Andrés Marí - Cubainformación / Fundació Vivint.- Algunos cubanos creen que la soberanía de un pueblo ha de estar siempre erguida. Otros creen que ‘eso’ es puro juguete del destino. No obstante, la diferencia entre estos pensamientos es la que nos juzga para pertenecer o escapar del pueblo que también somos y de su destino. Todos, en mayor o menor medida, hemos reído y llorado con tal pertenencia o tales huidas. Y serán muy pocos los que, en un paso u otro, no amaron los sueños que los hizo muy tensos o demasiado vulnerables en el juego de la vida. No es nada extraño en un mundo muy ajeno a la convivencia con una naturaleza humana que, cansada de odios y venganzas, lo rechaza.


 

Cuba podría ser la más dramática sensación de que el mundo no se puede cambiar, de que cualquier día podemos ahogarnos con nuestros propios alientos, de que el planeta y la vida humana no tienen ningún sentido. Pero al mismo tiempo, Cuba ha hecho germinar unas encrucijadas donde la desesperación y la esperanza parecen darse la mano. Si esa unión es capaz de crear la voluntad necesaria, también Cuba podría ser la sensación más aproximada de que el mundo podría cambiarse, de que no nos ahogaremos en nuestros alientos, de que la vida humana tiene un espléndido sentido en el jardín que todos debemos cuidar.

Ya no se trata de defender o condenar a Cuba. Da igual una u otra cosa, y las dos posiciones deben tener muchas razones. Ahora se trata de otra actitud. Si logramos traspasar el laberinto kafkiano del que todavía somos huéspedes en todas las sociedades humanas, podremos seguir enarbolando la efectividad de las palabras. No es la isla la máxima preocupación de la humanidad. Ella sólo es un símbolo del derecho a defenderse y a equivocarse al instalarse en el gran problema del mundo, un mundo indiferente a existir. De tal indiferencia Cuba ha intentado librarse. Y no pudo hacerlo sino creyendo que se pueden encontrar propuestas vivificadoras para su destino. Mientras todos juntos no las encontremos, la ceguera nos seguirá dominando.

No cabe duda que entre migraciones humanas desenfrenadas, traslaciones de enfermedades incontrolables, encuentros culturales explosivos y un desconcertante cambio climático que, en vez de abrirnos las orejas, cada vez más nos ensordece, el abismo entre un mundo rico y otro pobre ya es inflamable, real e histórico. Extender la sociedad consumista y derrochadora no lo aguantaría la Naturaleza. Pero los seres humanos buscarán siempre su mejoramiento allí donde esté. De hecho ya todos nos estamos juntando, poco a poco y malamente, pero el movimiento es indetenible.

El umbral de una nueva civilización está siendo atravesado desde el propio abismo que se ha creado entre los seres humanos. La globalización de un Mundo Distinto al que vivimos puede ser la única tabla de salvación que nos queda. En ello, los cubanos podríamos abandonarnos a la efímera suerte o creer que todas las personas y todos los pueblos tienen el derecho -y el deber- de poseer la máxima soberanía sin necesidad de ser vigilada para comprobar si estamos siempre erguidos o tan relajados para que se juegue con nuestras vidas. El Bloqueo de EEUU a Cuba, como opción en la interrelación entre las personas y los pueblos, es la esencia fundamental de la tragedia que se cierne sobre Cuba, EEUU y Todo El Mundo.

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