel blanca.

“He confesado sin pudor que a mí me encantaba que me dijeran así. Y bueno, pasaron años y lecturas hasta que me di cuenta de que el elogio expresaba un prejuicio racial”, reconoce.

Romay se licenció en Pedagogía en la especialidad de Química, como parte del Destacamento Pedagógico “Manuel Ascunce Domenech”. Foto: Cortesía de la Entrevistada

En su opinión, no hay ninguna sociedad donde no existan las jerarquías, ya sea de estatus social, color de piel, género, sistema de creencias e incluso matizadas por el lugar de origen y las marcas culturales de ese espacio de procedencia.

“Precisamente porque vivimos en un mundo donde las desigualdades son el caldo de cultivo para la inferiorización y la discriminación, los cubanos tenemos pendiente abordar estos temas”, valora la también escritora e investigadora.

“Yo no pierdo oportunidad de discrepar de los compañeros que dicen que en Cuba no hay racismo estructural. El racismo es estructural o no es, sostiene Romay Guerra y explica que los fenómenos estructurales son muy difíciles de intervenir, si no es con políticas que tengan en cuenta las dimensiones material, espiritual y simbólica del problema.

“Lo que le permite al racismo reproducirse a lo largo del tiempo y adaptarse a los cambios de la sociedad es, justamente, esa multidimensionalidad, porque opera en las desigualdades sociales en el mundo material; genera interpretaciones y posicionamientos personales respecto a esa desigualdad que alimentan la espiritualidad y que construyen el léxico, la argumentación, el pretexto; y porque terminan codificando eso en símbolos que representan lo mejor y lo peor del espectro, en este caso del color”, reflexiona la también miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

En tal sentido, menciona que la tarea, como seres humanos, es concientizar eso y luego desarrollar mecanismos propios de lucha. “La desigualdad no necesita que nadie la alimente ni la demuestre, ella está ahí ofreciendo todos los ejemplos que queramos para fundamentar nuestros prejuicios”, apunta, por lo cual es preciso un esfuerzo consciente para, en lo individual, no convertirnos en parte de sus formas de reproducción, argumenta.

Una pelea cubana contra el racismo

Romay Guerra considera que, por casi cuatro décadas, la sociedad cubana logró un extraordinario avance en esa lucha, pero cometió la ingenuidad de pensar que cambiando radicalmente las condiciones de existencia de las personas también cambiaría radicalmente su modo de pensar.

La crisis mostró la realidad, pues “junto con la solidaridad, el estoicismo, la confianza en el futuro, el afán de saber, la seguridad en que siempre podremos hacer algo para cambiar nuestras vidas; junto con toda esa capacidad innovadora que hemos demostrado, salieron todos los prejuicios escondidos en el rincón”, opina.

Agrega que, como ya estamos convencidos de que lo logrado no fue suficiente, entonces ahora toca hacer lo que falta sin avergonzarse por la existencia del racismo. “El problema no está en si lo tienes o no; sino hasta dónde tú permites que esas ideologías y prácticas tengan peso en la manera en que viven y piensan las personas en Cuba”, acota.

En su opinión resulta imprescindible librar la batalla en el campo de los símbolos. Foto: SEMlac Cuba

En su criterio, tenemos una realidad social que parece legitimar esos prejuicios. Pero, “mientras nosotros los cubanos seamos capaces de no mirar los atributos para extender la mano y para abrir los brazos, la batalla contra el racismo no tiene por qué no estar ganada”, añade.

Licenciada en Pedagogía en la especialidad de Química, Romay Guerra ha tenido una trayectoria laboral “zigzagueante”, como ella misma la califica ante SEMlac. Así ha transitado de la docencia a las responsabilidades políticas, hasta llegar a la investigación social.

Desde esas experiencias, reafirma la importancia del activismo para enfrentar las problemáticas sociales y de establecer el diálogo en torno a estos temas entre entidades diferentes, lo que incluye personas, instituciones, organizaciones…

En su opinión, un obstáculo a superar todavía es que, “en Cuba, el Estado suele tener la iniciativa en el diálogo” y enfatizó que el activismo –y dentro de este, la academia– tiene que ser promotor e iniciador de ese diálogo.

“Los debates son hoy numerosos, pero siento que hay barreras de acceso”, agrega la entrevistada, para quien es esencial, además, incorporar la experiencia cotidiana de las personas, porque el activismo a veces es “demasiado ilustrado”.

“Todavía la batalla antirracista cubana transcurre como en dos carriles: el de la ilustración y el de las capas populares, la comunidad y el barrio. Esa distancia tenemos que lograr reducirla”, señala.

Desde 2024 Zuleica Romay es miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua. Foto: SEMlac Cuba

En su criterio, resulta imprescindible librar la batalla en el campo de los símbolos. Los medios públicos cubanos tienen aún un discurso racializado, usan códigos inferiorizantes para referirse a quienes no son de la capital, los no blancos, quienes no tienen altos niveles de enseñanza, para las mujeres, ejemplificó.

Romay Guerra comentó a SEMlac que, aun cuando la discriminación positiva es hija de la democracia burguesa y “siempre trata de poner un parchecito” en lugar de ir al verdadero problema, no es una idea desechable y se puede combinar con políticas universalistas.

“Hay muchas personas a las cuales no les ha sido fácil cambiar su vida y a las cuales no les ha sido fácil, como dicen, aprovechar la oportunidad”, relató.

Agregó que políticas como las que se pusieron en curso a principios de este siglo en Cuba, con las escuelas de superación integral para jóvenes y la formación de trabajadores sociales, entre otras, son buenos ejemplos de políticas de discriminación positiva combinadas con la protección universal.

Trascender la representación

Para la académica, el socialismo cubano debe trascender el límite burgués de la representación, que no es más que un elemento de pacificación de un determinado color, origen o grupo étnico, “que sirve para demostrar que las oportunidades del sistema están al alcance de todos”, explica.

“Si nosotros hemos logrado que esos sectores tengan representación en los órganos de gobierno y la administración del Estado, incluso a veces más allá de su proporción poblacional, no podemos conformarnos con el horizonte burgués de la representación como fin”, dijo.

“Aspiro a una Cuba donde ser desiguales no sea un pretexto para separarnos, alejarnos o para sentir que el problema del otro no tiene nada que ver conmigo”, sostuvo la académica. Foto: SEMlac Cuba

Añadió que es preciso que las mujeres, las personas negras y quienes estén en esos lugares se propongan cambiar las malas prácticas asociadas a la percepción del género y los colores de piel.

Habría que lograr que la representación sea el medio para que ese compromiso de avance de la mujer y de las personas afrodescendientes se pueda materializar en una actividad concreta, por modesta que sea, remarca.

“Tengo la aspiración de que todos los programas que hagamos con este sector poblacional tengan en cuenta que son personas muchas veces abrumadas de responsabilidades familiares, sociales, institucionales y a veces comunitarias, porque también muchas de esas mujeres negras de las capas populares tienen una capacidad de liderazgo realmente admirable”, comenta.

Romay Guerra, a quien le gustaría ver más y mejor socializadas las experiencias de las mujeres de todos los colores en general y de las negras en particular, considera que el Programa de Estudios sobre Afroamérica ha fortalecido los vínculos de la Casa de las Américas con ese mundo afroamericano y le ha dado a Cuba una voz dentro de esos discursos de emancipación, dignificación y lucha contra el racismo y la discriminación.

Considera que el Programa de Estudios sobre Afroamérica, el cual dirige desde su fundación, ha fortalecido los vínculos de la Casa de las Américas con ese mundo afroamericano. Foto: Cortesía de la entrevistada

Este programa ha sido para ella “un impulso para estudiar la historia del resto de los países, repleta de luchas muchas veces invisibilizadas o silenciadas”. También le ha permitido sentirse más cerca de Cuba, esa nación que sueña como un lugar donde todo se haga pensando en que somos diversos, no sólo en nuestros atributos físicos y maneras de vivir, sino incluso en nuestras condiciones de existencia.

“Aspiro a una Cuba donde ser desiguales no sea un pretexto para separarnos, alejarnos o para sentir que el problema del otro no tiene nada que ver conmigo”, sostiene.

“Cada vez que creo que esa Cuba no es alcanzable, hay algo que me dice: ‘Mira, las personas están aquí y eso sí se puede lograr’”, concluye.

Vea la versión completa en video de esta entrevista en el episodio 2×04 de Cubanas

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