Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- La muerte es el único instante de la vida irreversible y aplastante. Todos los capítulos de la historia se marchan con la persona fallecida. El que muere se lleva su historia y lo aprendido en vida con el último capítulo. Luego los herederos inventamos una continuidad con los fragmentos que recordamos de su existencia, especialmente en el caso de figuras que se han destacado en el medio que vivimos.
Las acciones de personas con estas características generalmente inciden en el marco de nuestras relaciones sociales y por tal motivo procuramos alimentarlas dentro del mismo espíritu, aprovechando a nuestro modo su aprendizaje y eternizando su experiencia.
El carácter interpretativo de esa continuidad, rara vez se precisa con exactitud hasta años después, cuando la ciencia histórica, alejada de las parcialidades del momento, logra juntar las piezas y recomponer el cuadro.
Frente al insondable hecho y el relativo control que tenemos sobre nuestra fantasía, sólo nos queda aproximarnos, a nuestro modo, a la obra realizada de quien nos deja, para intentar traducir en acciones concretas los pensamientos y aspectos esenciales que captaron nuestra admiración.
Murió José Mujica. El hombre que quizás de modo más preclaro y sencillo entendió el socialismo que por siglo y medio encasillamos en consignas grandilocuentes, configurando sociedades inmaculadas y seres humanos imaginarios imprescindibles para lograrlas, y sin apelar a credo o fanfarria alguna, lo explicó con el quehacer de una vida sencilla, pero de un dinamismo extraordinario.
Mujica fue como la leyenda de Alejandro el Magno y el famoso Nudo Gordiano.
Relata la historia que el rey Gordio había atado una cuerda al yugo de su carro utilizando un complejo nudo. Se contaba entonces que quien lograra desatarlo gobernaría Asia. Enterado Alejandro de la curiosa historia se presentó ante el carruaje, sacó la espada y cortó el nudo de un tajo, terminando así con un enredo que impedía avanzar en la conquista del continente asiático.
Mujica simplificó las bizantinas cuestiones que han inmovilizado el avance del socialismo, circunscribiéndolo a credos y consignas; condicionando su realización a la “construcción de un modelo de sociedad” que conduzca al comunismo, formación social de la cual no hay referencia exacta y mucho menos una descripción de cómo sería ese tipo de organización social, la cual dependería esencialmente de la existencia de seres humanos con creencias comunes en todos los infinitos y complejos detalles de los cuales se nutre la conducta humana, y con audaz simpleza, prescindiendo de enredadas concepciones, mostró que puede gobernarse y sentar bases para que el entendimiento humano acoja nuevos derroteros y se aparte de lo que es dañino al desarrollo del ciudadano.
Mujica entendió que la objetividad radica en aceptar que la “realidad es terca” y hay que navegar con ella. De un tajo separó esa realidad de la tradición socialista al uso y concibió organizar un estado que, a la vez de ser inclusivo, conserve los valores democráticos alcanzados por el liberalismo; donde el debate y la libre opinión estuviesen al alcance de todos sin ataduras partidistas o ideológicas. Estuvo consciente que no existía un predeterminado plan para asistir a los más necesitados y lograr una distribución equitativa de la riqueza. Apeló siempre a la simpleza, porque la vida es sencilla cuando no nos empecinamos en forzar las realidades y negociar con los demás con poses infalibles, supuestamente determinadas por una divinidad o por la historia.
Su vida fue ejemplo de sencillez y desprendimiento como lo ha sido el de su esposa Lucía Topolansky.
Fue guerrillero cuando los principios básicos de dirección política fueron violados por la dictadura militar que se apoderó del país; político y dirigente cuando amigos y admiradores le pidieron que los representara; y ciudadano apacible dedicado a su “chacra”, cuando terminó la hora de su servicio público del cual nunca se sintió imprescindible. Siempre comprendió que la realidad se muestra desnuda y vestirla es asunto de paciencia para lo cual sólo se requiere prestar oído a sus caprichos y misteriosos vericuetos. Dijo cosas sabias, pero nunca se sintió pitoniso, iluminado por la historia o un destino infalible, dejando al razonamiento popular analizar sus criterios y observaciones.
El mundo es complejo y las realidades en las diversas latitudes del globo indican que estamos en fase de cambios imprescindibles para no sucumbir en conflagraciones de catastróficas consecuencias. Las sociedades cada día son más letradas, cuentan con más información y las personas que las integran defienden con mayor ahínco sus individualidades, pero entienden también que son parte de un todo y hay que hallar fórmulas que integren esa contradicción. También más personas aprenden que la novedad tecnológica nos está conduciendo a crear un pensamiento aferrado cada vez más a lo superfluo, complicando la única existencia que tenemos, la cual está limitada por un tiempo escaso, cuyo final comprendemos que ocupa un tiempo relativamente corto y efímero.
José Mujica, representa lo mejor del socialismo por su comprensión de la sociedad como un conjunto diverso y no como una invención de la historia. Un feliz encuentro de seres racionales que juntos conforman un hilo de acontecimientos que llamamos historia. Pero donde ninguno de sus componentes es fruto de designio alguno y la movilidad de las diferentes partes que la componen, las cuales cambian fortuitamente en el lapso de cada vida, diferenciadas sólo por sus capacidades y creatividad diversas, más que por el rango económico, requieren de un orden que las integre en lugar de dividirlas. Esa dinámica es razón por la cual se requiere de una organización administrativa que combine las partes con especial esmero, atendiendo y encauzando a los más rezagados.
Su concepción del socialismo fue tan medular que practicó su vida con pasmosa sencillez, haciendo de su existencia un socialismo perenne, práctico que, de convertirse en proceder comúnmente compartido, pienso que abriría puertas para un desarrollo acelerado de equidad y justicia para las grandes mayorías. Pero para ello hace falta una organización estatal que combine una autoridad central con los balances jurídicos y legislativos, de cuya experiencia el liberalismo estadounidense nos ha dejado vasta experiencia.
Ese estilo de vida y pensamiento de José Mujica quedó grabado con mucha claridad, cuando al bajar un día de su escarabajo VW, algún periodista le preguntó acerca del porqué se aferraba a transportarse en dicho vehículo, contándole que la gente se asombraba de ver a un personaje de su talla, viviendo de ese modo.
La respuesta de Mujica no se hizo esperar y condensó con igual sencillez que su vida, cuál era su visión de la gente que así pensaba y la necesidad de laborar para que la realidad no continuase confundiendo la existencia con la posesión de cosas y más cosas, olvidando lo más sagrado del ser humano que es su sapiencia y capacidad creativa y no atado a deudas impagables y objetos de uso efímero que dificultan su andar:
«¿Qué es lo que le llama la atención al mundo?” dijo “¿Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo? ¿Esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal».
Así pensaba y así vivió. Sabemos que desde otros rumbos y secundado por quienes llegamos a admirarlo y comprenderlo, seguirá cumpliendo el rol que se impuso durante su estancia entre nosotros, con nosotros y por nosotros.
*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.
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