Roberto Díaz Martorell - Juventud Rebelde.- La escalada bélica en Medio Oriente, impulsada por Israel y respaldada por Estados Unidos y otros Gobiernos, sitúa hoy a la humanidad en un momento crítico de su historia.

La violencia desatada deja un rastro devastador de pérdidas humanas y entre los más vulnerables: menores, mujeres y ancianos.

Esta situación plantea una pregunta inquietante: ¿estamos al borde de una nueva guerra mundial con consecuencias impredecibles?


A medida que los conflictos se intensifican, resulta alarmante la aparente insensibilidad de algunos líderes ante el sufrimiento humano. Las imágenes de familias destrozadas y comunidades arrasadas son un recordatorio sombrío de que la guerra no es un juego de estrategias, sino una tragedia en la vida de millones.

Cada bombardeo, cada ataque trae consigo dolor y pérdidas irreparables que no deben ser ignoradas.

El riesgo de una conflagración global es palpable. Las alianzas y tensiones geopolíticas que marcan el escenario internacional podrían encender una chispa que lleve a naciones enteras a involucrarse en un conflicto sin precedentes y de consecuencias desatrozas.

La historia ha enseñado que las guerras, las que a menudo comienzan por motivos aparentemente locales, rápidamente se expanden, arrastrando a países y pueblos enteros en su vorágine destructiva.
Ante esta realidad, debemos abogar por la paz y la diplomacia en lugar de aceptar la fatalidad del conflicto.

La perpetuación de la especie humana debe ser la prioridad. Hay que impedir que el miedo y la desesperanza dominen la vida; en cambio, urge la unidad en un clamor colectivo por un futuro donde el diálogo y la comprensión prevalezcan sobre la violencia.

Es fundamental exigir posturas más humanitarias y sensibles. La comunidad internacional debe actuar con urgencia para detener el ciclo de violencia y buscar soluciones pacíficas que prioricen la vida y el bienestar de todos.

Debemos aprender de las lecciones dolorosas del pasado y trabajar juntos por un futuro donde se respeten los derechos humanos y la soberanía de las naciones.

La humanidad debe evitar ser testigo del fin del mundo. Que el compromiso sea defender la vida, la paz y la esperanza.

Ahora es cuando más se necesita alzar las voces en todos los escenarios posibles en una apuesta unida por la perpetuación de la humanidad y no de la guerra.

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