Sheyla Delgado Guerra di Silvestrelli - Cubaliteraria Ediciones.- La vida –la mayor parte de ella– se la pasó en el vórtice escapatorio del fantasma de una fobia: la muerte. La del padre, primero, la de la madre después, la de su sobrino y ahijado tocayo…, la de Zenobia, su esposa, casi al final de sus latidos de poeta. Y hasta la suya propia cuando le llegó la hora, el 29 de mayo de 1958.
¿Por qué huiste de mí? ¡Ay, quién supiera componer una rosa deshojada; verde nuevo, en la aurora verdadera la realidad de la ilusión soñada!
Juan Ramón Jiménez
La vida –la mayor parte de ella– se la pasó en el vórtice escapatorio del fantasma de una fobia: la muerte. La del padre, primero, la de la madre después, la de su sobrino y ahijado tocayo…, la de Zenobia, su esposa, casi al final de sus latidos de poeta. Y hasta la suya propia cuando le llegó la hora, el 29 de mayo de 1958.
Dos años antes había viajado a Puerto Rico, la que quizás fuera su mejor noticia como escritor: la del Nobel de Literatura por una obra que en este 2017 cumple su primer siglo, Platero y yo. Y con el de esa edición completa –que tuvo la antesala de una primera versión (menor) en diciembre de 1914– llega el centenario también de Diario de un poeta recién casado, Sonetos Espirituales y Poesías escogidas. Tanto miedo a la muerte le marcó la vida al hijo de Moguer (Huelva, España), que nació en la calle de la Ribera número 2 del matrimonio de Víctor Jiménez con Purificación Mantecón. Era entonces la medianoche del 23 de diciembre, aunque a Juan Ramón le gustaba decir que había venido al mundo “(…) la noche de la navidad de 1881. (…) La blanca maravilla de mi pueblo guardó mi infancia en una casa vieja de grandes salones y verdes patios. De esos dulces años recuerdo que jugaba muy poco, y que era gran amigo de la soledad…”
Una de las primeras influencias de la poesía las recibió de Bécquer. Y además absorbió un tanto de la poética de Darío.
El fantasma que le habitaba en alguna esquina de la cabeza le llevó de sanatorio en sanatorio, y alguna de esas salas se hizo memorable con las reuniones de intelectuales que allí acudían… urgidos por el reencuentro con Juan Ramón. De esas paredes salieron páginas maravillosas también.
La Guerra Civil Española, estallada en 1936, le sacó de su país, con un pasaporte diplomático de agregado cultural honorario a la Embajada de esta nación en Washington, algún tiempo después. Junto a Zenobia se aventuró a una etapa americana que les duró 22 años entre Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico. Pero antes del viaje se había permitido rechazar el honor del puesto que le reservara la Real Academia Española.
Amante de los buenos versos y las bellas mujeres, de la mejor literatura y la pasión febril de escribir, Juan Ramón vivió su vida como un gran sobresalto. Y en ese cosechar continuo de aliento y depresión, recuperación y fibra, su obra quedo esculpida en lo mejor de las letras hispanoamericanas y prendió un mechero. Uno que viene a recordarnos la sensibilidad del autor, el hombre detrás de las páginas, la tormenta y la paz que pactaron una coexistencia en las esquinas interiores de su cosmos… Este 23 el amigo del borriquillo que lo inmortalizó cumpliría 136 diciembres, justo en el año del centenario de su Platero.
Los estudiosos dividen en tres las etapas que atraviesan su poesía: una sensitiva (1898-1915), otra intelectual (1916-1936) y última verdadera (1937-1958).
En la primera se abrazan el influjo becqueriano y el de los simbolistas franceses con un Modernismo casi vitalicio, bojeados por el imperio de los sentimientos. Mientras en la fase de madurez intelectual, vienen a mirar el mar –con toda su fuerza simbólica– la progresión del espíritu, la sed de una letra viva que busca trascender, la manía de escapar a la muerte. Hay en ese segundo peldaño, asimismo, un afianzamiento y una refinación en su poesía; una fuerza otra.
Y, en el ciclo final, conviven entonces las vivencias coleccionadas en su periplo americano y llevadas al papel en múltiples libros, las clases que imparte, las conferencias que dicta y –sobre todo– las inquietudes que vive piel adentro; siendo el mismo de las dos etapas anteriores, pero con un océano de experiencias sobre sus espaldas que lo han llevado a ser más selectivo y más auténtico.
Cuba también se encargó de asirle emociones. Entre los umbrales de 1936 y el primer mes de 1939, Juan Ramón deja en esta tierra antillana mucha luz, imparte conferencias, participa en el homenaje a García Lorca, lleva su pluma a las revistas de mejor nombre en esa época y entabla amistad con lo mas representativo de esa generación joven de poetas. Y nace así una antología que viene a realzar La poesía cubana de 1936.
En 2016, Cubaliteraria trajo de vuelta a los lectores a Platero y a Juan Ramón, con la publicación del libro que le valió Nobel al escritor. Para sorpresa del libro no era un ebook, como es desvelo de esta editorial. Era un libro impreso. Y en las primeras líneas puede leerse aquella Advertencia a los hombres que lean este libro para niños, firmada por El Poeta en el Madrid de 1914: “Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para… ¡qué sé yo para quién…! para quien escribimos los poetas líricos (…) Pues por esa Edad de Oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca”.
Hoy regresa a La Habana con una obra que le revienta las maletas, que acompaña la soledad, lo vuelve nuestro. Hoy se empapa de Cuba toda y se hace verso. La muerte ha dejado de ser un fantasma asido a su cabeza. No hay depresiones. Sabe que le aman cada capítulo de su existencia, que no es tan solo de Moguer o España, porque la universalidad tiene el precio de desconocer las fronteras, de despreciar nacionalismos. Se ríe del “papel pautado” y escribe al dorso libre porque (él mismo lo ha dicho) la libertad es la primera virtud, la gran hermosura y el amor del hombre.
Y libre, de nuevo, repite a quien le sigue el curso de las venas palpándole con las lecturas: “Mi libertad consiste en tomar de la vida lo que me parece mejor para mí y para todos, y en darlo con mi vida”. Y libre se va, como quien deja la vida en el suspiro que queda al doblar del verso.
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