Andrés Marí - Cubainformación / Fundació Vivint.- Querer juzgar la obra de la Revolución Cubana sin enterarse de lo que pasa en el mundo podría convertirse en un malogrado cotilleo. Más o menos se sabe -con mayor o menor emoción-, por los que frisamos los 70 años de edad y por los que no llegan a los 20- que en Cuba, a pesar de sus faltantes, deterioros y verdaderas agonías, -estas últimas, sobre todo, porque prácticamente habían desaparecido gracias a la Revolución-, la vida cotidiana de los cubanos discurre sin la presión vital que ahoga a tantos otros pueblos. No obstante, sabemos que esa cotidianidad cada día se va convirtiendo en un toma y daca con el gobierno que cada vez más se torna en una reciprocidad con peligro de alto voltaje.
También se sabe que, precisamente, por existir en Cuba una revolución es que se puede exigir que todo debe mejorarse. Y solo hay una forma de lograrlo: mediante la persistencia de que el trabajo sirva para ello y porque esté ubicado allí donde realmente funcione para las mayorías y no con la prisa puesta para el beneficio de algunos potentados y de una clase media que ya empieza a reclamar lo suyo con indiferencia si a los de más abajo también le llega. Es que si no se comprende que la Revolución Cubana trata de esa complejidad, la confusión en el campo de batalla es general, y es en este campo tan amplio del pueblo donde se triunfa o se muere, como dijo el Ché sobre las revoluciones verdaderas. De ahí el error de sentenciar como un chantaje a quien exprese preferencia por un criterio de Fidel al de otros. Por supuesto que es una revelación de fe en quien dirigió la victoria revolucionaria cubana, pero jamás quien discrepe de él ha de verlo como una camisa de fuerza, ya que si así lo hace lo convertirá en una amenaza, y entonces sí, independientemente de quien lo esgrima y en quien se apoye, todo criterio será un chantaje al pensamiento.
Seguramente, y ahora se está hablando bastante de ello, la Revolución Cubana ha cometido y seguirá cometiendo múltiples errores políticos, económicos, culturales, comunicacionales y en toda la metralla que se le quiera enviar. Seguro que en su accionar autoritario -como ya es el término que crece para ocuparse de ella- son muchos los errores que comete quien ostente el atrevimiento de concebir una sociedad distinta a la que el mundo le ofrece y, como si ya fuera poco, exalta como un deber sagrado la solidaridad con los más pobres de un planeta que ya pasa del desquiciamiento civilizatorio para erigirse muy cerca del Apocalipsis bíblico. Se sabe -porque se ha dicho muchas veces-, que son innegables los errores en todos los ámbitos por donde pasa la Revolución. Son hechos reales que, en muchas ocasiones, se han rectificado y han llegado a formar parte de un sufrido pasado y un deslumbrante presente, y en muchas otras ocasiones los errores se han aletargado y aún embisten, pero a ninguno se les ha quitado fuelle para que no se resuelvan. Los errores en Cuba son de verdad y no trágicos ditirambos ahogados con gases lacrimógenos como sucede en tantos sitios de este mundo.
A los corruptos, la Revolución no ha dejado nunca de perseguirlos, aún cuando alguno o varios pudieron escapar y siguen haciéndolo. Todo es cierto y en cada cubano ha estado y está la suficiente sensibilidad para exponerlos y denunciarlos. Que no siempre fueron ni serán escuchados, también es cierto. Es que la Revolución, y el pueblo cubano que se ha identificado con ella, nunca podrán ser el paraíso inexistente en la Tierra. El gran glamour con que frecuentemente choca la Revolución Cubana -una gesta que aún debate su existencia frente a unos poderes desnaturalizados a nivel mundial-, está en las voces que siempre -y ahora con reforzamiento de altavoces-, le demandan lo que Dios pidió a Abraham que hiciese con su hijo: una prueba ontológica para ampararlo. Como al profeta, el autoritarismo se lo requirió a la Revolución el mismo Dios, o sea, la historia, las circunstancias de las luchas populares, y por algo que le urgía obtener sin ninguna duda: unas conquistas sociales que afectarían la gran propiedad privada. ¿O es que podemos negar que el mayor autoritarismo reside en la mercantilización del mundo impuesto por el capitalismo para impedir un cambio de sistema? Por ello ninguna revolución es glamurosa y siempre tendrá la espada de Damocles sobre ella.
¿Ahora se está queriendo y se piensa conseguir el glamour del paraíso, o al menos la realidad estimada como normal en el entorno latinoamericano con bienestar popular, política, economía, cultura, medios masivos de comunicación, libertades, derechos humanos y otros asuntos muy destacados para las mayorías cuando Cuba termine de ser dirigida por la generación histórica que fundó la Revolución y lo sea por aquellos que dentro de muy poco ocuparán esa responsabilidad? Seguramente que no, y por una cuestión muy sencilla: el glamour de las normalidades -no hablemos del paraíso-, esta vedado para las grandes mayorías mientras una revolución verdadera no triunfe por esos lares. ¿O se pretende situar a Cuba en la geografía nórdica o primermundista? Seguramente que tampoco, e igual por algo muy simple: los nórdicos y los primermundistas -no siendo la solidaridad su mejor virtud y mucho menos ahora que también a ellos les ha empezado a escasear el bienestar- compartirán muy poco a no ser que reciban por ello los frutos de la compraventa, la corrupción y las limosnas.
Dadas las delicadas y sumamente importantes situaciones a que Cuba se verá abocada el próximo año, la divulgación de los significados de la Revolución como procesos humanos que, ya de por sí conflictivos, aumentan su conflictividad por el mundo hostil que los cercan, se hace impostergable. Si se llega a los sucesos venideros con un pueblo desarmado de razones, se le tendrá organizada a los enemigos de siempre la fiesta que ya están ensayando. Es cierto que los revolucionarios no siempre somos lo suficientemente amables entre nosotros mismos y que el valioso trabajo del análisis crítico no pasa por su mejor desenvolvimiento. Pero también es cierta la encendida polémica entre los llamados oficialistas, a quienes se les tilda de extremistas, y los llamados alternativos, indicados como centristas o hipercríticos. A veces las dos miradas son dominadas por la ceguera. Por suerte, no reflejan una lucha por el poder en Cuba ante el inminente traspaso de poderes, pero sí que la alimentarán si no se percatan de que ese es el objetivo de las fuerzas externas junto a la autotitulada disidencia interna. Quizás saberlo sea suficiente para no convertir en héroes a los Testigos de Jehová porque estos nos reciben en los malos momentos, como tampoco para visitar las casas especializadas en otros jardines para sembrar lo que no se nos deja cultivar en las nuestras. A la larga nos serán adversos si decidimos compartir todas nuestras semillas. ¿O es que solo cuentan las de ellos? Si nos va a pasar lo mismo que ya tenemos en casa, ¿para qué recibir o visitar a los extraños?
En tiempos tan cruciales para Cuba, la elección entre un socialismo autoritario y un socialismo más humano es una patraña para anularnos. El rostro humano de la vida es una balanza donde las contradicciones se endulzan y nadie ignora que las dulzuras del capitalismo son decididas por y para unos pocos. El Socialismo en Cuba no puede ser un hechizo iluminado en un santuario ni una restregada paroxística en un parque, y aunque su construcción esté plagada de múltiples sacudidas, solo será socialista si estas son dadas por las grandes mayorías y su dirección es el destino natural de la civilización humana: la renovación perpetua sin desaparecer en los pantanos de la inocencia. Levantar sociedades humanas de la ruindad y el vacío en que se encuentran repartidas por todo el orbe será siempre la cúspide de los soñadores y los realistas que desafían a las nubes y a las ventoleras para llegar a ella. Si el pensamiento mayoritario es ese, se verán las caras de su construcción, y entre soñadores y realistas se mirará en el 2018 cómo está la montaña que vimos en 1959. Será de ellos la Revolución, la pregunta sobre cuál es la tierra más buena para todos sin estar en el limbo, y también de ellos será la respuesta, y los trabajos y los días y las metamorfosis y los eclipses y los sueños y las realidades imprescindibles para alcanzar la cumbre.
* Andrés Marí es escritor, profesor y actor cubano residente en Catalunya.