Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- Desde que comenzaron mis preocupaciones sociopolíticas, he escuchado a la izquierda predecir el fin inevitable de Estados Unidos de América. Y desde que las reformas de Deng Xiao Ping en China catapultaron el país hacia el camino del decrecimiento, he escuchado a los gurús económicos conservadores predecir el fin de su esplendor.


 

Como siempre, las posiciones partidistas sólo sirven para confundir y en la mayoría de los casos para estorbar. Los reales cambios que presenciamos son las relaciones entre los países.

Del mandato de Donald Trump y otras políticas exteriores decididas por la nueva administración de Joe Biden, el mundo ha presenciado cambios sustanciales.

Con esta última administración, la polarización del mundo se ha acentuado a una velocidad inesperada. Aunque era previsible desde la aparición de China como potencia económica, social y militar, inesperadas ocurrencias parecen acelerar ese proceso. Y creo que la estocada final está siendo dada por el presidente Biden, quien insiste en el viejo criterio que considera a Estados Unidos de América el país “escogido por la providencia para salvar la humanidad de todos los pecados”.

Esto último está originando un regreso a la selectividad ideológica, cultural y religiosa, como condición para escoger aliados.

Durante su campaña presidencial, Biden prometió ser duro con los sauditas refiriéndose al príncipe Mohamed Bin Salman como “un paria”.

En realidad, Arabia Saudita ha sido un aliado de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Cuando la mayoría del Medio Oriente y el Norte de África apoyaban a los nazis, por variadas razones y en especial porque eran colonias de los enemigos de Alemania, esa región se mantuvo cercana a Washington.

Un aspecto que contribuyó a acelerar el vínculo fue la visita de Franklin D. Roosevelt al rey Ibn Saud en 1945. Roosevelt era un hombre liberal, progresista, poco ortodoxo socialmente y su corta entrevista con Saud le ganó a este la confianza. Existía además una relación comercial desde 1939 iniciada con la extracción de petróleo tras el descubrimiento de las grandes reservas que atesoraba la región.

La polarización mundial, profundizada en aquella época con la consolidación de la URSS y la lucha de occidente por la “contención del fantasma del comunismo”, favorecieron la alianza. En ese aspecto contribuyó mucho también la desconfianza de los árabes hacia los soviéticos quienes practicaban una feroz intolerancia contra las religiones, especialmente la musulmana.

Pero en esa relación, desde su inicio siempre existió un pequeño problema que, a corto o mediano plazo, ha empañado las relaciones de Washington con los demás países: la maniática creencia en la superioridad de su sistema político. Por años, el beneficio estratégico del petróleo para mover la maquinaria productiva de una región vacunada contra invasiones o enemigos de similar poder bélico, flanqueado por países subyugados al sur y por Canadá al norte, perteneciente este último al Imperio Británico, primo hermano mayor de Estados Unidos facilitó que el nexo saudita con Washington se mantuviese lineal en apariencias. Surgió además la visión estratégica que recomendaba a Estados Unidos de América conservar sus incalculables reservas petroleras y consumir el petróleo de otros.

Hasta hace unos años, a cambio de esos beneficios económicos, del acatamiento de los sauditas a las directrices de su política exterior en lo regional e internacional, Estados Unidos no ha puesto pretextos, y como cosa rara, ni siquiera ha apelado a su cuestionada política de derechos humanos (la cual incluye también el sistema político de vecinos y “aliados”), para alterar ese vínculo.

Pero los matrimonios por conveniencia lentamente envenenan el alma de las parejas. En un instante del tiempo comienzan los deterioros, salen a relucir trapitos sucios, altisonantes frases implican que el “otro le debe la vida” y así por el estilo, hasta la pudrición total del tejido.

En medio de las presentes crisis internacionales, el comunismo convertido en pieza de museo, nuevos criterios socialistas con franca tendencia a socializar las ideas liberales y erradicar el autoritarismo conceptual del socialismo ortodoxo, y poderosos países reclamando territorios o viejo privilegios, Washington critica a los sauditas por no tomar partido sobre el conflicto ruso ucraniano, por anunciar la disminución de la extracción de petróleo con el consecuente aumento de precios a dos meses de unas elecciones cuyos resultados son casi de vida o muerte para los demócratas, amenazándolos para colmo con “serias consecuencias” si no rectifican.

Como era de esperar que sucediera, ya comenzaron las disputas y amenazas mutuas. Quizás no sea el fin de los contactos amorosos, pero es definitivamente la terminación del idilio matrimonial por conveniencia que, seguramente no fue el interés del presidente Roosevelt aquella primera vez en que un jeque árabe tuvo contacto con un “ser del occidente”.

Pero no es menos cierto que estos sucesos coinciden con lo que muchos analistas consideran que la seguridad de la región proveniente de Estados Unidos parece sufrir algún deterioro por su marcada prioridad hacia países como Israel y otros con sistemas políticos más similares al suyo.

Ahora bien y con el perdón de la izquierda pitonisa, nada de esto indica el fin de Estados Unidos como gran potencia. Es sólo un cambio más en el tablero de las relaciones internacionales, donde la economía global sufrirá un ligero fraccionamiento, cuyas posibles consecuencias entre otras cosas, podría provocar un salto del crecimiento económico ante la aparición de un mundo de mayor competencia. El lado oscuro quizás sea un aumento del poderío militar de los poderosos, lo cual podría colocarnos al borde de grandes catástrofes si el raciocinio, a veces muy escaso en política, no se impone.

 

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

 

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