Al ser humano le es propio contar historias, dar una explicación a lo que sucede, quizás por eso la antigüedad del teatro data de dos mil seiscientos años, mucho antes que las misas. La misa es también la representación de una historia y tiene sus rituales. En el teatro es igual y cada puesta es diferente, esta es su magia.


Al ser humano le es propio contar historias, dar una explicación a lo que sucede, quizás por eso la antigüedad del teatro data de dos mil seiscientos años, mucho antes que las misas. La misa es también la representación de una historia y tiene sus rituales. En el teatro es igual y cada puesta es diferente, esta es su magia.

El fenómeno de la narración es el mismo en las series televisivas, en el cine, en los libros, responde a la propia necesidad humana de contar historias.

Ahora se añaden las mal llamadas inteligencias artificiales: con una grabación de tu voz y movimiento, automáticamente se generan unos píxeles que hacen hablar a un ser ficticio capaz de decir cualquier cosa con tu rostro y tus gestos.

Mientras, el teatro seguirá siendo verdad y va a tener muchísima más importancia para esta época del mundo, porque como vamos llegará el punto en el que dejemos de creer en las pantallas.

Siempre ha sido riesgoso y complicado hacer teatro, pero el teatro sobrevive y sobrevivirá a cualquier catástrofe, cataclismo, guerras mundiales o lo que sea.

Fíjate que antes decíamos: hace falta un mayor acceso a la información; ahora hay acceso a muchísima información y seguimos siendo los mismos idiotas.

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No hay una primera pregunta. Alejandro Ramonda Conteras, director del café-teatro Sala Negra, destraba esta bocanada. Es en Logroño, capital de La Rioja (a unos 333 kilómetros de Madrid), una ciudad de poco más de 151 mil habitantes, donde caló, entre sus tradiciones, la afición por disfrutar de espectáculos teatrales y el interés por la representación de obras dramáticas.

— Ha sido cabezonería mía mantener Sala Negra; siempre pensé que faltaba aquí en Logroño, y la realidad me lo ha confirmado, porque la gente viene; es la única de su tipo en toda La Rioja, dice Alejandro.

Hay poca luz en la Sala. En medio de los dos, una de las tantas mesitas redondas que ocupan la instalación, tan oscuras como una parte de las paredes y las cortinas. El escenario —a mi espalda—, aun apagado es majestuoso. Sin dejar que se le enfríe el café, tras un primer sorbo, él añade:

—Conocía la existencia de un circuito grande de actores y actrices, de compañías que preparan obras para teatros de este formato; en Madrid fui consumidor habitual de presentaciones en espacios pequeños.

“En toda España hay más salas como esta; todos los empresarios que como yo han querido apostar por ellas estamos sindicados en una red. Unos lo llevamos mejor que otros; hay a quien le cuesta más, en dependencia de las circunstancias y de la comunidad donde se halle”.

Mucho tiempo de su vida ha dedicado Alejandro a la gestión teatral y, aunque parece que en algún sentido esto tiene que ver con una práctica familiar, no lo supo hasta hace muy poco.

Lo paradójico es que su formación en Argentina fue técnica: tiene un título que le autoriza a hacerle mantenimiento a tres aviones de la Fuerza Aérea de su país natal, aunque allí también aprendió de gestión y marketing, artes que ha aplicado a sus faenas de las últimas décadas, prácticamente desde que llegó a España, hace 32 años.

No es actor —nada sabía de teatro—, pero se le da muy bien organizar a la gente.

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La historia es esta. Sala Negra, que abrió en 2018, es la guinda de una empresa que tiene veintitrés años de vida. Alejandro y la chica que era su esposa la inauguraron el 10 de septiembre de 2001, “un día antes del ataque a las Torres Gemelas”. Primero, para actividades extraescolares (principalmente teatro); un año después, surgió la Escuela Dinámica Teatral.

“Era muy gracioso porque pintamos las salas de diferentes colores; estaba la naranja, la azul, la verde y la negra. Esta última, era la que daba al público, a la calle, y en la que empezamos a hacer muestras de lo que preparaban los alumnos. Así mucha gente asoció sala negra con un sitio de ver teatro, por eso el nombre que tiene ahora. Y, al lado, sigue funcionando la escuela.

—Es una gran ilusión tener un teatro, aunque sea pequeño…, le digo.

—Es impresionante…, muy bueno, responde.

Sala Negra no tiene una compañía, pero sí producciones propias; las tres profesoras y el profesor de la escuela que incluye el proyecto conforman un grupo de actores con el que han montado obras para niños y prevén una temporada dirigida a adultos.

Soneto Rojo, una compañía residente, tiene espacio todos los meses en la Sala para un espectáculo de adultos y otro de niños. Luna Producciones, de Navarra, también es asidua.

—A la hora de elegir las obras a presentar, lo primero que busco es que estén a cargo de profesionales. Parece una perogrullada, pero hay muchas compañías amateurs. Y no tengo nada en contra de ellas, pero contratar a una empresa profesional garantiza que tiene claro lo que quiere hacer, que el trato es mucho más fácil y rápido; además, el público se da cuenta cuando es amateur, se nota mucho. Y como soy una empresa, tengo requerimientos formales.

“En lo siguiente que me fijo es en la historia; primero tiene que gustarme a mí o saber que va a gustarle al público, con el que mantengo una interacción constante para conocer sus preferencias. Miro, además, qué obras han triunfado en otros lugares.

“Luego le pido al actor o a la compañía que me mande un video de la obra completa, que presente suficiente material de promoción, como un cartel, fotos profesionales, una sinopsis bien redactada y un teaser (un video cortito). Todo esto debe estar hecho con suficiente calidad.

“Me interesan, sobre todo, las historias guiadas por dramas humanos, pero a veces son poco frecuentes. Un buen ejemplo en este sentido ha sido Las peladas, que trata el tema de la dictadura española. Cuando la vi por primera vez, terminé de pie, llorando. Es igual de emocionante para cualquier persona, no importa cómo piense, lo universal está ahí. Y enseguida quise llevarla a Sala Negra.

Las peladas cuenta la historia de un señor, de un abuelo, que había sido torturado, reprimido, durante la dictadura, y regresa a su pueblo a internarse en una residencia de ancianos. La directora del lugar, una monja, es su hija, pero no lo sabes hasta el final. El padrastro de la monja es el fascista que se la llevó. La trama aborda el sufrimiento de ese señor que le quiere decir a su hija que él es su padre.

“Sabía que me iba a ser muy complicado encontrar público para esta obra, pero hice una buena relación con el director, jovencísimo. —era su segunda obra de teatro (candidata a premios y tal)—; nos tomamos unas cervezas en la feria donde la vi y le dije: “Por favor, ¿quieres venir a Logroño a actuar?”

“Fue un lío organizar la parte económica y que, además, cupieran en el espacio de la sala. Pero una vez que tuvimos todo cerrado me fui a buscar público. Hice acuerdos con asociaciones de memoria histórica y con gente interesada en el asunto, y todo el mundo salió encantado.

“Es decir, seleccioné una obra de teatro que a mí me emocionó y que me parecía adecuada, la traje, busqué público, y muchos de los que asistieron en esa ocasión no conocían la Sala; después se han quedado como público recurrente.

“La pusimos en un espacio que llamamos Encuentros en escena, en el que siempre tratamos de colocar contenidos que susciten el diálogo entre el público asistente y los protagonistas de la pieza teatral que se presente. Entre estas, recuerdo una que hablaba de las autoayudas, el coaching, y esas cosas pseudocientíficas, un fenómeno muy presente aquí en Europa, que espero que en Cuba no lo tengáis. La gente siente que se autoayudan y se autoconvencen de mentiras, de delirios.

“Los Encuentros en escena, son del agrado del público y de los artistas, porque ¿qué más puede querer un artista que hablar de su trabajo? Este espacio, que inicié desde la pandemia, tiene una o dos frecuencias mensuales y funciona así: selecciono la obra por su temática, le aviso a la compañía y al público, y después de la presentación nos quedamos tomando un café o lo que quiera la gente y hacemos un coloquio sobre lo que acabamos de ver”.

Alejandro habla, entre las presentaciones más recientes de este espacio, de 23 kilos, “una producción riojana de una actriz que trabaja con nosotros en la escuela de teatro. Ella se fue a Perú como freelance y en la obra cuenta su experiencia. Tuvimos cincuenta personas en el público, y después la conversación giró en torno a lo que pasa cuando emigras, cuando estás fuera, cómo lo vives.

Demasiado joven para ser viuda, de la actriz española Susana Hornos, fue otra de las más exitosas; la pusimos el pasado 24 de marzo. Ella se casó a los 26 años con el actor argentino Federico Luppi, cuando él tenía 66, y tuvieron un matrimonio feliz durante casi 20 años.

“El azar hizo que yo la conociese y que ella me hablara de su obra, en la que cuenta los juicios de la gente que tuvo que superar por haberse casado con un señor mayor. Pensaban que era por dinero, aunque no es el caso. Luego, vivió el cuidado de Federico cuando él enfermó, la viudez y todo lo que implica, porque todavía sigue siendo juzgada por la sociedad. La obra generó un debate interesante; el público preguntó menos de Luppi y más acerca de su vivencia.

“El 14 de abril tuvimos Cómete un pie, cuyo tema de fondo son los desahucios. En general, el público ha respondido positivamente a mi criterio de selección; es un ganar-ganar, estamos todos contentos”.

Los llamados slam de poesía también tienen lugar en Sala Negra un jueves al mes. “Funcionan en todo el mundo, probablemente en Cuba también. Es como una competición: el poeta sube al escenario y tiene tres minutos para leer su obra, sin ningún atrezo ni escenografía, y el público decide quién gana. En España hay una liga nacional. El ganador en Sala Negra representa a la Comunidad Autónoma de La Rioja, y va al slamers nacional, y así sucesivamente.

“Una línea que yo etiqueto como Canallas nos da mucha visibilidad y mucho público: son espectáculos ligeros de comedias, cabarets, burlesque, ahora están muy de moda los monologuistas, stand comedy. A esos vienen más gente, a escuchar chistes, algunos mejores que otros.

También pongo conciertos de jazz, por las características de la sala. Recientemente tuvimos aquí a Patricia Kraus, hija de Alfredo Kraus, un famoso tenor español. Ella canta jazz, vino en formato trío, piano, bajo eléctrico y voz.

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En Argentina —cuenta Alejandro— hay gente de todos lados, muchos llegaron durante el período de entreguerras, y también después de la Segunda Guerra Mundial.

—Por parte de la línea paterna mi familia proviene del Piamonte, Italia. Pero yo tenía un vecino judío, otro alemán, otro de Albania…

Recuerda que su padre casi no mencionaba su ascendencia italiana, solo nombraba a un tío. “Fue durante la pandemia —hablando con familiares míos— que descubrí otros detalles. A Daniel, uno de mis parientes, le dije:

—Tengo un teatro chiquito en Logroño.

—Estás haciendo lo mismo que tu abuelo, me respondió

—Pero, vamos a ver Daniel, que yo soy el hijo de José, el que tenía el taller de bicicletas en Mendoza, le rebatí asombrado.

—Sí, pero espera a que te cuente.

“Resulta que mi bisabuelo Bernardo salió del Piamonte, de un pueblo chiquito que se llama Busca, con Juditta, su mujer y sus catorce hijos, y fueron para Argentina. Mi abuelo, José, era el mayor de los hermanos que tuvo la pareja.

“Bernardo, un hombre bastante hirsuto, no hablaba de cuestiones culturales, lo único que hacía era trabajar, pero Juditta se encargó de enseñarle a sus hijos canto, baile y cosas de teatro. El caso es que mi abuelo José era el que se encargaba de preparar el patio de la casa de la familia en Córdoba, Argentina, para que los vecinos fueran a ver a sus hermanos actuar.

“Les llamaban ‘los piamonteses locos’. Mi abuelo hacía bicicletas, ponía los carteles para anunciar las funciones e invitaba a la gente; un tío-abuelo era mago. Los domingos iban todos a la plaza a hacer sus presentaciones para los niños, y a veces preparaban obras de teatro en el patio de la casa de los Ramonda, en Busca. Y fíjate, yo hago lo mismo que mi abuelo, aunque no lo sabía.

“Pero la vida me ha traído hasta aquí sobre todo por pasión, porque siempre me ha gustado mucho el teatro, incluso antes de dedicarme a esto —en segundo plano, a la gestión— ya era público asiduo en pequeñas salas.

“Cuando en el 2016, la chica con la que yo estaba casado decidió marcharse, me quedé yo solo dirigiendo la empresa. Lo hice como pude; me costaba mucho, porque yo no sabía de dirigir artistas; eso lo hacía ella. Pero como me fue bien, en el 2018, abrí Sala Negra”.

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La Escuela de Teatro que comprende el proyecto ha pasado por varias etapas en todos estos años. “Al principio se daba teatro como actividad extraescolar en los colegios, que en España funciona como una forma de conciliación entre la parte laboral y la educativa. Los papás salen a veces del trabajo más tarde que los niños, entonces los apuntan a extraescolares; algunos a matemáticas para que hagan los deberes, y otros a teatro.

“Pero con esa línea pedagógica —más educativa que teatral— también vimos que había muchos alumnos que querían aprender más teatro porque les gustaba mucho lo que hacían. Entonces con el dinero que ganamos montamos lo que luego fue la primera Escuela de Teatro de La Rioja, enfocados en una línea más bien pedagógica.

“En esa época se montaban obras relacionadas con las querencias de los alumnos. Los chavales venían al grupo de teatro a hablar de lo que les interesa y no estaban en la calle haciendo cualquier cosa, como puede ser molestar a las palomas o jugar a la PlayStation o estar pegados al móvil.

“Cuando la directora de ese momento decidió marcharse tuve que buscar a otro director. Este pensaba más en la sociedad y en lo artístico, mientras que nosotros habíamos estado muy centrados en el alumno.

“Él decía, si queremos tener actores hay cosas que no nos interesan, deben aprender ciertas técnicas. Y empezamos a enseñar técnicas teatrales: teatro de texto y teatro físico, o sea, de cuerpo. Después —aunque lo hacía muy bien— fue incomprendido por los alumnos; ellos estaban acostumbrados al otro modelo, y él se cansó.

“En 2019 contraté a otro director con el que tuvimos muchos problemas porque enseñaba una técnica sobre todo psicológica, que tiene una línea muy difusa, con temas muy delicados, cuando en realidad son cuatro técnicas las que se necesitan aprender.  Luego vino un año de transición con la misma directora del principio, y después ella se marchó de nuevo.

“Ahora tengo un equipo docente que enseña desde la práctica y con las herramientas más básicas que necesita un actor: saber hablar, saber moverse, saber representar otros personajes. No nos enredamos en temas psicológicos o educativos.

“Ya entendemos que quien se apunta a la Escuela de Teatro es porque quiere aprender teatro, y el problema con que nos encontramos es que hay un poco de desconocimiento de cómo es el oficio y de la utilidad de las habilidades que propicia.

“Lo cierto es que para ser actor hay que dominar fundamentalmente esas tres destrezas que mencionaba antes que sirven para actuar, pero también para hacer promoción cultural. Es como decir —si se habla de un pintor—, que no puede pretenderse hacer un Kandinsky si no se sabe sujetar el pincel. Entonces las herramientas básicas son las que enseñamos aquí.

“En La Rioja, en Logroño, la única propuesta de escuela de teatro que dispone de sala es la nuestra. Y como los profesores son actores y actrices en activo, los alumnos van a verlos actuar, y todo lo que aprenden luego lo ven en la práctica”.

La Escuela de Teatro de Sala Negra está dirigida a niños y adultos, “lo que pasa es que no tenemos adultos, porque a veces cuesta mucho competir. También porque, lamentablemente, aunque somos una empresa cultural, nos tenemos que hablar en términos económicos, y hay propuestas subvencionadas que salen infinitamente más baratas de lo que nosotros podemos ofrecer, porque tengo que pagarle al profesor, el local, la secretaría, la página web, y todo.

“Hay opciones públicas que también hacen una buena labor de difusión del teatro, aunque a veces se juntan con otros intereses. Por ejemplo, van gente que les gusta mucho el teatro y que van a salir actores, pero también otras que buscan ligar, encontrar amigos o tener un día diferente.

“Yo muchas veces reclamo a las instituciones que se nos tenga un poquito más en cuenta para las ayudas económicas, por ser esta la única sala de su tipo que hay en La Rioja. A veces he tenido que pedir lo básico; o sea, echadme una mano para publicidad, por ejemplo.

“Claro que tengo la Sala porque de momento me compensa, pero si no fuera así algún día, cerraré y os vais a quedar sin sala; porque estoy cubriendo algo que vosotros no hacéis”.

Cómete un pie

Bajo este título sugerente, Cómete un pie —la obra de la actriz Ana Roche, presentada el 14 de abril reciente, en Sala Negra—, más allá del engendro de los desahucios, “habla con mucho sentido del humor de la auténtica precariedad en la que se mueven las mujeres para sobrevivir”.

Así lo define la propia Ana, cuando explica la génesis de la pieza teatral, nutrida de unos textos de la periodista y escritora española Cristina Fallarás: “muy amiga mía, feminista, defensora de los derechos de la mujer e impulsora del famoso hashtag #Cuéntalo.

“Los escribió durante un proceso de desahucio que ella misma vivió. Supe de ello y le pregunté: ¿Me pasas la historia? A ella le pareció bien; empecé a leerla y lo primero que me resultó curioso fue el silencio mediático que hay en torno a un fenómeno cada vez más presente en la sociedad española, cuya esencia es la mercantilización de la vivienda.

“En España, prácticamente es un lujo poder vivir sola”, añade. “Muchísimas familias se tienen que juntar con otras familias o con los hijos para poder pagar un techo. Y eso afecta la evolución normal del ser humano, su privacidad y salud mental. De esto no se habla en las radios ni en las televisiones”.

Cuenta Ana cómo fue construida la dramaturgia de la pieza a partir del testimonio de Cristina. “En un primer momento entró a hacerla Celia Morán y la llevamos a escena; ella también me dirigió. Luego yo hice unos arreglos y le acabamos de dar ese cuerpo que ahora tiene, que es quizás más entendible o más clara en muchos aspectos. Somos un equipo femenino, porque era importante trabajar desde la mujer.

“Tomamos como foco la relación entre una madre y una hija que se encuentran después de mucho tiempo; están en una cena. La hija ha pasado por el mismo estado de precariedad que en otro momento padeció la madre.

“Ellas se plantean muchísimas preguntas que no son respondidas en el transcurso de la presentación, y las respuestas quedan en manos del espectador”. En el escenario, Ana Roche lo narra todo, se pone una y otra vez en la piel de los personajes con palabras, cuerpo, música y silencios.

En Cómete un pie —explica— está por un lado el punto de vista suyo, que es el de la hija. “Yo no soy madre, no tengo hijos en la vida real, y luego en los textos está la perspectiva de la madre, que es de Cristina, porque ella sí es madre.

“Toda esa dramaturgia es un poco vivencial. De mi parte, lo que yo sané hace muchos años en la relación con mi madre, de un momento de nuestras vidas en la que ya no eres madre e hija sino mujeres maduras mirándose y diciendo: “Cómo hemos tenido que luchar y tenemos que seguir”. Y así tú eres el reflejo de ella, y ella es tu reflejo, y todo entra como en un círculo vicioso. Entonces tenía que hablar de mí, que no me gusta nada.

“Pero esta es una obra de teatro que también podría ser un manifiesto, un acto contra el silencio o la palabra no dicha, un espectáculo de sanación, un golpe en la mesa para decir: ‘basta ya’. Porque el silencio y la podredumbre que genera, se hereda; lo callado es eterno y vuelve”.

Ana

Hablar de la precariedad es también ahondar en cómo empezó la carrera de Ana Roche. Lo dice ella misma mientras narra que trabaja como actriz desde los diecisiete años, que siempre interpretó para otros, y que tenía un sueño que prácticamente acaba de realizar, montar su propia compañía de teatro: La Roche Producciones.

Fue hace un año que pudo conseguirlo, en marzo de 2023, y lo hizo con el estreno de Cómete un pie en la Sala Mirador, de Madrid. “Tuvo un éxito genial; luego estuvimos también en Teatro del Barrio, en Luchana, en Soria, en Zaragoza, ahora aquí, y tenemos más fechas.

“Es mi primera auto producción. Hay veces que te lo tienes que hacer todo, también eso es precariedad. Pero no puedes quedarte parada, que es un poco de lo que va la obra, porque si paras no generas”.

Ana Roche es de Zaragoza, estudió en la Escuela Municipal de Teatro de esta ciudad, y enseguida que terminó empezó a trabajar. De allí se fue a Barcelona, a hacer teatro gestual, trabajó mucho en compañías: en el Teatro Nacional de Cataluña; en Aragón, en el Centro Dramático de Aragón; trabajó en Francia comedia del arte con Carlo Boso, estuvo en Aviñón; en Italia e Inglaterra. Y ahora está en Madrid.

“También hago muchísimo audiovisual en diferentes series, mientras avanzo con este proyecto que es bastante personal. Para mí es importante salir del discurso individual para hacerlo colectivo, una suerte y un riesgo que corremos los artistas, porque también hay veces que no nos programan en los sitios.

“Pero siento la necesidad de poner voz a la gente de la que no se habla. Tengo amigas colombianas que, por ejemplo, son periodistas y ahora mismo están limpiando casas; no se pueden empadronar en ningún sitio porque están en una situación irregular y quizás vinieron a España con sus hijos y sin un contrato y se meten en una habitación por la que les cobran lo que les da la gana.

“O sea, que al final Cómete un pie habla de la precariedad que sufren las mujeres —que no somos las únicas—, pero en este caso yo soy mujer y me apetece hablar de las mujeres”.

***

Estamos en su camerino. Cuando llegué, Ana estaba casi lista para comenzar su actuación: escenografía montada, ella maquillada y vestida…, pero accedió a este diálogo.

Pocos minutos después, aparece en el escenario: esparce energía, se transforma: llora, ríe, grita… “Cae el telón”. Aplausos. Viene Alejandro y explica al público que en breve puede dialogar con Ana. Ella llega; lleva entonces un atuendo diferente, cotidiano: pantalón azul, sudadera rosa, tenis.

A una pregunta del público, responde cómo a los 14 años descubrió su pasión por las artes escénicas y que su madre la apuntó en la escuela de teatro de Zaragoza. Después —ante otro pedido— recrea algunas ideas que estructuran la obra y repite estas frases, que también dijo en su monólogo: “la palabra no dicha”, “el silencio te apaga”, “lo callado es eterno y vuelve”.

—¿Es un monologo?, le pregunto

Responde que sí, porque ella actúa sola, pero que no le importa clasificarlo, que en todo caso lo define como una tragicomedia.

Termina el Encuentro en escena, y mientras hago algunas fotos del teatro, a través del lente descubro otra vez a Ana en el escenario. Esta vez, el ritual es otro: desarma pacientemente la mesa que le ha servido de attrezzo, recoge las sillas y otras utilerías. Termina y lo lleva todo fuera. Pienso en esa frase que ha dicho antes: “Cómo hemos tenido que luchar, y tenemos que seguir porque si no, nos paramos”.

(Tomada de La Jirbilla)

 

 

 

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