Según el Centro Internacional de Estudios sobre Prisiones, en el mundo hay 9 millones de personas sufriendo penas por delitos de todo tipo. Pero 2 millones 200 mil de ellas se encuentran encarceladas en Estados Unidos. Ese dato convierte al vecino norteño en la nación con la población carcelaria más importante del mundo (representando el 5 por ciento mundial, pero 24 por ciento de la población de prisioneros en cárceles).
El país que se ostenta como paladín de la libertad es al mismo tiempo el campeón de la población carcelaria. En Estados Unidos, por cada 100 mil habitantes hay 730 purgando penas en alguna cárcel. Los países que le siguen son Bielorrusia y Rusia (con 532 reos por cada 100 mil habitantes).
El número de presos aumentó en buena medida porque el sistema policial ha crecido (lo que incrementa la probabilidad de atrapar delincuentes) y porque la legislación prácticamente abandonó la ética de la rehabilitación y prefirió la del castigo. Hoy las penas son más severas y la probabilidad de que sean reducidas es menor. Especialmente drástica es la regla de los llamados tres strikes: un delincuente atrapado con tres faltas es condenable a penas muy largas. Finalmente, el combate a las drogas ha conducido al arresto de un gran número de personas: 60 por ciento de los reos en cárceles federales está detenido por delitos relacionados con drogas.
La desigualdad racial y económica que caracteriza a la sociedad de Estados Unidos se ve reflejada en la población carcelaria: 48 por ciento de los prisioneros son afroestadunidenses y 18 por ciento de origen latino. Un afroestadunidense tiene ocho veces más probabilidades de estar en prisión que un blanco. La posibilidad de que un joven que desertó de la escuela vaya a parar a la cárcel es tres veces mayor que hace 20 años. El 60 por ciento de la población afroestadunidense de 35 años que desertó de la escuela está en prisión o ya purgó, por lo menos, una condena.
Por supuesto, estar tras las rejas es un fardo muy pesado para la familia de los detenidos. Y en la actualidad hay más de 2.2 millones de chicos con padres purgando penas de cárcel. En la población de jóvenes blancos el uno por ciento tiene padres en prisión, mientras entre los jóvenes negros ese porcentaje es 10 veces mayor.
Es innegable que el sistema judicial estadunidense está hoy más ligado a la idea de castigar. La violencia de los custodios hacia los detenidos es ya parte de la vida cotidiana. La ironía es que todo eso se encuentra vinculado al mundo de los negocios privados. Por eso ese sistema carcelario es descrito frecuentemente como el "complejo prisionero-industrial". Desde los reos encadenados trabajando un campo en Arkansas, hasta las maquiladoras en el interior de muchas prisiones, el empleo de esta fuerza de trabajo cautiva genera más de 30 mil millones de dólares en Estados Unidos (eso es más que los ingresos generados por el beisbol de grandes ligas). Empresas como Lee, Boeing, Victoria's Secret, Eddie Bauer y otras utilizan esta fuerza de trabajo a cambio de salarios de hambre. Esto genera incentivos perversos para seguir llenando las cárceles de mano de obra barata: el sistema de prisiones es una de las industrias de más rápido crecimiento en Estados Unidos y muchos jóvenes pobres y sin perspectivas buscan empleo en las cárceles.
Antes de 1983 no existían las prisiones privadas en ese país, pero hoy existen más de 150. Son propiedad de empresas de todo tipo, entre las que destacan la Corrections Corporation of America y Wackenhut. Sus ganancias son realmente sorprendentes. Tal parece que el intento de contar con prisiones eficientes en la rehabilitación fracasó y se optó por convertirlas a la lógica de la rentabilidad. Excelente negocio privado, formidable fracaso social.
El término gulag es un acrónimo de la Dirección General de Campos de Trabajo (forzado) del régimen soviético. En su Archipiélago del Gulag , Alexander Solzhenitsyn analiza la racionalidad de una forma de dominación. Al igual que Foucault, Solzhenitsyn no sólo escribe la historia de un régimen punitivo, sino que hace un análisis de la racionalidad de la opresión. Ambos autores estarían de acuerdo en que hoy en Estados Unidos se vive un nuevo capítulo de la razón punitiva.
El número de presos aumentó en buena medida porque el sistema policial ha crecido (lo que incrementa la probabilidad de atrapar delincuentes) y porque la legislación prácticamente abandonó la ética de la rehabilitación y prefirió la del castigo. Hoy las penas son más severas y la probabilidad de que sean reducidas es menor. Especialmente drástica es la regla de los llamados tres strikes: un delincuente atrapado con tres faltas es condenable a penas muy largas. Finalmente, el combate a las drogas ha conducido al arresto de un gran número de personas: 60 por ciento de los reos en cárceles federales está detenido por delitos relacionados con drogas.
La desigualdad racial y económica que caracteriza a la sociedad de Estados Unidos se ve reflejada en la población carcelaria: 48 por ciento de los prisioneros son afroestadunidenses y 18 por ciento de origen latino. Un afroestadunidense tiene ocho veces más probabilidades de estar en prisión que un blanco. La posibilidad de que un joven que desertó de la escuela vaya a parar a la cárcel es tres veces mayor que hace 20 años. El 60 por ciento de la población afroestadunidense de 35 años que desertó de la escuela está en prisión o ya purgó, por lo menos, una condena.
Por supuesto, estar tras las rejas es un fardo muy pesado para la familia de los detenidos. Y en la actualidad hay más de 2.2 millones de chicos con padres purgando penas de cárcel. En la población de jóvenes blancos el uno por ciento tiene padres en prisión, mientras entre los jóvenes negros ese porcentaje es 10 veces mayor.
Es innegable que el sistema judicial estadunidense está hoy más ligado a la idea de castigar. La violencia de los custodios hacia los detenidos es ya parte de la vida cotidiana. La ironía es que todo eso se encuentra vinculado al mundo de los negocios privados. Por eso ese sistema carcelario es descrito frecuentemente como el "complejo prisionero-industrial". Desde los reos encadenados trabajando un campo en Arkansas, hasta las maquiladoras en el interior de muchas prisiones, el empleo de esta fuerza de trabajo cautiva genera más de 30 mil millones de dólares en Estados Unidos (eso es más que los ingresos generados por el beisbol de grandes ligas). Empresas como Lee, Boeing, Victoria's Secret, Eddie Bauer y otras utilizan esta fuerza de trabajo a cambio de salarios de hambre. Esto genera incentivos perversos para seguir llenando las cárceles de mano de obra barata: el sistema de prisiones es una de las industrias de más rápido crecimiento en Estados Unidos y muchos jóvenes pobres y sin perspectivas buscan empleo en las cárceles.
Antes de 1983 no existían las prisiones privadas en ese país, pero hoy existen más de 150. Son propiedad de empresas de todo tipo, entre las que destacan la Corrections Corporation of America y Wackenhut. Sus ganancias son realmente sorprendentes. Tal parece que el intento de contar con prisiones eficientes en la rehabilitación fracasó y se optó por convertirlas a la lógica de la rentabilidad. Excelente negocio privado, formidable fracaso social.
El término gulag es un acrónimo de la Dirección General de Campos de Trabajo (forzado) del régimen soviético. En su Archipiélago del Gulag , Alexander Solzhenitsyn analiza la racionalidad de una forma de dominación. Al igual que Foucault, Solzhenitsyn no sólo escribe la historia de un régimen punitivo, sino que hace un análisis de la racionalidad de la opresión. Ambos autores estarían de acuerdo en que hoy en Estados Unidos se vive un nuevo capítulo de la razón punitiva.