Kaloian Santos Cabrera - Juventud Rebelde.- En ocasión del cumpleaños 80 de Alberto Díaz (Korda), la Fototeca de Cuba expone zonas creativas poco divulgadas del autor de la imagen más reproducida del Che.


¿Te imaginas qué he hecho yo?

Dicen que soy famoso y solo soy

un fotógrafo, que vive en una isla pequeña perdida en el globo terráqueo*.

En el único instante en que el Che se hizo visible para Alberto Díaz (Korda), el día 5 de marzo de 1960, durante el entierro de las víctimas del sabotaje al vapor La Coubre, su instinto atinó a obturar dos veces. Apenas quedaban fotogramas en el rollo de su cámara. Ese segundo, atrapado por casualidad, llevarían a Korda y al Che a innumerables vueltas por el mundo, pero también al casi desconocimiento de otras instantáneas —tan descomunales como la del Guerrillero Heroico— salidas de la savia fotográfica de Alberto.

Con motivo del cumpleaños 80 del artista, a la Fototeca de Cuba ha llegado la exposición Korda, conocido desconocido, la cual prueba, de una vez y por todas, que el legendario fotógrafo no fue genial y cosmopolita únicamente por ese instante imprevisto que lo condujo a tomar la foto más reproducida de la historia.

La muestra transita por la faena gráfica de Korda que va desde 1956 a 1968, aunque de este período se conservan muy pocos fotogramas, a pesar del afán y la versatilidad desplegada por el maestro en ese entonces. De estos solo una ínfima selección —casi siempre la misma— es la que ha sido reproducida por el mundo y, por lo general, responden a sus encargos como fotorreportero, pues su labor como fotógrafo comercial y de modas se perdió en 1968, tras el cierre de Studios Korda.

La exhibición, en su conjunto, resulta extraordinaria por disímiles razones, entre las que se destaca la peculiaridad casi inédita de las imágenes. Sin duda, estamos ante un genuino redescubrimiento del célebre fotógrafo, que nos muestra, incluso, un ángulo poco difundido: su visión de la Cuba de mediados del siglo XX.

En sí misma la exposición es una síntesis apretada de un libro homónimo (ediciones La Fábrica) que compendia 437 fotos, en su mayoría también desconocidas. Es un anhelado homenaje que ahora se realiza, gracias a la tarea conjunta de amigos y familiares de Korda. Entre ellos Diana Díaz, hija mayor del fotógrafo; Cristina Vives, curadora de la exposición y editora del libro junto al periodista inglés Mark Sanders; y José A. Figueroa, el último de la firma Korda y hoy paradigma de la fotografía cubana.

Para la investigación con vistas a conformar el volumen fueron repasadas diversas publicaciones de la época y más de 50 000 fotogramas, películas que el fotógrafo archivaba en cuatro gavetas de los estudios a las que llamaba «las gavetas de la Revolución».

Libro y exposición son indivisibles. Parten de los años 50 del pasado siglo, cuando Alberto y sus socios Luis y Genovevo compartieron Studios Korda, y excitaron con creces el mundo de la fotografía.

No escapa a Korda, conocido desconocido este momento de la vida del artista, al presentarse una panorámica del interior de dicho estudio, a través de una gigantografía impresa en lona, que resulta sumamente encantadora. Otras, iluminadas con añejas lámparas, llevan al espectador a sentirse dentro del apartamento 15, 2do. B, de la calle 21 entre N y O del Vedado, junto a modelos, artistas, intelectuales y políticos que, con frecuencia fueron inmortalizados en ese inmueble.

En una muestra que intenta abarcar las diferentes facetas de la obra de Korda, no podían faltar las fotografías que recrean los acontecimientos de la Revolución triunfante; una zona creativa que se enmarca en el fotoperiodismo hasta ese momento poco explorado. En tiempos tan dinámicos, él supo captar desde los hechos más heroicos hasta el recurrente protagonismo de los personajes épicos y populares de la cotidianidad. Y entre líderes, pueblo y sucesos, dejó Korda su sello personal. Una obsesión revolucionaria por tomar, entre la multitud, los rostros hermosos de las cubanas, como si fueran su propia insurrección.

El último espacio de la muestra, si se sigue cronológicamente, rompe con cualquier encasillamiento que le haya podido hacer al artista a lo largo del tiempo. Korda demuestra en unas pocas impresiones su afán creativo, su primacía por extraer lo bello de cualquier ambiente. Así lo demuestran sus fotos del fondo del mar, un sitio que fue para él «un gran estímulo artístico». No podía ser de otra manera, pues él logró desarrollar un lenguaje que se ajustaba a lo políticamente correcto sin claudicar a lo que estéticamente deseaba hacer.

Se unen a este acontecimiento expositivo y editorial, una selección de fotos tomadas a Alberto por parte de varios colegas, entre los que se destacan José A. Figueroa y Venancio Díaz. El cazador de instantes también cazado, siempre cámara en ristre, metido en un alcantarillado de la Plaza de la Revolución, a ras del suelo, o en un despeñadero del Morro de La Habana con el mar como escolta.

Korda, conocido desconocido estará hasta finales de octubre en la Fototeca de Cuba. Luego —tanto la muestra como el libro—, en el año del aniversario 50 de la Revolución Cubana, partirán itinerantes durante tres años por diferentes ciudades del «globo terráqueo». Una nueva mirada de Korda recorrerá una vez más el mundo mostrando, desde la inmensidad de su lente, su pequeña isla. De esta forma arribará, al fin, el reconocimiento desde su obra toda y no a partir de una instantánea, lo cual evidenciará que Alberto Díaz Gutiérrez (Korda) es, por mucho, el más universal de los fotógrafos cubanos.

*Fragmento de una carta enviada por Korda a su hija Diana Díaz.

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