Ana Hurtado - Original en Cubadebate y Cuba en Resumen / Resumen Latinoamericano / Cubainformación


A veces perdiendo se gana, dice el refrán. Y hay amistades que con el tiempo uno se da cuenta que merece la pena más perderlas que encontrarlas.

Los “refraneros populares” son sabios. El pueblo es sabio.

¿Qué sería de nosotros, los hombres y las mujeres, sin la amistad? Bien es cierto que se puede vivir una vida sin ella, pero habría que analizar qué tipo de vida sería esa. Para vivir plenamente, la amistad, al igual que el amor, son valores indispensables en la existencia de los seres humanos, de las naciones y de las patrias.

Partiendo del acuerdo de que es mejor existir de la mano de amigos y amigas, creo acertado que analicemos qué es la amistad, o al menos una amistad sana y verdadera. ¿A qué o a quienes podemos llamarle amigos?

Un amigo es aquel que está en los momentos malos; en los buenos está cualquiera. Aquel que sin importarle el obtener algo a cambio, está al lado de aquellos a los que otorga su amistad, que para que sea verdadera, debe ser incondicional.

Son los tiempos difíciles los que demuestran a quién puede otorgársele este nombre. Y voy a centrarme, llegados a este punto, a un enfoque de amistad con una causa. Con un país. Con un ideal.

La amistad con Cuba Socialista. No es cualquier cosa.

En momentos de bonanza eran los intelectuales de casi toda Latinoamérica con su boom literario; y gran parte del mundo, quienes se les acercaban. Porque sabían que esta era la Revolución de las ideas y de los intelectuales. Mientras la Revolución exportaba imaginario y conceptos humanistas fuera del mar Caribe, mientras desde fuera se veía lo que era capaz de hacer el socialismo en terreno cultural y social, muchos eran los que venían a vanagloriarse de estar al lado de la vanguardia.

Y llegó el poemario Fuera de Juego, de Heberto Padilla. Y muchos de los que habían venido a Cuba a beber Revolución, empezaron a manifestarse con críticas y opiniones que no habían sido pedidas. El mismo Padilla en la Unión de Escritores y Artistas de La Habana hizo una autocrítica, explicando que había estado detenido porque había tenido comportamientos incorrectos, comportamientos destructivos, comportamientos que él mismo reconocía que merecían un correctivo.

Y los mismos que vinieron a hacerse fotos con Fidel y el Che cuando la Revolución llegaba a Latinoamérica como un soplo de aire fresco, se atrevían a criticar asuntos internos de una casa, que el propio protagonista acabó reconociendo lo acertado de la detención a su persona por parte del gobierno. Debe haber sido doloroso ver a genios de la talla de Sartre y Pasolini, que admiro con el alma, firmar esa carta a Fidel en 1971, gratuitamente y fuera de lugar. Mi sentido de la lógica y la consecuencia puede más que mi admiración por ellos como intelectuales. No voy a justificarlos, pero quizás, y digo quizás, se dejaron llevar por ya los bríos dañinos de Vargas Llosa contra todo lo que oliese a progreso y socialismo en el continente americano, siendo él uno de los que lideraban el escrito.

Creo recordar que en una de las cartas que se escribieron por parte de los intelectuales a Cuba con motivo de aquella ocasión, se introdujo como firmante a García Márquez sin su consentimiento, -una de las artimañas de Vargas Llosa-, a mi parecer. Pero la decencia de Gabo estuvo por arriba de cualquier circunstancia demostrando su lealtad a la isla y a la Revolución, y desdiciéndose de esa firma no autorizada.

Porque Gabriel era un amigo. Un amigo que entiende a la otra parte en los momentos difíciles. Que no se posiciona con la mayoría y con la tendencia generalizada para quedar bien con la opinión pública. Porque amigo es aquel que está dispuesto a soportar lo que venga en su contra, pero que sabe que ante todo por delante de cualquier condición o requisito prima la fidelidad.

Vinieron casos similares en los que el pueblo cubano pudo ver qué amigos tuvo y tenía, cuando la situación subía de temperatura. Otros tantos que también se hacían llamar amigos, y que resultó que no lo eran tanto. Más bien  “ni un tantico así”.  Salió entonces desde La Habana un “mensaje lleno de dignidad para esos entrañables amigos que estaban lejos”.  Muchos quizás habían sido víctimas de la desinformación, de la propaganda anticubana, y de la mala intención que se ha tenido siempre contra la isla. Pero firmaron otro manifiesto, que le hizo daño a Cuba.

Y yo siempre me he planteado algo: Si no puedes hacer el bien, por lo menos no hagas daño.

Cuba vive en guerra. Hay gente que aún no lo asimila, que no lo adapta a su día a día. Y vivir en guerra comporta comportarse como en guerra. Con una comunicación propia de tiempos de guerra. Con contraofensiva. Porque lo mismo que vemos televisado hoy en el genocidio que se perpetra frente a Gaza y la Palestina ocupada, lo vive el pueblo cubano en otra forma y método desde que decidió ser libre y socialista.

Porque no puede llamarse amigo el que en tiempos difíciles se dedica a confundir. Quizás nunca lo fue.

Un amigo no critica en público. Lo hace en privado y con las mejores intenciones. Por respeto al pueblo. Al mismo que Fidel dijo que algún día habría que hacerle un monumento.

Porque más vale un enemigo que venga de frente y transparencia, que un “amigo” que le de comida al enemigo, le falte el respeto al pueblo, se erija en una posición de superioridad, coquetee con posiciones turbias y traiga a la causa más perjuicio que beneficio. A esas amistades ni se las quiere ni se las necesita.

Que se vayan. Y también la mediocridad de los que aplauden sin plantearse siquiera cómo se llama el circo ni quién es el payaso.

A Cuba, al socialismo, nunca le van a faltar amigos de verdad. La mayoría ni se los conoce. No todos son figuras públicas como los entrañables Chávez o Mandela. Hay gente en silencio que como diría Luis Eduardo Aute: “Les va la vida en ello” por este pueblo. Y esos, muchos anónimos, son los imprescindibles.

 

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