Wilkie Delgado Correa* - Cubainformación.- La ida hacia la guerra de Cuba podía ser en una cáscara, en una uña o en un leviatán… ¿Cuál fue el destino de aquellos 6 expedicionarios desembarcados en un bote para incorporarse a la guerra?


Fue en una carta de fecha 26 de febrero de 1895 que José Martí exhortaba a Antonio Maceo para que partiera hacia Cuba en las condiciones materiales y monetarias que en aquellos momentos eran posibles para iniciar el movimiento armado en Cuba, es decir, “la guerra necesaria”. Lo intentaba con estas ideas de urgencias supremas: “La ida de Vd. y de sus compañeros es indispensable, en una cáscara o en un leviatán, y Vd. ya se está embarcando, en cuanto le den la cáscara…” “El ejército está allá. La dirección puede ir en un uña. Esta es la ocasión de la verdadera grandeza. De aquí vamos como le decimos a Vd. que vaya…Allá arréglense, pues, y hasta Oriente! Cree conocerlo bien su amigo”.

Demostrando la verdadera grandeza, Antonio Maceo y sus 23 expedicionarios desembarcaron en la goleta Honor por playa de Duaba, Baracoa, el 1 de abril de 1895.

José Martí, máximos líder de la Revolución, y Máximo Gómez,  General en Jefe del Ejército Mambí, desembarcaron, juntos con otros cuatro patriotas: los brigadieres Francisco “Paquito” Borrero y Ángel Guerra, el capitán César Salas Zamora y el dominicano Marcos del Rosario.

Después de lanzado, desde el vapor Nordstrand y a la mar procelosa, el bote que los llevaría a tierra en plena noche oscura, al fin tocaron las arenas de la Playita de Cajobabo, jurisdicción de Baracoa, en circunstancias de una verdadera suerte. Era el 11 de abril de 1895, pasadas las 10 de la noche.

Desafiaron los peligros del tiempo, la oscuridad de la noche, sufrieron la pérdida del timón del bote y se quedaron a la deriva. Pudieron haber naufragado al chocar o irse por encima de una de aquellas rocas, en fin se logró una gran hazaña imponiéndose a las adversidades.

Gómez ante aquella noche oscura con un mar embravecido dijo “parece un negro manto funerario donde nos debemos envolver para siempre”.

Martí escribe en su Diario detalles cruciales del momento de su arribo a Playita de Cajobabo el 11 de abril de 1895: ¨El 11: "bote. Salimos a las 11.  Pasamos (4) rozando a Maisí y vemos la farola. Yo en el puente. A las 71/2, oscuridad. Movimiento a bordo. Capitán conmovido. Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal… Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa [...] Rumbo al abra. La luna asoma, roja bajo una nube. Arribamos a  una  playa de piedras,  (La Playita, al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último,  vaciándolo. Salto. Dicha grande [...] Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo."

Y en carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, Martí les narra el mismo hecho: ¨En Cuba libre les escribo, al romper el sol del 15 de abril, en una vega de los montes de Baracoa…  Y el 11, a las 8 de la noche; negro el cielo del chubasco, vira el vapor, echan la escala, bajamos con gran carga de parque, y un saco con queso y galletas: y a las dos horas de remar, saltábamos en Cuba. Se perdió el timón, y en la costa había luces. Llevé el remo de proa. La dicha era el único sentimiento que nos poseía y embargaba. Nos echamos las cargas arriba y cubiertos de ellas, empapados, en sigilo, subimos los pinares, y pasamos las ciénagas… Tendidos por tierra esperamos a que la madrugada entrase más, y llamamos a un bohío…¨

Con esta expedición al fin se encontraban en Cuba los tres grandes de la Guerra Necesaria, Antonio Maceo, Máximo Gómez y José Martí.

Martí era consecuente con lo expresado antes en una breve cita: “Yo evoqué la guerra. Mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar”.

Cuatro días después del desembarco por Playita, Gómez con todas las facultades que lo investían como General en jefe, consultó con los otros dos generales y decidieron otorgar el grado de mayor general del Ejército Libertador a José Martí, en reconocimiento a su papel de organizador de la guerra en momentos de titubeos y disgustos. Y es que Gómez había valorado lo visto y comprobado y que confesaría después de la caída en combate de Martí:Y yo vi. entonces también a Martí atravesando las abruptas montañas de Baracoa con un rifle al hombro y una mochila a la espalda, sin quejarse ni doblarse, al igual de un viejo soldado batallador acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza salvaje, sin más amparo que Dios.”

Y en carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, desde la Jurisdicción de Baracoa, le expresaba el 16 de Abril 1895: “Tu recuerdo me sigue, ya ves que cumplo tu encargo y más de una vez, jadeantes, fatigados, trepando la escarpada sierra te he recordado con Martí. Este veterano de la tribuna lo está siendo aquí, ahora con la misma fuerza y valentía. La prueba ha sido dura pero no ha cedido él ni un punto a los qué de viejo sabíamos quebrar las montañas y dominar la sed y el cansancio. Todos queremos a tu Maestro como él se merece que lo quieran; y lo cuidamos”.

Se iniciaba una campaña para hacer realidad las palabras de Gómez;  “¡Soldado!  Llegaremos hasta los últimos confines de Occidente, hasta donde haya tierra española, allí se dará el Ayacucho cubano”.

¿Cuál fue el destino de aquellos 6 expedicionarios desembarcados en un bote para incorporarse a la guerra iniciada el 24 de febrero de 1895?

El primero en morir fue José Martí, máximo líder político de la Revolución y el delegado del Partido Revolucionario Cubano, caído en combate con el grado de Mayor General durante su primer y único combate en Boca de Dos Ríos, provincia de Oriente, y a los 38 días del desembarco por Playita de Cajobabo. Era el 19 de mayo de 1895. Había nacido el 28 de enero de 1853.

El día antes había escrito a su amigo mexicano Manuel Mercado una carta reveladora de la alta misión y deber que asumía al frente de la revolución en Cuba, y en la que explícitamente señaló: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber - puesto que lo entiendo y tengo fuerzas con qué realizarlo - de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”.

Y ante la muerte de Martí, Gómez expresó: “Murió en una hora de ruda refriega y a los primeros disparos de esta guerra, como si al despertar de este pueblo, que él mismo sacudiera, quisiera haberle dado ejemplo con su muerte de resolución y bravura. Más grandeza no se puede esperar de un hombre… En la plaza pública y en la tribuna fue terrible, oportuno, y los suyos lo queríamos, admirándolo, y a nuestros enemigos les fue imposible odiarlo; ni siquiera desdeñarlo… A Martí el destino le tenía preparado como premio su tumba gloriosa en Dos Ríos. ¡Qué mejor fortuna, ya que de morir se tiene, que principiar su labor en la tribuna y concluirla en el campo de batalla! Mayor grandeza no se puede esperar de un hombre. Duerme en paz, amigo querido, que yo digo de ti lo que la Historia dice del héroe griego: “Bajo el cielo azul de tu patria no hay tumba más gloriosa que la tuya…”

El segundo caído fue Félix Francisco "Paquito" Borrero Lavadí, nacido el 30 de marzo de 1846 y caído en combate en  Altagracia, Camagüey, el 17 de junio de 1895. Como expresó Gómez: “En este ataque, perdió la Patria a un buen servidor y yo a un buen compañero y amigo: al General Francisco Borrero”.

El tercer caído fue Ángel Guerra Porro. Nacido el   28 de enero de 1842 y muerto en combate en Algarrobo, Matanzas, el 9 de marzo de 1896, con el grado de general de brigada.

El cuarto caído fue César Salas Zamora, uno de los patriotas cubanos en los que más se apoyó José Martí para organizar la Guerra del 95. Poseía enorme capacidad de trabajo, dotes intelectuales, carisma y era al mismo tiempo sumamente discreto. Nacido el 4 de agosto de 1858, cayó el 30 de marzo de 1897 con el grado de Capitán en la provincia de Matanzas. Al conocer la muerte de César, Gómez,  a quien quería como un hijo, expresó: “tu sombra querido César, fiel y leal compañero, muerte oscura y caída solitaria, para ti también tenemos muchas lágrimas…”

Gómez ante el sitio de la caída de Martí llegó a expresar: “Y aquí vengo, no como guerrero fatigado, de lejanas regiones, y sí como trabajador tenaz. Allá también en Occidente, quedaron dos compañeros más de la expedición (éramos seis, vivimos dos) y por aquí voy atormentado con mis recuerdos que avivan esta ribera, en donde juntos y resueltos nos envolvió el humo del primer combate”.

Los que quedaban vivos eran los dos dominicanos, Máximo Gómez Báez y Marcos del Rosario y Mendoza, que sobrevivieron a la guerra y fueron testigos de la paz.

La desaparición física del Generalísimo Máximo Gómez ocurrió el 17 de junio de 1905. Había nacido el 18 de noviembre de 1836. Sobre sí mismo llegó a afirmar: “A quien yo me parezco más es a Don Quijote”. Y fue, sin dudas, nuestro más grande guerrero y combatiente de las guerras de independencia de Cuba.

El último sobreviviente fue Marcos del Rosario y Mendoza, que alcanzó el grado militar de Teniente Coronel: El “bravo dominicano negro” de Playita, como integrante de aquella odisea, después de la muerte de Gómez regresó a su país y visitó a Cuba en varias ocasiones, hasta que en el año 1939 estableció su residencia definitiva en La Habana, lugar donde le sorprendió la muerte en el año 1947 a la edad de 88 años. Su decisiva colaboración hizo posible la reconstrucción de la ruta seguida por los expedicionarios, desde el desembarco el 11 de abril hasta la muerte en combate de Martí el 19 de mayo de 1895. Fue el más fiel lugarteniente de Gómez en la guerra de independencia de Cuba

Y sobre Marcos, escribió Gómez: “En la reñida acción de Coliseo, con cuatro mil hombres que dirigía el general Martínez Campos, me pareció quedar sólo ese día. Marcos fue derribado junto con su mula (montaba ese hermoso animal que parecía un caballo) ¡Sacadlo! Grité yo mientras traté de reforzar la línea de fuego. Cuando nos retiramos vi la herida de Marcos, que se había roto una pierna; la mula quedó muerta con cuatro balazos. Con lo que sufrió Marcos en la curación de la herida, se puede escribir un libro interesantísimo. Más tarde y aún no del todo curado, se me incorporó. Es compañero inseparable y hombre en toda la extensión de la palabra; es el tipo verdadero de la pureza, la lealtad y el valor probados. Significa una honra para su raza y para sus patriotas”

 

Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Premio al Mérito Científico del MINSAP por la obra de toda la vida.

 

 

 

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