Sandra Álvarez – Negra cubana tenía que ser / El escritor Ángel Santiesteban ha sido juzgado y condenado a prisión por agredir violentamente a su exesposa. Y enseguida han comenzado a circular notas de apoyo al escritor y de cuestionamiento a la sentencia del tribunal que lo juzgó. En casi todas se acusa a la víctima de loca, o de magnificar una leve “riña doméstica”[1].


Nadie puede juzgar estos hechos sin conocer la profundidad de los daños causados por Santiesteban a su exesposa y a su hijo, y nadie debería acusar a la víctima de estar inventando un caso para que alguien sea condenado por ocultas razones políticas. La violencia contra la mujer tiene su origen, precisamente, en ese gesto tan usual de imaginarla carente de juicio, de  independencia,  o de opinión propia, y quienes esgrimen esas tesis están reproduciendo la agresión; como aquellos que culpan a la víctima de una violación de haber provocado a su agresor.

 

Las instituciones y organizaciones cubanas deben pronunciarse sobre este caso en particular y también acerca de la violencia contra la mujer en nuestra sociedad. Es preciso intensificar, multiplicar y hacer permanentemente visible una campaña pública contra la violencia de todo tipo, especialmente la que se ejerce contra la mujer. Hay que divulgar aquellas leyes que la previenen o penalizan y los debates que han tenido lugar en espacios académicos y con motivo de campañas específicas. Combatir la violencia contra la mujer solo puede lograrse si nos unimos tod@s contra la desigualdad que la inspira y reconocemos el derecho de las mujeres violentadas a defenderse de su agresor y a denunciar la agresión, aunque se trate de un genio artístico o científico, un general victorioso, un deportista de élite o un obrero de vanguardia. Nadie más que ella misma tiene derecho a decidir sobre su vida y sobre su cuerpo, y nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a juzgarla loca por querer defender sus derechos.

Sandra Álvarez, Marilyn Bobes, Luisa Campuzano, Zaida Capote Cruz, Danae Diéguez, Laidi Fernández de Juan, Lirians Gordillo Piña y Helen Hernández Hormilla

(Leído en la sede de la UNEAC, hoy, 8 de marzo de 2013)

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[1] Veáse a continuación la carta “Lamentaciones y esperanzas por un nuevo escritor encarcelado” enviada por el escritor Rafael Alcides sobre el caso citado. El texto es una muestra de que la lucha contra la violencia hacia las mujeres en Cuba precisa aún un trabajo arduo, eficaz y sostenido.

Lamentaciones y esperanzas por un nuevo escritor encarcelado

De Rafael Alcides

A Ángel Santiesteban

Querido Ángel:

Me cuentan que a partir de pasado mañana, jueves 28, pasarás a engrosar la larga lista personalidades que en diversas épocas y circunstancias de nuestra historia nacional han sido condenadas a años de cárcel, y lo lamento. 

En tu caso no ha sido por razones políticas, según he oído. Ni tampoco ha sido por desfalcar la caja de un banco, por matar, por tráfico de drogas, por robo de secretos de Estado, por usura, por chantaje, por prostitución, por venta de visas falsas o no, nada de eso. En tu caso ha sido por una simple riña con tu ex mujer y madre de tu hijo. O sea, nada nuevo en el mundo. Una de tantas disputas entre parejas que dejaron de serlo, magnificadas por las mismas pasiones que a ellos los dejaran al garete, y lo lamento Ángel. Lo lamento por ti y por tu ex mujer y por tu hijo.

Lamento, asimismo, que esta curiosa fórmula de la que tan gloriosas reconciliaciones salieron a menudo, no haya sido tenida en cuenta por los instructores que se encargaron de tu caso, ni por los magistrados que te sancionaron en la Audiencia a cinco años de prisión, ni por el Tribunal Supremo.

Todo esto lo lamento, Ángel, pero me quedan las esperanzas. Tengo la esperanza de que los escritores del mundo entero hagan suya tu causa cuando se conozcan los hechos, despojados de la magnificación que le dio la parte acusadora, a lo mejor manipulada por personas que no te quieren, pues en este mundo donde sobra la bondad, no falta la envidia. Párate en una esquina e interroga a la gente en ese sentido. Haz ese ejercicio.

Tengo la esperanza de que junto a los escritores se pronuncien los gobiernos, ¿por qué no?, la ONU, el Papa, Dios mismo que tan discreto pero efectivo a la vez suele ser en estas cosas.

Tengo la esperanza de que a todo aquel a quien en este planeta le sobre un dólar lance un tuit dirigido al presidente Raúl Castro informándole de esta arbitrariedad o tal vez exceso de pasión del poder judicial, o deje su protesta consignada en una página web que acaso se le ocurra abrir y administrar a alguno de tus lectores del extranjero…

Pero tal vez nada de esto sea necesario. Pues también tengo la esperanza de que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, nuestra querida UNEAC, Ángel, nuestra UNEAC, por espíritu de justicia y por cautela, consciente de la tremenda polvareda a que en el mundo pueda dar lugar el desacierto (incompetencia, y aun fraude le han llamado algunos, yo no) de los magistrados que manejaron tu causa, se movilice en el acto, acuda al Buró Político, exponga allí las partes sensibles de este delicado asunto que nunca debió exceder el ámbito de la cuadra. Sí, Ángel, confiemos en la justicia de los hombres y en la de Dios sobre todo. Dicha por la ley la última palabra, ahora le toca a la justicia hacer su entrada en escena. Yo confío en ella.

No serías el primero en obtener sus favores. Caso que no te indulten, lo que en Cuba no es costumbre, podría el gobierno darle un carácter simbólico a tu sanción, o digamos, reducida al mínimo, mandarte a cumplirla en tu casa, de modo que puedas seguir escribiendo y recibiendo a tus amigos sin desautorizar del todo a tus desacertados magistrados.

Se ha hecho con otros. Que yo recuerde, se habló una vez de alguien que en uno de esos malos momentos que suelen tenerse en la vida, sacó raudo su pistola y le voló la tapa de los sesos a un imprudente; otra vez oí de un automovilista que yendo por una carretera de la antigua provincia de Oriente tomado y a exceso de velocidad mató a alguien, y se le echó polvo a eso; y sé de más de uno que por azares, porque les tocó, atropellaron o mataron a alguien a quien no vieron o que se les metió delante del automóvil, y tampoco pasó nada. Y ya en el drama de carácter folklórico que tan divertido suele ser, pero que drama al fin no deja de sacar lágrimas, no puedo olvidar a cierto amigo, ya difunto, que por una disputa con su mujer, empeñada, con esa inocente coquetería de las mujeres, en ponerse una trusa que él entendió intolerable, en el colmo de una cólera más temible que la de Aquiles, atacó su casa con bazuca y todo, dispuesto a no dejar allí ni el recuerdo de aquella trusa malvada. Y es famoso el caso de un deportista que pusiera una bomba en el motor del automóvil del marido de su ex mujer.

¿Favoritismo? ¿Venalidad? ¿Abuso de poder? No lo creo así, Ángel. Son, sí, de hecho, acciones de antemano condenadas por la ley, Pero la ley es sorda, es ciega, la ley sólo tiene boca para dictar sentencia y manos para agarrarte y llevarte al paredón en ocasiones..

La justicia, en cambio, puede mirar, y mira si es justicia de veras, lo que la ley no podría ver. La ley juzga a la criatura por su peor momento, el que la llevó a comparecer ante ella; la justicia en cambio la juzga por su mejor momento.

Carlos Manuel de Céspedes fue a menudo autoritario y aun tiránico, y en ocasiones solapadito. Pensar en su golpe de estado a Aguilera, pensar en los esclavos a los que les dio la libertad en la noche de su alzamiento en el ingenio La Demajagua. No le dio la libertad a nadie.

Los esclavos no eran suyos puesto que tampoco lo era el ingenio. Era de su hermano Eduardo quien por cierto lo tenía perdido en deudas de juego, y además —¡además!—, aquellos esclavos de su gesto para la galería eran unos ancianos ya. Empero, ni por estas astucias ni por aquella alevosía inicial podría calcularse el alma de Carlos Manuel de Céspedes sino por por su postura cuando el enemigo español le toma prisionero a su hijo Oscar, porque es allí, en ese momento, cuando el pequeño hombre ambicioso de gloria se levanta de pronto en su estatura de Padre de la Patria de los cubanos para todos los tiempos.

Los favorecidos que te mencionaba a manera de breves “botones de muestra” (como solía decirse cuando yo era niño) merecían justicia, Ángel Santiesteban, la merecían: esto es comprensión, reconocimiento —no perdón, no caridad, no: reconocimiento—, por su vida de servicios a la nación a cuya gloria habían contribuido. Estuvieron en la Sierra o fueron asaltantes de Palacio o trajeron títulos mundiales para Cuba.

Tú, desde luego —lo sabemos—, no eres deportista, ni tampoco estuviste en la Sierra. La escuela de comandantes de la Sierra cerró muchos años antes de que nacieras. Pero eres un héroe de la cultura, eres un autor laureado, un hombre que ha dedicado ya más de la mitad de tu vida a escribir, y a ganar premios que honran al país, a la patria, esa entidad mayor y para siempre, porque los gobiernos pasan, Ángel, pasan, pero la patria permanece.

Tengo por eso la esperanza de que no te den menos de lo que a otros héroes se les dio. El hecho de que se dé la casualidad de que también seas disidente, hombre de la oposición política, no creo que cuente. La oposición es el partido más numeroso del mundo, en todos los países el sesenta o setenta por cierto de la población pertenece a la oposición sin que eso se considere un demérito. En definitiva, todos los que después fueron poder estuvieron antes en la oposición. Mira al pobrecito Mandela.

En todo caso, mi querido amigo Ángel Santiesteban, estamos hablando de justicia, no de política. De justicia. Y mi memoria del porvenir, y mi experiencia de ochenta años de vivir en este mundo —los que cumpliré ahora en junio si Dios me lo permite—, me dicen, me están diciendo que se te hará justicia, Ángel, que saldrás bajo un régimen de prisión domiciliaria a purgar esa riña familiar, con una pena acorde a lo que dentro de unos años, después de todo, será folklore en el barrio, chiste incluso de tu ex esposa: “El susto que le hice pasar”, la oigo diciendo mientras ella allá en esos días de entonces juega dominó o le sirve té a las visitas y yo en esta madrugada del 27 de febrero del 2013, termino de escribir estas lamentaciones y esperanzas, que también serán folklore.

Rafael Alcides

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