Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Durante años, muchos emigrados cubanos y algunos residentes en la Isla, se han lamentado que el gobierno revolucionario los ha despojado de muchos derechos. En la actualidad las leyes y prácticas migratorias cubanas no tienen parecido alguno a la de hace apenas cuatro años y múltiples prácticas dentro del país tampoco.


El tiempo ha transcurrido y la correlación de fuerzas se reparte entre las potencias, aunque militar y económicamente Estados Unidos aún mantiene el primer lugar. La aparición de China por un lado y Rusia por otro han ayudado a cambiarla. Rusia hace sus alardes de fuerza, apostando innegablemente a la desaparición mutua que ocasionaría una guerra nuclear. Por el momento, la estrategia puede funcionar. Todos sabemos que una confrontación de esa naturaleza, aniquilaría a Sansón, pero también a los filisteos del templo. China al estilo oriental demuestra el movimiento andando. No se inmiscuye en los asuntos políticos de terceros, excepto que alguien pretenda retarla, para lo cual siempre existe la opción rusa. Parece que por esa ruta llegará lejos.

En este cuadro de cambios resulta beneficiada Cuba, dado que Estados Unidos debido a las nuevas realidades latinoamericanas y las mencionadas en el párrafo anterior, ha adoptado una postura menos intransigente frente a los gobiernos del Hemisferio, quizás convencido que la “fruta madura” con la que la Isla fue comparada en una oportunidad, “ya no caerá en sus manos”. Felizmente, gracias a esto, las políticas agresivas implementadas por décadas han disminuido su intensidad.

Algunos dirán que esa política agresiva ocurrió porque el liderazgo cubano se empeñó en hacer una revolución al estilo soviético, enemigo natural de Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En ese punto habríamos de hacer muchas pautas, aunque lo cierto es que el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, llevaba implícito realizar una revolución que Cuba venía incubando desde los años treinta.

A finales de la década del cincuenta, en Latinoamérica, ningún país estaba “autorizado” para hacer reformas u organizar su sistema político, sin la aprobación de Estados Unidos. Así funcionaba este Hemisferio.

El liderazgo cubano aceptó la confrontación y maniobró contra viento y marea, incurriendo en los aciertos y desaciertos que conlleva una situación de esa naturaleza. Lo demás es historia.

Ahora se plantean reformas del sistema soviético adoptado en aquel entonces. Al frente de esos cambios se encuentran los líderes de entonces y una pequeña mayoría de dirigentes distante de ellos por más de una generación.

En el sentir general, las quejas de quienes desearían una Cuba eficiente, donde la justicia permita un estilo de vida mínimo, pero pleno y simple, provienen de quienes confunden el sistema con el proceso y entre estos se cuentan quizás por igual emigrados y residentes en Cuba.

Lo mejor que pudo ocurrirle al país cuando se derrumbaron los esquemas de un mundo mejor al capitalismo, es que el liderazgo histórico del proceso iniciado con el triunfo insurrecto y un grupo perteneciente a dos generaciones posteriores, estén al frente de los nuevos diseños que puedan implementarse. La crítica aduce que la mentalidad de ese grupo de Poder no ha cambiado, aunque manifiesten variantes en el discurso. Lo cual también es cierto, pero en el fondo, es la clave de que algo mejor pueda hacerse.

Es innegable que hasta hoy, el liderazgo no ha planteado nada nuevo. Sólo mencionan las metas justicieras a las cuales aspiran con las reformas, pero nadie dice cómo serán las mismas. Seguramente porque no hay ideas claras de cómo llevarlas a cabo. Las metas son las mismas y la manera de presentarlas difiere del pasado, pero no hay soluciones concretas para alcanzarlas. Es más, se redunda en asuntos de igualitarismo y otros aspectos que, en la fase actual sólo contribuyen a disociar el pensamiento del objetivo inmediato, el cual requiere encontrar formas concretas que den inicio a la nueva etapa.

Pero en medio de estas contradicciones, esperas e incertidumbres, debemos concluir que no existe otra opción que apostar por el proceso, al margen que existan instituciones y personas que aún se sienten parte del viejo sistema. La existencia de esas mentalidades en la dirección política, quizás sean la mejor garantía para la continuidad de un proceso que eventualmente superará a un Estado que demostró ser demasiado rígido para garantizar las libertades necesarias al funcionamiento justo de la economía fundada por el capitalismo y avanzar más allá de la democracia que recibimos del liberalismo. Si otras mentalidades hubieran ocupado su lugar, quizás hubiesen optado por el menor esfuerzo y aceptado practicas económicas y políticas que sectores cada vez más mayoritarios en todos los países, critican e intentan cambiar. La dificultad de estos últimos en relación a las probabilidades de un mejor futuro para Cuba es que, por suerte o desgracia el país arranca de un borrón y cuenta nueva y los otros deben lidiar con el pesado fardo de quienes controlan producción, comercio y servicios.

Parece difícil, pero las probabilidades de llegar a mejores circunstancias son mayores para Cuba, que las existentes en los países que practican una democracia limitada por facciones sociales o facciones de Poder.

Mi visión del asunto es que no se puede andar con inmediatismos. Este es el gran veneno que un estilo de vida errático y convulso, donde ningún estándar de vida es suficiente, ha inoculado en la mente social. Ese inmediatismo espera que cada nuevo anuncio o reunión de las instituciones cubanas, presente propuestas definitivas.

Es cierto que hacen falta propuestas y nada se avizora en el horizonte en ese sentido, incluyendo la más importante de todas, la relacionada con las empresas del Estado, las cuales, dentro de las circunstancias actuales del desarrollo técnico universal, pueden ser más viables que las supeditadas a manejos individuales y a especulaciones que de muchos modos, terminan lacerando grandes comunidades y a veces países enteros. Lo que está por decidir en ese aspecto es, cuánta hegemonía tendrían sobre ellas los poderes centrales, en especial los nacionales, por aquello de que siempre es preocupantes desvestir un santo para vestir otro.

De cara al presente, lo más urgente es concretar en blanco y negro, los trazos generales del nuevo sistema que facilitará alcanzar objetivos que últimamente se anuncian en la resolución final de cuanto evento político pero que aún no están plasmados en los trazos generales que definen un Estado.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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