Por Hernando Calvo Ospina*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación


Original en La Jiribilla

¿Y por qué el Estado cubano no acepta lo que le pide Estados Unidos para que la deje tranquila y levante el bloqueo? ¿Por qué esa revolución persiste en ir a contracorriente del imperio más poderoso que ha existido en la tierra, si esto le ha traído como castigo tantos problemas económicos y sociales que aumentan cada día? ¿Vale la pena tal terquedad? La inmensa mayoría de los países del mundo no desea las imposiciones estadounidenses. ¿Entonces?

Sí, a veces he pensado en ello. Pero en realidad esas reflexiones no han sido de mi originalidad, aunque me han servido para imaginar las posibles situaciones. Varias personas me han hecho esas preguntas con toda la naturalidad e inocencia que deben tener millones de personas en este mundo ante el “caso” cubano. Seguramente volverían las transnacionales, que empezarían por reconstruir y poner a funcionar tantas industrias obsoletas o cerradas. Cuba se llenaría de turistas gringos que dejarían chicles y basura por todas partes, pero también muchos dólares, tan necesarios para la economía. En la Plaza de la Revolución se instalaría un McDonald, símbolo de progreso, libertad y carne, aunque se dejarían las imágenes del Che y Camilo, pues atraen turistas. Algo muy importante: todo el que quisiera podría armar un carrito y vender cualquier cosa en cualquier parte, como muestra de iniciativa empresarial y de libre comercio.

Es cierto que habría algunas cositas que podrían molestar o incomodar a la inmensa mayoría de los cubanos, pero con la ayuda de la propaganda mediática pasarían como simples detallitos, necesarios para la reorganización y modernización del país en su camino al capitalismo salvador. Por ejemplo, la salud y la educación dejarían de ser gratuitas, pues el nuevo Estado tendría que dejar de ser “paternalista”: quien quiera sus beneficios, que los luche y los gane, o que se fastidie por incapaz. Las casas y edificaciones que ocupan los cubanos desde comienzos de la revolución tendrían que devolverlas a sus “antiguos dueños”, esos pudientes que huyeron. Son cursilerías necesarias para que regresen los “agentes del progreso”.

“Qué bueno sería si los mosquitos dieran quesos”, decía mi abuelo. Porque el fin de la revolución y el regreso de Cuba a la propiedad estadounidense es un problemita, un detallito, un asuntico, una cosita para nadita simple.

La Revolución Cubana transformó radicalmente las entrañas de Cuba, y sin imponerse, pues se fue construyendo desde abajo, con y para el pueblo. No ha sido algo de unos iluminados, si bien Fidel resplandeció como guía. Por ser un proceso con olor y sabor a pueblo es que ha soportado los huracanes, terremotos y tsunamis económicos y políticos que le han enviado el vecino y sus aliados.

Al proponerse ser una revolución donde los cubanos decidieran el destino de sus vidas y nación, tenía que ser antiimperialista, pues era el imperio quien mandaba hasta aquel Primero de Enero de 1959. Y el imperio resultó ser muy sensible. Ante una oveja que se le iba del corral reaccionó con la rabia típica de los dioses vengadores. Pero hay que entender la ira del dios del corral. En muchas partes del continente empezaron a cuestionar su autoridad. El antiimperialismo se volvió una causa justa, porque era sinónimo de dignidad, libertad y soberanía. Por eso América Latina no sería la misma desde aquella fecha en que Fidel y sus barbudos entraran a La Habana y empezaran a fastidiar a Washington.

La Cuba antiimperialista le desordenó el patio al todopoderoso. Demostró que sí se podía. Pero no paró ahí. Lo más grave estaba por llegar. La naciente Revolución Cubana antiimperialista tuvo la osadía de tomar por asalto mares y llegar a tierras lejanas para combatir al imperialismo y sus secuaces. Ayudó a que varias naciones de África se liberaran del yugo colonialista, aunque muchos de sus hijos dejaran su vida en aquellas lejanas tierras. Y su antiimperialismo, aunque muchos en este mundo lo desconozcan, fue el fin de la inhumana y aberrante segregación racial en África del Sur, amamantada por quien se hace llamar la más grande democracia del universo (o sea, más allá del planeta Tierra).

Cuba es antiimperialista. Le guste a quien le guste. Aunque esa palabra suene a viejos textos o discursos. Pero el imperialismo sigue vivito. Ese centro de poder que tanto daño ha hecho y hace a la humanidad, establecido en Washington, es un imperio. Tan poderoso ha sido, que una vez dije que en sus elecciones legislativas y presidenciales deberíamos votar la mayoría de los ciudadanos del mundo, pues ahí se decide buena parte de nuestras vidas.

Hoy veo a ese imperio tambalearse en verdad. Por aquí y por allá se cuestiona su poder y se soporta menos su arrogancia. Muchas más naciones se quieren quitar esa pezuña, esa garra de encima.

La Cuba antiimperialista ha sido y sigue siendo ejemplo de dignidad. Me atrevo a decir que esas pocas naciones que hoy dicen “no” al imperio han visto un ejemplo en esta Isla llamada Cuba y su revolución.

Sí, es cierto, ha sido y es duro para los cubanos no aceptar lo que aceptan, aún, la mayoría de los gobiernos del mundo.

Si Cuba, esa isla que queda por allá en el Caribe, es centro de la ira del imperio y noticia regular en los medios de información del mundo, es porque su revolución debe tener mucho de buena y mucho de revolucionaria, porque de los normales escasamente se habla. Entonces, ¿para qué aceptar lo que pide el imperio?, ¿para que se vuelva un buen amigo?

Déjame tranquilo con este vino que te parece agrio, pero es vino de mi viña. Imagino a los cubanos que entregan su revolución al vecino imperial: lo que les caería encima es la venganza por haber sido tan rebeldes. Y afuera. Sí, el faro de rebeldía y dignidad antiimperialista se nos apagaría. Esa “circunstancia” no es posible. Sencillamente no es posible porque es imposible.

 

*Hernando Calvo Ospina, periodista, escritor e investigador colombiano residente en Francia.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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