Souradjou ALI.- Vivimos tiempos de miedos en los que se aprovecha cada situación para asustar y mermar las libertades en los países llamados democráticos. Todo parece indicar que se trata de una manera premeditada para apaciguar las consciencias de las poblaciones (las más vulnerables que constituyen la mayoría) frente a los verdaderos problemas que más les afectan.


Llevamos muchas décadas escuchando hablar sobre el desarrollo médico alcanzado por los países autodenominados desarrollados, relacionando las enfermedades con la pobreza y el subdesarrollo. Ese apelativo de superpotencia les otorgaba no sólo el derecho a ser respetados por los demás países (más con países que no comparten sus ideologías), sino también el de vilipendiarlos bajo distintos tipos de amenazas, ¡hasta que llegó el coronavirus!

Sí, el coronavirus llegó para destapar las miserias y las desigualdades características de esas sociedades “desarrolladas” y “democráticas”. ¿Quién diría que con ese bichito, el mundo entero se diera cuenta de que esos gigantes tenían los pies de barro? Lo cierto es que no han podido esconder sus vulnerabilidades y fragilidades.

¿Quién no se acuerda de sus sorpresas, incredulidades e indecisiones al inicio del coronavirus, hasta llegar a la resignación, después de varias olas en los países más afectados? Para muchos, ese virus debería afectar a los países empobrecidos, con unas consecuencias imprevisibles. África por ejemplo, debería ser el continente más afectado, con consecuencias socioeconómicas y políticas, ya que finalmente los ciudadanos africanos deberían sublevarse contra sus gobiernos que serían incapaces de enfrentar la pandemia. Y como finalmente no fue así, esas potencias en colaboración con las compañías farmacéuticas se han puesto de acuerdo para buscar soluciones, aunque no sean transitorias. Recordemos que varias enfermedades (la malaria por ejemplo) todavía  hacen sus estragos en el continente africano por falta de financiaciones para la investigación, mientras que están olvidadas en los países desarrollados.

Pero desgraciadamente, viviendo en un mismo mundo, o como dijeran algunos “en un mismo barco”, han sido los más afectados, aunque desafortunadamente, con las consecuencias de la pandemia se están notificando unas crecientes asimetrías entre los países llamados desarrollados y los que están en desarrollo o empobrecidos, por los primeros. Esa situación dificulta una recuperación post-pandémica igualitaria y sostenible, según la CEPAL, cuya Secretaria Ejecutiva Alicia Bárcena participó en un diálogo de las Comisiones Regionales de la ONU con el Segundo Comité de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el pasado mes de octubre de 2021. Y uno de los principales efectos subrayado por la Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) es casi concluyente:

“Las economías mundiales están enfrentando recuperaciones divergentes de la crisis desatada por la pandemia de COVID-19. Los países en desarrollo están siendo dejados atrás. La mayor parte del estímulo e inversiones están concentrados en los países desarrollados y hay disparidades al frente nuestro en lo que respecta a las responsabilidades climáticas”.

Pero no se trata de un nuevo descubrimiento, que por lo tanto no es necesario recordar puntos por puntos las causas y efectos de las desigualdades que caracterizan nuestro mundo, y que hacen de los ricos cada vez más ricos, y a los pobres cada vez más pobres. Pero sí debemos recordar el cinismo o/y la hipocresía que acompañan esas desigualdades, que siempre culpabilizan las víctimas.

Tras esas circunstancias llegó la invasión de Rusia a Ucrania; llegó la “coronavirusia” que, aunque se ha podido prevenir, se ha banalizado como se hizo con el coronavirus. Más aún, algunos ya dicen que “Biden tenía”. Supongamos que así fuera, ¿pero que ha hecho para pararla, sino engañar tanto a Ucrania, como a sus propios aliados para aprovechar de la situación? ¿Se puede negociar amenazando o culpabilizando al adversario? Una de las primeras tácticas utilizada es presentar a Vladimir Putin como el ogro, el dictador, y otros “impropios” como el de “sátrapa”, utilizado por Pedro Sánchez aquí en España.

Sí, mientras hablaban de negociaciones en las que participaba con malas ganas el jefe de fila Biden, que sólo le interesaba sancionar y debilitar la Rusia de Putin, hacían ver a los occidentales que Putin era el malo de la película. Y los pocos que dicen ser equidistantes, prefieren comparar a Rusia y Estados Unidos como “los mismos”. ¿Hace falta recordar el número de países agredidos y el número de golpes de estados ejecutados por Estados Unidos para ver que no son iguales? No, pero ya la prensa occidental llamada “libre e independiente” ya está domesticada para sostenerlo, y nunca cambiará de opinión en esos casos.

Prefieren hablar por ejemplo de la falta de independencia y la parcialidad de Russia Today cuyo gobierno prohíbe a otras prensas, mientras a su vez prohíben a Russia Today (y a los ciudadanos rusos) que no cuenta lo que quieren, como decir que están contra la guerra de Putin. Por eso si nos dicen que Biden tenía razón, es preciso recordarles que Putin también tenía razón al afirmar que las medidas de castigos ya estaban tomadas por los Estados Unidos, y que las ejecutarían con o sin invasión. Dirán que Putin se estaría dando tiros en sus propios pies, pero de todas formas recibiría  esos tiros en el pecho, o en la nuca. Ellos mismos se han tirado en los pies sabiendo que dependen mucho de la energía Rusa necesaria para el desarrollo de sus economías: ahora, ya se quejan de la alza de los precios.  

Nunca se puede confiar en esa prensa que no lleva la contraria a sus gobernantes, y mucho menos a los Estados Unidos: una prensa que sabiendo que estará censurada, se autocensura de antemano aunque mantiene que es libre e independiente. Pocos son los medios que informan sobre la prohibición  de comprar el gas ruso que puede perjudicar a los más vulnerables, a la vez que beneficia a los Estados Unidos que obtiene el 40%. ¡Da mucha pena escuchar sus comentarios discriminatorios!

Nadie puede estar a favor de la guerra, y mucho menos si afecta a su país. Pero sí, tenemos la responsabilidad de condenar todas las partes (sin distinción) y no olvidar las anteriores guerras llevadas a cabo por los que ahora se autoproclaman víctimas, los que han provocado minuciosamente la invasión. Peor si siguen jugando a los bomberos pirómanos, pidiendo que se pare la guerra, mientras movilizan tropas y hasta envían armamentos de “disuasión” para seguir luchando. Una experiencia nefasta que todavía viven los países del Sahel, después de la intervención occidental en Libia, para defender los “derechos humanos”. Sostienen también que Ucrania se defiende bien, pero critican que los golpes de Rusia son destructivos. 

No se puede tener una memoria selectiva, sino recordar los puntos  conflictivos que nos han llevado a la actual situación. Y aunque la mayoría de los grandes medios de comunicaciones suelen recordar la fecha de febrero del 2014 cuando el presidente ucraniano partidario de Moscú fue destituido después de múltiples protestas, suelen olvidar la mención sobre los horrores que viene cometiendo el gobierno de Ucrania contra los que considera como separatistas, las poblaciones más débiles. De hecho, un informe presentado por la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) recogió cómo el gobierno de Ucrania seguía violando los derechos humanos de esos separatistas.

El informe recoge que los prisioneros capturados durante este conflicto han sufrido torturas, violaciones y privaciones de sueño, entre otros. Cifra que desde el 2014 hasta abril del 2021, cerca de 8700 personas han sido encarceladas y vejadas por Ucrania; y aunque también recoge la violencia de los separatistas, sin ninguna duda tenían que defenderse. ¿No tenía razón Putin al denunciar esos casos?

Finalmente, si el coronavirus ha desvelado las desigualdades e insuficiencias características de las sociedades desarrolladas, causando no sólo víctimas y protestas de negacionistas por las repetidas  mentiras para ocultar la realidad, y ganancia para  algunos pocos, la coronavirusia permitirá confirmar que Europa sí necesita una mano de obra inmigrante. Pero después de ver las medidas que están tomando (un visado especial de libre circulación y la posibilidad para los ucranianos, de escoger el país de su preferencia, por ejemplo) podemos deducir que la prefieren blanca.

Para quienes olvidan rápido, en el 2015 se hizo una distinción entre refugiados e inmigrantes para rechazar a la mayoría de los sirios, ahora los ucranianos son recibidos a brazos abiertos, permitiendo incluso que ciudadanos europeos puedan recorrer miles de kilómetros para acogerlos en sus casas. ¡La coronavirusia nos confirma que la gestión migratoria debe ser una decisión política! Que mucho se puede hacer para evitar las muertes en la Mediterránea, no acusando a la gente de acogerlos, pero tampoco considerar que es ilegal acogerlos, y que vienen a quitarles trabajo a los españoles.

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