Por: Osmany Sánchez (jimmy@umcc.cu / @JimmydeCuba).- Un amigo me sorprende con una pregunta que pensé que jamás haría: ¿Viste cómo está el Yuli? El “Yuli” es Yuliesky Gurriel, el mismo al que él antes llamaba “Shakira”, “el muerto ese”, “el que no salió al padre”, “el que no la da a la hora buena”… pero eso era antes, por obra y gracia de la emigración, ahora mi amigo es ferviente admirador del “Yuli”. Noventa millas bastaron para que cambiara de opinión.
No es un hecho aislado, más bien una tendencia. Mientras un pelotero está jugando en Cuba bajo el sol, con pocos recursos para entrenar y con un salario pobre –aún con las últimas mejoras- será tildado de fracasado o sus resultados no recibirán atención mediática. Basta con que por vía legal o ilegal – si es esta mejor- salga del país para que los medios le pongan la vista encima y hasta descubran cualidades que al parecer surgieron de la nada.
Estos medios de prensa, supuestamente alternativos, publican cada día el resultado de los cubanos en Grandes Ligas, pero poco hablan de los otros cubanos, que bajo el amparo de la federación cubana están contratados en el exterior. Alfredo Despaigne se está enfrentando a un picheo en Japón que poco tiene que envidiar al de las Grandes Ligas y sin embargo está teniendo un gran rendimiento ¿recibe la misma atención mediática que Abreu, Tomás, Aledmy, Kendry…? Pues no. Al parecer el hecho de no abandonar a su país le resta méritos.
Para jugar en Grandes Ligas el pelotero cubano tiene que firmar un juramento que dice entre otras cosas que no vive, ni piensa vivir en Cuba, y esto no es mal visto por los que se rasgan las vestiduras criticando todos los días al gobierno cubano. No critican al gobierno de los Estados Unidos por obligar a sus compatriotas a abandonar su país para poder jugar en Grandes Ligas, al contrario, aplauden cuando uno de ellos abandona una delegación cubana. Va en busca de “libertad” dicen.
Enfrentarse a la cruda vida del inmigrante, o a una recta de 100 millas es un reto digno de ser aplaudido. Mientras quedarte en tu país y formar parte de sus instituciones deportivas es repudiado, en el mejor de los casos, calificado como demencia. Para algunos, noventa millas es la distancia que separa el bien del mal. Lo racional de lo irracional.
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